sábado, 21 de marzo de 2009

¿Quién dijo que todos somos iguales?

Las sociedades del siglo XXI son verdaderas Babilonias. Mil rostros, mil identidades, mil credos y mil historias personales componen el crisol societario actual en todo el mundo.

Hoy menos que nunca somos iguales, la igualdad es una utopía fracasada y mal entendida. Somos distintos desde el nacimiento, luego nos vemos condicionados por el medio y una vez que desarrollamos nuestras vidas, la hacemos necesariamente distinta de la del vecino, porque sino fuera así, la realidad sería una verdadera y nada sútil dictadura modeladora de individuos, casi tan parecida al Mundo feliz de Aldous Huxley.

La igualdad en estricto rigor no existe, aunque definitivamente por nuestra naturaleza de seres mortales y finitos, todos somos gobernados por las mismas leyes, las de la naturaleza: nacer, crecer, envejecer, morir, alimentarse, trabajar para sobrevivir, formar una familia, tener hijos, etcétera. Es la igualdad natural, quizás la única que exista.

La igualdad natural, se extiende y perfecciona en la igualdad frente al derecho, derecho tanto internacional como patrio que debiera procurarnos a todos y cada uno de nosotros, un estándard mínimo de privilegios como protección social, salud, políticas de vivienda, educación, etcétera, es decir un pilar de oportunidades para crecer y desarrollarnos dignamente, más allá del estrato social en el cual nos ubiquemos.

Desafortunadamente, lo obvio de estas líneas contrasta con una realidad en ocaciones muy distinta. Podemos llenarnos la boca hablando de democracia y de libertad, pero desafortunadamente esta igualdad frente al derecho no se manifiesta de forma cabal, ni aquí, ni en ninguna parte. No mientras consideremos que hay ciudadanos de primera y de segunda clase, mientras continúe la segregación contra los pueblos indígenas, el prejuicio indignante contra los emigrantes pobres o cuando los servicios que ofrece el Estado a los ciudadanos de menos recursos, carezcan de calidad y cobertura.

A quienes se ubican en las capas más bajas de la sociedad, corresponde un trabajo mayor: "hacer mucho, con los pocos recursos puestos a su disposición". Sin embargo, no son inusuales los ejemplos de superación y puesto que quienes tienen menos, en muchos casos lograron salir adelante, debieramos tenerlos a ellos como el principal ejemplo, ántes de apreciar con admiración subyugada el facilitado triunfalismo de la clase oligarca.

Hoy 21 de marzo: Día mundial contra la discriminación, la xenofobia y el racismo, es un día para reflexionar y dárnos cuenta de que lo que hace grande a una persona no es su riqueza material, ni menos su orígen o su credo, sino justamente la capacidad de superarse, de volcar un poco la estructura adscrita al statu quo, cuya estratificación jerárquica de los distintos grupos de personas que componen la sociedad, se hace innegable. En esta sociedad de desiguales, nuestra única igualdad debieran ser las oportunidades, para dejar demostrado que un hombre vale sólo por su esfuerzo y ganas de superación, el resto es nada.