jueves, 28 de enero de 2010

El arduo camino a la libertad

Liberté, égalité, fraternité. A tres siglos de la proclama mundial de estas consignas revolucionarias algo cambió definitivamente en las relaciones humanas occidentales, murió el feudalismo, desapareció la aristocracia (y los abusos de sus herederos), comenzaron a perder legitimidad prácticas como el mayorazgo y la exclavitud dejó de legitimarse por la mayoría de los pueblos de Europa y América, hasta que a fines del siglo XIX ya estuvo completamente erradicada.

No obstante la Revolución Francesa fue extremadamente necesaria para la evolución del hombre, no tardó en mostrar sus vicios como bien documenta Anatole France en su clásico Los Dioses tienen sed, se institucionalizó la revolución al punto de caer en la corrupción y en la paranoia extrema, un paso más adelante toda Francia se convirtió en el campo de batalla de una guerra civil entre ilustrados y los defensores del viejo orden, y no tardó Europa en ser arrastrada a décadas de lucha, atropello a los derechos del hombre y violencia extrema en un clima de inestabilidad en que se respiró la muerte hasta bien avanzado el siglo XX, años de las guerras más catastróficas que arrasaron al mundo y en especial a Europa.

La revolución en el siglo XX, tomó varios matices: nacionalista (facismo, nazismo, franquismo, doctrina de seguridad nacional, arabismo, panturianismo, etcétera), socialista (comunismo soviético, sublevación obrera en todo el mundo, revoluciones africanas y cubanas), y hasta religiosa con la emblemática revolución iraní de 1979. Todas estas revoluciones trataron de concretar la misma inspiración ilustrada: libertad, igualdad y fraternidad, evidentemente ninguna tenía el más mínimo matiz de aquello.

La única revolución posíble en pro de la igualdad, fraternidad, justicia y desde luego libetad se llama democracia, no es una revolución armada, ni impuesta; es el máximo estadio del pensamiento liberal al punto que nunca existió una democracia perfecta, la democracia se va perfeccionando (es progresista) y evoluciona al ritmo que evoluciona el hombre. Democracia es tolerancia y respeto por la individualidad, emplea el diálogo y asume a la sociedad como ente heterogéneo y hasta aquí la igualdad puede ser mal entendida. La igualdad extrema no es un fin de la democracia, lo es en cambio de las dictaduras (de todos los colores y direcciones) que pretenden convertir a la sociedad en el pueblo obediente e ignorante, que sigue al caudillo y confía el destino de sus vidas en manos de quien podría hacer y deshacer con dichas voluntades.

La fraternidad es corolario de la libertad, a la igualdad en cambio debiera ponérsele ciertas restricciones, porque extremándola muere la libertad, con menos libertad no existe democracia, y sino existe democracia, la voluntad del hombre hacia su medio se ve limitada y con ello hasta la propia vida pierde sentido. El hombre es un creador, un artista de vida y un artista vive escapando de aquella inquebrantable prisión de acero en que puede llegar a convertirse la sociedad en terminos dickianos.
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Tanto en la filosofía como en la teoría política existen ciertos autores cuya visión de la igualdad provoca bastante reticencia en quienes creemos y defendemos ante todo en la libetad. Isaiah Berlín por ejemplo habla de las "mentiras piadosas", recrea a Maquiavello y Platón desde un punto de vista muy personal y supone que la democracia es peligrosa para los seres humanos más virtuosos, aquellos que en la óptica de Platón representan a los filósofos, quienes piensan a la sociedad y hasta la regulan. Para autores como Berlín la democracia es entregar a las masas (ignorantes y de vida facilista) más poder y atribuciones de las que merecen, porque esas atribuciones van en desmedro o son restadas a la clase virtuosa, quienes como una religión fundamentalista tendrían la autoridad moral de dirigir a la sociedad y la dirección de la sociedad, para autores como Berlín supone mano dura, supresión republicana y desde luego imposición. De más está si quiera comentar que aquel es el tipo de autores a los que no sólo se lee con reticencia, no es raro que produzcan hasta un cierto desprecio.

Pero no sólo escritores como Berlín y su conservadurismo platónico llevado al extremo provocan dolores de estómago en los amantes de la libertad, hay autores liberales que también los provocan. Una de ellas es Ayn Rand, para Rand y los randianos u objetivistas la igualdad es el peligro básico de la libertad, en su visión el ser humano debe renunciar a esa finalidad social con el fin de alcanzar su propia evolución. Sería ilégitimo en tanto que inclúso un rico mermara parte de sus ingresos por efecto de impuestos en pro de la sociedad. Quienes tienen no deben renunciar a lo que ganaron, es el self-made man llevado al extremo: "vive de tu propio trabajo o muere de hambre", para la sociedades anglosajonas, estos son principios más asumidos.

Sabemos sin embargo que ni Rand, ni Berlín, ni mucho menos los viejos socialistas o colectivistas presentan razones que pesen más que otras para alcanzar el añorado "bienestar de la sociedad". El rico y hasta el pobre deben renunciar a parte de sus ingresos en sociedad, porque sin esos ingresos no se desarrollarían proyectos sociales: no existiría seguridad social (no habrían carceles, ni policías, ni hospitales y escuelas públicas para quienes no tienen los ingresos suficientes) y sin seguridad social ricos y pobres vivirían más inseguros, además no habría salud ni educación, pilares básicos de la vida cívica. Hasta el país más desarrollado quedaría amenazado de retornar a la vida feudal o de convertirse en una sociedad de estílo africano.

Si seguimos a Berlín, quedaríamos estancados una vez más en el feudalismo y las insurrecciones surgirían por doquier. La mano dura de las dictaduras no es considerada opción por nadie que tenga más de dos dedos de frente, ni siquiera para quienes viven del lado de la moneda de los poderosos. Y el socialismo, tal como lo entendió Marx, Engels, o más extremo aún: Mao, Castro, Lenin y Stalin no es tampoco ninguna monedita de oro. Supongo que el siglo XX ya quedó bien atrás con la caída del muro de Berlín y la congelación definitiva de la Guerra Fría, la lucha del nuevo milenio es congeniar los principios occidentales que hoy colisionan más que nunca en el mundo globalizado con los viejos órdenes fundamentalistas y las muchas tiranías que hasta el día de hoy persisten.

El camino a la libertad lo seguimos andando, algunos inclúso ya no lo asumismos como algo colectivo, sino como una gestión bastante más introspectiva, evolución personal a la manera de Siddharta o Demian (Herman Hesse) o de algún personaje autobiográfico de los libros de Henry Miller. ¿Y la igualdad?, cada sociedad sabe bien hasta donde le aprieta el zapato. Alcanzar la libertad personal, asumo, es desarrollar los mayores grados de tolerancia, tolerancia y fraternidad no sólo hacia quienes la vida puso en nuestro camino, también hacia el propio medio: el cuidado y la valoración del medio ambiente se convierten en prioridades fundamentales. Y por supuesto con tales virtudes asumidas, no hay quien pretenda ser ni mandador ni mandado (importando poco a que lado se cargó más la balanza de su existencia), sino persona, persona que hace respetar su espacio y respeta el de los demás, no pretende explotar ni inhumanizar al prójimo y deposita en la sociedad sus energías para volcarla en un orden más justo, cuya igualdad parta de la premisa de que cercanamente nadie esté desvalido de salud, techo, entornos seguros, buena educación y las más dignas condiciones de vida, de ahí en adelante que destaquen los que mejor aprovechen sus virtudes, y el resto que trabaje en ello.

sábado, 23 de enero de 2010

Defíname progresismo, por favor!

No es un misterio para nadie que el 2009 en Chile fue un aJustificar a ambos ladosño marcado por las presidenciales y que el discurso viciado y demagógico de los candidatos terminó "lateando" al chileno promedio, aburrido de las falsas promesas, de las cazerías de brujas, sonrrisistas falsas y de los lindos proyectos de toda una vida. En medio de todo ese clima propagandístico, alzamiento de manos y promesas de cambio (ja!) no tardaron en surgir los abanderados del "progresismo" y del "bienestar social", curiosamente todos los candidatos lo eran y todos se acusaban entre sí de no serlo.
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¿Pero qué es el progresismo?, ¿Qué es ese imán que tanto atrae la atención pública y del que nadie quiere verse despojado?. Curiosamente la palabra "progresismo", que suena tan vacía y manoseada en estos días hace referencia a la ontología liberal, difusa actualmente en la más amplia gama de partidos políticos chilenos, desde la derecha al socialismo (ambiguo, puesto que el liberalismo es anti-colectivista), pasando desde luego por el radicalismo.

Progresismo es asumir las transformaciones sociales y avanzar en dirección a ellas, pretendiendo fortalecerse de las mismas y no temer a los cambios que implican los nuevos tiempos, en especial en un mundo globalizado, donde estos son constantes e instantáneos. El referente de "bienestar social" para el progresismo no es el colectivo, sino el conjunto de individuos cuyos intereses y motivaciones son las llaves al futuro, los que jamás se cohiben ni limitan, sólo se potencian. El progresismo no uniformiza, no pretende educar a la sociedad en base a un ideal superior, ni llevar a cabo políticas (populistas) como entregar un millón de empleos mediocres, porque entiende que las personas no son conformistas y viven pensando en alcanzar un nivel superior de vida. Eso es progresismo.

Desafortunadamente, no existen muchos referentes progresistas en la política chilena, y en el discurso la palabra es llamativa, pero poco convincente. La UDI definitivamente no es progresista, como tampoco lo son el Partido Socialista, ni la Democracia Cristiana, ni otro puñado de partidos históricos. Progresista es un pequeño tercio de Renovación Nacional, y hacia la izquierda: una pequeña parte del Partido Por la Democracia (en su momento constituído también por ciertos liberales de tradición que el año 89 votaron por la opción NO) y algún que otro radical, pues ellos fueron los verdaderos progresistas chilenos en sus gobiernos de mediados del siglo XX.

Veinte años de la Concertación en el poder fueron parcialmente progresistas, y si Chile es un país bien posicionado en la región se lo debemos a la visión y el trabajo de políticos con esa idea en mente. Los últimos años del gobierno militar también tuvieron cierto matiz progresista, más allá de que fuera este una de las más extenuantes dictaduras del continente, pero transformar radicalmente un país estatista (y estancado) como era Chile hasta los años setenta, en un exitoso experimento neo-liberal, si bien no dejó de ser una apuesta arriesgada, fue desde luego una iniciativa tremendamente progresista, en miras al nuevo contexto global. De todas maneras, si llevamos el progresismo sólo a terreno económico, radica el peligro de que termine convirtiéndose en un arma de doble filo y es aquí donde insisto en marcar un alto y profundizar en el análisis..

Progresismo no consiste en repartir pan y circo al pueblo, mientras el empresariado se echa medio país al bolsillo. Privatizar y neoliberalizar aún más nuestro país ya no cabe en una lógica progresista, sino en una avanzada oligárquica sin frenos (típica de país subdesarrollado), una canallada para reasegurar a un reducido porcentaje de chilenos o lo que es peor a un pequeño puñado de familias o consorcios como los mayores accionistas del país. Que el falso progresismo no nos engañe: privatizar parte de las empresas nacionales por pequeño que sea el porcentaje, es entregar en bandeja el país a muy pocos que con poco pretenden dejar conforme a una sociedad entera. Agua, electricidad y cobre, en un país de economía fundamentalmente primaria, son recursos estratégicos y como tales debieran continuar en buena medida regulados por el Estado en representación de nuestra titularidad. Cierto es que pensar así no es ser fiel a la ontología liberal, pero apostar a lo contrario es ser criminal e inclúso estúpido puesto que en este país se enrriquecen cada día más unos pocos y el resto: cagaste te mandó saludos!.
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Un progresismo de nuevo orden considera además otras variables aún no tomadas demasiado en serio por nuestros gobiernos: ¿le suena a alguien la palabra crecimiento sustentable?. En los últimos veinte años los gobiernos de la Concertación movieron los hilos lo suficiente para asegurar estabilidad, seguridad y dignidad en las relaciones empleador-obrero, pero poco se centraron en la flexibilidad de la económica en pro de un fin que siempre debe proyectarse a mediano y largo plazo: el pleno empleo, y las falencias están a la vista: el desempleo en nuestro país en el último tiempo ha bordeado el 10%, en algunas regiones la situación es crítica, corolario inmediato de todo ello: incremento de la delincuencia y del narcotráfico. De todas maneras es más difícil ser objetivo en este punto, el pleno empleo puede que hasta suene a utopía, pero salarios dignos y buenas condiciones de trabajo, jamás debieran serlo. La otra gran deuda con el progresismo de nuevo orden y que no creo que sea saldada en el próximo gobierno es todo lo relativo al medio ambiente. Diez años más que dejen hacer y deshacer al empresariado con nuestros recursos naturales y minerales y Chile no tardará en convertirse en un desierto.
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Así es que ¿hasta cuando nos hablan de progresismo los políticos?. El progresismo con el que se llenan la boca era necesario hace 20 años, esa visión hoy día no corre. Ya una vez que se reapartan el chancho y del dicho al hecho, atrás dejen las promesas de campaña, propongo que dejemos a los políticos en su mundo, haciendo negocios políticos y que el verdadero progresismo, lo ejerzamos nosotros en desmedro de toda esa manga de buitres, zorros y lobos en piel de oveja, sean los que hace una semana perdieron el dominio de 20 años de poder o en su defecto, aquellos que por votación democrática se hicieron de la jugera para estrujar el país por los próximos cuatro años. CARROÑEROS todos.
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Termino con una cita:

"Quiero ser amenaza para los que se alzan contra los principios de
justicia y de derecho; quiero ser amenaza para todos aquellos que
permanecen ciegos, sordos y mudos ante las evoluciones del momento
histórico presente sin apreciar las exigencias actuales para la grandeza
de este país".
(Arturo Alessandri Palma, 25 de abril de 1920)
Eso es progresismo

domingo, 17 de enero de 2010

Tras 52 años, la derecha vuelve a La Moneda: Sebastián Piñera presidente 2010-2014

Terminaron al fín las elecciones, quedó atrás el proceso de un año entero de movimientos políticos, asquerosos "puerta a puerta" y las lógicas más inesperadas y hasta disparatadas: desde la fragmentación del centro político de la Concertación, pasando por el seudo levantamiento (mediático) de un candidato alternativo, populista, clientelista y "freaky", llamado Leonardo Farkas, hasta el surgimiento y rápida escalada del díscolo Marco Enrríquez, que hacia al final de esta elección, y tras asegurar su apoyo al candidato de la Concertación, demostró que su postura sediciosa frente al gobierno no fue más que una ruin "vendida de pomada".

Con el resultado del 51,16% (cifra aún no oficializada) pesando en la balanza eloctoral hacia el candidato de la Coalición por el Cambio, termina también la Transición política de Chile. Nadie duda a estas alturas que vivimos en un país absolutamente democrático, de una democracia sólida y no tan sólo nominal como otras realidades de nuestro endeble continente.

Este resultado, inesperado años atrás, nos demuestra que muchos ya no asocian a la derecha con la dictadura, dictadura que permítanme decirles fue reprochada en su momento por buena parte de la clase política derechista de nuestro país: destacando entre todos a los fervientes de Alessandri, y los liberales humanistas, que jamás digirieron aquel orden maquiavélico que para lograr la estabilidad del país en una era turbulenta, pasó por encima de los derechos civiles y la libertad de muchos. Como liberal que también soy, nunca estaré de acuerdo con quienes aún se cuadran en ese frente y creo que el triunfo del candidato Sebastián Piñera, no es el triunfo de toda la derecha (lo que incluye a los obsecados de antaño) sino ante todo de los liberales, los progresistas y la gente pro acuerdo nacional. Principios que comprometen fuertemente a un frente de centro-derecha que al fin tendrá posibilidad de demostrar su visión de progreso al país.

Luego de veinte largos años, la Concertación ha pasado finalmente la batuta a un nuevo colectivo, más ni yo ni nadie puede desconocer la larga lista de logros que prodigó al país a lo largo de cuatro gobiernos. Los de la Concertación fueron verdaderos gobiernos de unidad nacional, con políticas de acuerdo que cimentaron una fuerza transversal de centro-izquierda muy cohesionada que pudo unir en sus filas a social demócratas, radicales, socialistas de nuevo órden, democristianos, progresistas, tecnócratas, empresarios, políticos de visión y tradición y elementos jóvenes que se fueron sumando a cada gobierno. Pero la democracia exige cambios, exige alternancia, y si bien la Concertación tuvo cuatro grandes gobiernos, ya es momento de ejercer un cambio, cambio que más que el simple transmute de los políticos oficialistas a las filas de la oposición (y viceversa), será también una apertura de ventanas a la política nacional para que penetren en ella nuevos aires, sean erradicadas práxis poco ortodoxas de algunos servicios públicos, como de personeros oficialistas poco serios o comprometidos con la transparencia.

La alternancia hace bien al país, pero mejor le hace en un colectivo o coalición bien organizada, que logre suprimir sus diferencias y opere en bloque, en este sentido la Concertación hace unos cuantos años ya no era funcional y pese a lo mismo, la centro-derecha tampoco es la gran alternativa de cambio que sugieren sus slogans. Tenemos en ella fundamentalmente dos visiones históricamente discordantes: por una parte el liberalismo dogmático (en lo ideológico y en lo económico) representado por algunos sectores de Renovación Nacional, frente a una postura liberal en lo económico, pero muy mesurada en lo ideológico, representada por otros sectores del mismo partido y por la mayoría de la Unión Demócrata independiente, partido al que históricamente (desde su génesis: el Partido Nacional Conservador) ha sido acusado de empantanar el progreso de la política nacional conforme a las nuevas visiones de cada tiempo.

Pero la Coalición por el Cambio va más allá de lo que son las filas de Renovación Nacional y de la UDI, el pequeño pero significativo porcentaje que el día de hoy pesó para que Sebastián Piñera lograra desempatarse de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se debe a fuerzas políticas (principalmente de centro) conquistadas a la Concertación, parte de los desencantados ex concertacionistas que en primera vuelta votaron por MEO, más algunos ex demócratas cristianos, progresistas y liberales de centro-centro que desde finales de los noventa a la fecha se sintieron menos representados por la Concertación y se declararon independientes. Esa fuerza sumada hará que este nuevo gobierno sea efectivamente un gobierno de centro-derecha y atrás quede la monstruosa sombra de una derecha clientelista y hasta populista de principios y mediados del siglo pasado, escapando así mismo de los resabios de la dictadura, que como exacerbadora del nacionalismo, mano ejecutora de la censura y de la anti política, no representa a esta nueva fuerza: liberal, progresista y democrática actual, que recogerá además el legado, los éxitos y los legítimos triunfos sociales de las pasadas administraciones concertacionistas, que a su vez continuaron de la dictadura, su modelo económico que hizo célebre a Chile en la región, además de las primeras políticas de incersión hacia un mundo global e interdependiente.

Este es el Chile que queremos sí, pero no gracias al cambio de gobierno, sino a un cambio de visión nacional, de prosperidad y fortalecimiento de la democracia, de progreso material e intelectual que viene gestándose a lo largo de los últimos 25 o 30 años. La Concertación merece reconocimiento, el triunfo es en buena parte suyo, la oposición (de izquierda, derecha y al márgen) también es parte de este logro, un logro que se construye a diario y nos hace pensar en un futuro de país más prometedor, con mayor seguridad social, ampliación del espectro laboral y progreso individual. No es un trinfo de los políticos ni de las ideologías, es un triunfo de nuestra mentalidad: cada vez menos tercemundista, cada vez más abierta al mundo global, competitivo, multicultural y tolerante.