viernes, 22 de julio de 2011

Mauricio Rojas Mullor: De mirista a parlamentario liberal en Suecia

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Partes: 2, 3, 4 y 5

Esta es una entrevista que yo invitaría a escuchar y ver atentamente a todos, independiente de su inclinación política. Mauricio Rojas Mullor, historiador económico y autor del libro Pasión por la libertad: el liberalismo integral de Mario Vargas Llosa, fue uno de tantos chilenos que se vió obligado a emigrar del país el año 73 por presiones políticas y el miedo a perder la propia vida tras el golpe de Estado de la época.

El año 74 se internó en la comunidad sueca y entró en contacto con inmigrantes europeos, oprimidos por las dictaduras izquierdistas de Polonia y la Unión Soviética, razón que le hizo cuestionar sus posturas revolucionarias utópicas, a tal punto de abrazar una idea de la libertad como proceso perfectible del "día a día" propia del empirismo liberal y ajena del todo a las ideologías totalitarias que sacrifican al ser humano con la excusa de crear un mejor futuro colectivo.

En esta entrevista del 2007 con el argentino Carlos Mira, Rojas Mullor discute pasajes de su libro Historia de la Crisis Argentina en el que traza una línea de tiempo que va desde los años '20 hasta el hecatombe financiero del 2001, alumbrando los elementos que pusieron en jaque durante esos ochenta años, el proceso de industrialización argentino y su acceso al primer mundo. Entre los elementos que hacían posible a la Argentina convertirse en el Estado más pujante de Sudamérica, destaca el arribo de un gran contingente de nuevos inmigrantes entre los siglos XIX y XX, que ayudó a destrabar en parte las clásicas estructuras de dominación (el peonaje feudal racista) que aún perpetúan en el continente las clases aristocráticas. Estas estructuras históricas devinieron en los años '30 a través de las prácticas clientelistas y el caudillismo o lo que Rojas Mullor tiende a llamar la "política de estancia".

Los múltiples fracasos en la economía y en la política argentina, como así mismo la animadversión popular al capitalismo, obedece a que el país siguió la misma suerte del resto del continente, pese a que alguna vez formó parte de los países desarrollados. La arbitraria repartición de las tierras en tiempos de la dominación española (que dejó las grandes haciendas en poder de las familias aristocráticas) y de los recursos asociados a estas en desmedro de una población acaudillada y creciente -más aún con la inmigración- truncaron un natural proceso de "capitalismo popular" (a la norteamericana) en Argentina y el resto de la región. Responde a este marco histórico que todos los procesos revolucionarios posteriores, de la izquierda o de la derecha, más que suprimirlo, terminaran por reactivar el estatus quo de la injusticia o que los grandes latifundistas de ayer se transmuten en los consorcios capitalistas de hoy: literalmente en manos de unas pocas familias.

lunes, 18 de julio de 2011

El estigma del impuesto progresivo

"Hay un sistema feudal que se está estableciendo a través del impuesto progresivo y que perjudica una dimensión muy importante de la sociedad abierta; esto es la movilidad social.

Si planteamos la sociedad como una pirámide: en un sistema abierto quien esté en el vértice y no sirva, debiera bajar con la velocidad necesaria y quien esté en la base y sirva, debiera subir con la velocidad necesaria.

En países donde hay fuertes impuestos progresivos y vemos que hay alguna movilidad social, es porque están evadiendo o se ganaron la lotería, pero dentro del sistema es imposíble progresar.

El impuesto progresivo en algunos países es un verdadero privilegio para los más ricos porque están eliminando a los que vienen de abajo. Se establece un verdadero sistema feudal donde el que nace rico muere rico y el que nace pobre muere pobre, independiente de sus eficiencias"

domingo, 17 de julio de 2011

José Luis Sampedro y el análisis de la situación española (o mundial)

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En la presente entrevista, el veterano crítico y economista barcelonés José Luis Sampedro entra a describir la actual crisis española en un contexto eleccionario de bipartidismo, la manipulación de la opinión pública, los estragos del capitalismo (o mejor dicho: las adulteraciones que hacen de los equilibrios de mercado la gran mayoría de los gobiernos, presionados por el lobby empresarial e intervenciones escabrosas que superan por mucho el óptimo de sus atribuciones, generando perjuicio al desarrollo y a la equidad que dicen defender) en esta porción de Europa y en fin varios otros elementos que sirven como marco de referencia para comprender nuestra propia situación actual, a varias millas de distancia: en Chile.

Interesantes puntos de vista entre los que destaco ideas como la de que en occidente "los valores han sido substituídos por los intereses" (una innegable realidad que explica por ejemplo el actual choque de occidente con el Islam y otras sociedades teo-céntricas que conservan una visión más justicialista de la economía en el campo social) o que el imperativo por la producción y la competencia, mutiló en el occidental un progreso mucho más importante: el "desarrollo hacia dentro", hacia la intelectualidad y el autoconocimiento, o que las actuales movilizaciones sociales; comprendidas como una nueva revolución de la consciencia colectiva, están guiando hacia a un estadio diferente del que aún desconocemos los resultados, pero que en opinión un tanto utópica de Sampedro debiera ser más evolucionado que las disposiciones del capitalismo.

viernes, 15 de julio de 2011

Chile, una situación insostenible

Las más multitudinarias marchas de estudiantes en dos décadas de democracia y a lo largo de todo el país, indican que como ciudadanía hemos llegado al tope de nuestra tolerancia y que tal vez estemos presenciando los indicios de una de verdadera revolución social, en pie contra las antiguas disposiciones del orden político/estatal. Estas marchas no son a mi modo de ver un boicot contra el actual gobierno de derecha, sino más bien la explosión de un descontento acumulado por más tiempo del sostenible contra la clase política en general, la cual hasta el momento no ha podido encausar la equidad, aún siendo que la realidad macroeconómica de Chile es la de un país que ha crecido sostenidamente a lo largo de los últimos treinta años.

Sumen a las manifestaciones, el hecho de que los nuevos actores sociales, no son en absoluto puntuales focos de la ciudadanía (aunque muchos personeros intentan confundir a la opinión pública, mezclando a los manifestantes con el lumpen que ensucia cada marcha con sus barricadas y saqueos) son más bien la comunidad en su conjunto: estudiantes universitarios, colegiales, padres, familias, jóvenes profesionales, trabajadores públicos y privados, etcétera. Chilenos de todos los estratos y visiones políticas que regados por esta llamada "era de la información" ya no desconocen la realidad de su país, ni son los ciudadanos pasivos de los años '70 y '80, temerosos de ser considerados subversivos por un Estado militarizado, tampoco son los jóvenes de los '90 que se vieron fuertemente representados en "el no estoy ni ahí" del ídolo Marcelo "Chino" Ríos y de una generación que observó con recelo la política y todas las materias de interés país, cercadas por una manada de políticos, economistas y tecnócratas, que se sintieron llamados a construir mesiánica e inclusivamente un nuevo país tras el retorno a la democracia.

Las actuales marchas en Chile, se nutren de varias referencias, que llevadas a la práctica y perfeccionadas, pueden hacer de ellas un arma de presión determinante, que no sólo llegará a marcar un precedente, sino también servir como modelo de movilización cívica para otras sociedades en el mundo. El referente más directo de estas, son las marchas estudiantiles del año 2006 en oposición a la LOCE y que entre sus objetivos lograron destituir al Ministro de Educación de la época: Martín Zilic, están también las actuales revueltas sociales en todo el mundo (Grecia y España fundamentalmente) y hasta una "Primavera Árabe", hechos que invitan al ciudadano común a expresar su descontento en grandes turbas que en momentos categóricos no temen enfrentarse a la represión policiaca o militar (dependiendo del país), especialmente cuando el futuro se ve intrincado y nada ni nadie te da seguridad de una pronta salida.

Tampoco faltan aquellos que intentan politizar estas iniciativas y que festinan más de la cuenta con el hecho de que las demandas incontestadas estén dejando por el suelo la popularidad del gobierno. En medio de la crisis política, la izquierda se aprovecha de elevar sus vetustas pancartas señalando al Modelo Neo-liberal, a la Constitución de 1980 y en fin: todo legado de la Dictadura del General Pinochet como la principal causa de nuestros males, aunque olvidan que tal modelo le cambió la cara al país, y hasta lo rescato de su más oscuro subdesarrollo, pero desde luego, no es menos cierto que hasta la fecha no logró extirpar la lacra de una desigualdad económica insostenible ni el acaparamiento escandaloso de un reducido grupo (a quienes ya podríamos comenzar a llamar los monarcas de Chile), todas más bien condiciones adscritas a nuestra realidad desde que somos una república independiente e incluso mucho antes de ello.

Un modelo económico que no es funcional a las condiciones de un país, no puede sostenerse en pie durante tanto tiempo (nuestra historia republicana ha sido testigo varias veces de esto), pues bien, este no parece ser el caso del actual. Después de todo el mal llamado "modelo chileno" ha prosperado tres décadas, sobrevivió seis gobiernos y a fuerzas políticas de la centro-izquierda y la centro-derecha que lo han matizado a su acomodo.

En realidad, el Modelo Neo-liberal o mejor dicho: la Economía Social de Mercado es sin duda el mejor modelo económico para Chile (país pequeño que necesita abastecerse del mundo) pese a que por sí solo no está en condiciones de consolidar la igualdad: criterio bloqueado desde larga data en las sociedades latinas o mediterráneas, que a diferencia de las comunidades del norte de Europa no abolieron del todo la estratificación (la peor de todas: la psicológica). Esto último explica en gran medida porqué el libre mercado y en general: todo espíritu de lo liberal opera óptimamente en países como Inglaterra o Alemania y deviene en constantes crisis en las realidades de España, Italia, Portugal o Grecia, que ingresaron hace un buen tiempo al quintil de los países medianamente ricos e industrializados, pero sin solventar hasta ahora sus desventajas.

Por eso, antes de culpar a un modelo económico en particular o señalar a otro como el correcto, debiéramos analizar nuestra historia. El hecho de que las desigualdades económicas y sociales en Chile sean alarmantes, tiene que ver menos con el modelo que con la preexistencia de una estructura de la injusticia; un algo que sobrevivió desde nuestra época colonial a la independencia y a la república. En otras palabras, culpemos de la segregación histórica en Chile y el resto de América Latina a quienes realmente son culpables directos: la Corona Española y hasta nuestros tatas europeos que se fueron agregando pacíficamente al sustrato nacional, pero adaptando a la vez un estatus quo de aparteid implícito/disimulado, donde el blanco sigue teniendo preeminencia sobre el mestizo y el mestizo sobre el indígena. Ahí y nada más que ahí reside la verdadera génesis de tal estigma, en la negación misma de los principios liberales (¿qué igualdad?) y hasta de los derechos humanos más elementales.

Hoy más del 80% de la población chilena se reconoce como castiza o mestiza en lo racial, razón que aniquila el patético fundamento de la raza, aunque estructuralmente sigue vivo, transmutado en el clasismo y otras duras formas de segregación. No es de extrañar por ejemplo que los Barros Luco, los Vicuña Mackenna, los Larraín o los Errázuriz nos sigan gobernando (como fantasmas de un pasado/presente) por medio de sus descendientes, como si de un linaje de sangre azul se tratara. La intransigencia de la élite política es sólo una más de las manifestaciones de este estatus quo conservador y tradicionalista en el que está cimentada toda la vida institucional de Chile. Hace un tiempo sentenció en un canal de televisión el extravagante Juan Cristóbal Foxley que "Chile es un club" y aunque duela, el muy imbécil no deja de tener razón.

Por su parte la sociedad chilena ha prosperado a un ritmo aceleradísimo en las últimas décadas, desmarcándose radicalmente de aquella población sumida en la ignorancia y la conformidad que solía ser hace 100 o 50 años en el pasado. Si en aquellos tiempos ni tan remotos la desigualdad estaba proscrita a una baja tasa de alfabetización en el gran grueso de la población, hoy tal cifra se acerca a cero y lo que es más, hoy hasta sobran profesionales universitarios de las distintas áreas (semejante situación al de los países industrializados) y la crítica ya no apunta en tanto a la falta de oportunidades educativas, sino más bien a su calidad y las trabas que a esta le está poniendo el lucro, como así mismo al hecho de que la oferta universitaria no ha estado a la par de la laboral, razón por la que muchos profesionales jóvenes se encuentran en la desconcertante situación de orbitar fuera de las actividades para las cuales se prepararon durante cinco o más años, considerando además que gran parte de ellos asumieron obligaciones económicas con el Estado que les subvencionó sus estudios superiores.

Las actuales movilizaciones son expresión de una ciudadanía más consciente y culta, la cual ya ni se banca a los políticos, ni tienen porque asumir las condiciones históricas de la desigualdad en un país hecho a la medida de una casta dominadora, de unos pocos privilegiados, gente que hoy en día no tiene más herramientas que aquellos que se han visto en situación de segregados, como para considerar que las cosas "marchen bien" o que no existen evidentes grados de injusticia en el país.

Tampoco nos pueden presentar como escusa ninguna especie de revés o receso en la economía, si hasta se prevé que el PIB bordeará un 6,5% de aquí a fin de año. Desarrollo existe sin duda, aunque hoy como siempre no llega a todos (a la luz de proporcionalidades: no llega a nadie) y de esto el ciudadano chileno es plenamente consciente a lo largo de toda su vida. ¿Qué sociedad puede tolerar tal nivel de injusticia a lo largo de tantas generaciones?, ¿Cómo considerarnos los jaguares de Latinoamérica, si una parte considerable de la población se asemejan más a gatos de basural?, ¿De qué sirven las cifras de crecimiento, si al final del mes no hay nada que echarle a la olla?, ¿Cómo es posible que 20% de los chilenos tengan ingresos nivelados con el de los países más ricos del mundo, tales como EE.UU o Noruega y el 80% restante, similares al de los países africanos más pobres?. ¿Qué democracia y qué criterio de lo liberal puede subsistir en un país con tantos contrastes económicos?

Naturalmente esto ya no pasa por quitarle el apoyo al gobierno de turno y demandar la salvaguarda de la oposición, es la realidad histórica de Chile la que está chocando con un colectivo ciudadano diferente, más consciente, más culto y más abierto al mundo. El chileno en tales términos ya no apuesta ni a derechas ni izquierdas (las encuestas de los últimos 5 años así lo demuestran), porque concibe que en su país la clase política fracasó en su conjunto. Es problema de ellos que continúen sacándose los ojos y festinando con sus fracasos, la gente ya se cansó del circo y se aburrió de recibir migajas de pan. Hoy más que nunca exige acción y las herramientas suficientes para ser verdaderos protagonistas de sus propias vidas!

¿Y el Gobierno qué?, ¿Es víctima o responsable?. Sin duda el gobierno de turno es quien debe dar cara por sus propios fracasos y por los fracasos de gobiernos anteriores, no puede hacernos creer que antes de ser gobierno constituyeron una especie de bache. Tratan de colgar responsabilidades a la oposición, siendo que cuando ellos la fueron, más que oposición, eran verdaderos aliados y se sobaban el hombro mutuamente, tanto en los casos de corrupción, como de ocultamiento de información a la opinión pública. Tengamos claro de una vez por todas que cualquier gobierno que asume el poder, asume también la responsabilidad por la historia política de Chile (es el aval): el legado de Portales, de los gobiernos radicales, la dictadura de O' Higgins, los 20 años de la Concertación en el poder, etcétera... si el poncho les queda muy grande, ¿por qué decidieron ponérselo?.

Que sus intenciones de privatizar y hacer "acomodos convenientes" de la economía y de las empresas públicas a modo hormiga choque hoy con el actuar de dirigentes laborales, sindicalistas y una ciudadanía organizada y fuerte, es algo que debieron prever con mucha anterioridad y si ya no se sienten cómodos con haber asumido la dirección del Estado, la opción más decorosa es reformularse o ya no intentar si quiera retenerla. Hace unos días Sebastián Piñera declaró insulsamente que es más difícil ser Presidente que empresario, ¡sorpresa amigo mío!: los 16 millones de chilenos no somos acciones ni papeles inertes, somos actores sociales con el poder de desbancar gobiernos, en especial si estos no aportan nada realmente o pugnan sólo por el interés de su propia gente.

En lo personal, veo con buenos ojos toda esta suerte de marchas y manifestaciones (con salvedad de las detestables acciones del lumpen), me hablan de un país cívico y de una ciudanía cada vez más comprometida con su identidad y con un proyecto de país, en otros tiempos -para provecho de los políticos- difuso. Esta nueva ecuación nos da fuerzas para no permitir que se sigan cometiendo ciertas arbitrariedades hacia el futuro.

Ciertamente hay gente que protesta y marcha con desconocimiento absoluto de causa, y otros que durante 20 años, teniendo oportunidad de mejorar las condiciones del país, no hicieron absolutamente nada sustantivo y hoy quieren tomar partido del descontento popular (¿Está tan muerta la Concertación que su única manera de emerger de las cenizas es exacerbando la cisis del Gobierno, no peor por cierto que muchas de las propias?). Yo en lo personal sumo mi espíritu al de los jóvenes y a los estudiantes universitarios, estoy con la gente que terminado un ciclo se pregunta ¿y ahora qué?, ¿dónde está el futuro?, pues aunque el Estado nunca me ha dado nada ni yo he pedido nada de él, no me es indiferente la realidad de muchos otros que sólo tienen en esta institución los medios y la posibilidad de aspirar a un mejor futuro.

En un país donde la pobreza es un mal endémico, es contra natura el impulso por privatizarlo todo. En tal caso me asumo cuasi partidario de las visiones liberales reformistas de principios y mediados del siglo XX y del pensamiento radical que tuvo su cénit en el modelo cepalino, después de todo, no podemos negar que sigue siendo el Estado la institución cardinal del Tercer Mundo.

miércoles, 13 de julio de 2011

"Si la injusticia forma parte de los problemas inherentes a la máquina de gobierno, dejémosla funcionar, que funcione: quizá desaparecerán ciertamente las asperezas y la máquina se desgastará. Si la injusticia tiene una cuerda, una polea, una soga o un eje exclusivamente para ella misma, entonces se podría considerar si el remedio no sería peor que la enfermedad, pero si es de tal naturaleza que requiere que usted sea el agente de injusticia para otro, entonces, digo, ¡viole la ley! que su vida sirva de freno para parar la máquina. Lo que debo hacer es ver a cualquier precio que no me presto para fomentar el mal que condeno"

"El Estado jamás confronta intencionalmente el sentido intelectual general del hombre, sino sólo su cuerpo, sus sentidos. No está armado con ingenio ni honestidad superior, sino con fuerza física superior. Yo no he nacido para ser obligado. Respiraré a mi propia manera. Veamos quién es el más fuerte. ¿Qué fuerza tiene una multitud? Sólo pueden forzarme quienes obedecen una ley superior a mí. Me obligan a llegar a ser como ellos. No sé de hombres que sean obligados a vivir de tal o cual manera por masas de hombres. ¿Qué clase de vida sería esa? Cuando encuentro un gobierno que me dice: Su dinero o su vida, ¿por qué he de apurarme a darle mi dinero? Puede estar en un gran apuro y no saber qué hacer; no puedo ayudar en esto. Que se ayude a sí mismo; que haga como hago yo. No vale la pena lloriquear por él. Yo no soy responsable del eficaz funcionamiento de la maquinaria de la sociedad. No soy el hijo del ingeniero. Percibo que, cuando una bellota y una castaña caen juntas, una no permanece inerte para ceder paso a la otra, sino que ambas obedecen sus propias leyes germinando, brotando, creciendo y floreciendo como mejor pueden hasta que una llega a ensombrecer y destruir a la otra. Si una planta no puede vivir de acuerdo con su naturaleza, muere; lo mismo sucede con el hombre.

Nunca me negué a pagar el impuesto de carretera porque estoy tan deseoso de ser buen vecino como de ser mal súbdito; y en cuanto al sostenimiento de las escuelas, participo educando ahora a mis conciudadanos. No es en relación al particular punto en la cuenta de impuestos que me niego a pagarla. Sencillamente quiero negar mi lealtad al Estado, retirarme y mantenerme realmente apartado de él. No me interesa trazar el recorrido de mi dólar, aunque pudiera, que hasta puede comprar a un hombre o un mosquete para matar a alguien -el dólar es inocente- sino me preocupa trazar los efectos de mi lealtad. En verdad, declaro en silencio la guerra al Estado a mi manera, aunque siempre haré el uso y conseguiré la ventaja que de él pueda, como suele suceder en tales casos"


Tratado liberal sobre la Desobediencia Civil (1849)

lunes, 4 de julio de 2011

Capitalismo y liberalismo en el Tercer Mundo


El presente es un ensayo amplio que cubre varias aristas de una misma temática, por esta razón y dada su inusual extensión lo ofrezco además como archivo en .pdf (descarga
aquí) para que pueda ser leído y profundizado más allá del breve lapso que concita la revisión de un post normal.

I

Hoy es más patente que nunca el hecho de que la sociedad global avanza hacia las disposiciones de un "capitalismo depredador" mundializado, supresor de la espiritualidad y de la fraternidad comunitaria. El materialismo es la nueva religión occidental, internacionalizada a través del brazo imperialista del bloque de países industrializados, que para mantener su estatus de liderazgo, deben desde luego procurar el neutralismo y estancamiento del Tercer Mundo, sofocar subliminal o manifiestamente el progreso económico de los países pobres, que por otra parte ya no son considerados exclusivamente como los portadores de las materias primas, sino también como una "maquinaria proletaria" que junto con encarnar el principal engranaje de la industria (y a un bajo precio) se ha tornado en una masa consumidora, esclava del débito a las empresas transnacionales de productos y a las élites económicas que pululan entorno al sector del retail.

Perder buena parte de tu vida en sacrificadas jornadas de trabajo por un sueldo regular o más bien miserable, para luego destinar en su totalidad aquel poco ingreso mensual al abusivo interés crediticio de los reducidos grupos económicos nacionales y/o extranjeros que se llevan las ganancias al bolsillo o invierten fuera del país (la creciente fuga de capitales), es la insostenible realidad que enfrenta hoy el Tercer Mundo, y que en este preciso momento ha reventado por todos lados. Ejemplos resaltan a la vista: las prolongandas marchas en España y Grecia a raíz de la precariedad en los puestos laborales y el bajo ingreso, marchas de los estudiantes chilenos por democratizar el ingreso a la educación (el gran valor liberal) y arrebatar este legítimo derecho de manos impropias que se acabronaron hace tiempo con este bien público, ofreciéndolo como servicio de acceso exclusivo - al menos en lo tocante a la excelencia - al mejor postor.

A cada segundo vemos como la impotencia de comprenderse fuera del sistema y alejados de la mano del desarrollo, explosiona de diferentes maneras en el Tercer Mundo, ej: retrospectiva a la religión y a las glorias del pasado el el Mundo Árabe e islámico, además de polarización, fundamentalismo y terrorismo contra intereses de los Estados capitalistas (ej: ataque a las embajadas) y de las élites dominantes rendidas a su yugo o compradas por intereses a las que sólo ellas tienen acceso en detrimento de la nación estancada y empobrecida. En Latinoamérica, la escalada del resentimiento social, el incremento del armamentismo y del narcotráfico como respuesta a la falta de posibilidades y forma de acceso a la gran aspiración capitalista, como así mismo una creciente desaprobación a la clase política tradicional - independiente si militan en la izquierda o en la derecha - se tornan en las señales de un alarmante descontento que pone en hilo de duda el funcionamiento de las instituciones y en jaque el futuro del Estado y de la política.

Tal cual los tiempos del Imperio Romano, el planeta sigue siendo epicentro de la dominación y de un distanciamiento inconciliable entre los pocos miles que configuran el quintil de los poderosos y el gran grueso de la población global, la salvedad es que hoy en día los recursos no son conducidos a Roma, sino canalizados a los países industrializados y en especial a los del Atlántico Norte, mismos que dieron origen a la organización territorial del Estado-Nación tras la parcelación de Europa Occidental en unos cuantos reinos de élite germánica y sometidos a la institución del feudalismo. Tras el triunfo, las externalidades y los estragos de la Revolución Industrial, el modelo de Estado-Nación fue exportado por las nuevas potencias capitalistas que fragmentaron el mapa mundial bajo la excusa de una política de autodeterminación de los pueblos, la cual desde luego apuntó a sus propios intereses y no a la armonía con los países explotados. Esta antojadiza repartición del Tercer Mundo tuvo como garante primero a la Sociedad de Naciones y décadas más tarde a la ONU que en palabras del realista y honesto Trasímaco, no vendrían a ser realmente organismos velatores de la paz o de la justicia global, sino más bien instrumentos planificados para satisfacer las demandas del más fuerte.

II

En este nuevo contexto de sociedades privilegiadas y sociedades explotadas, la democracia como tal aviene sólo a los países ricos, mientras que en los pobres no es más que un discurso con mucho eco: una especie de pretensión o ensayo. Aquellos Estados en posición de influir - aunque sea débilmente - en las condiciones de la economía global y que puedan sustentar los mínimos derechos y demandas internas, son caldo de cultivo propicio para los principios democráticos verdaderos y acordes a la era en curso, al resto sólo podemos mencionarlos como democracias incompletas, fallidas, impopulares, etcétera.

En realidad un Estado democrático es aquel que ya no necesita reestructurarse y donde los derechos y demandas civiles están ampliamente cubiertos, como así mismo las nuevas visiones y necesidades son constantemente agendadas conforme avanzan los tiempos, producto de la movilización social, la correcta representación política de los diferentes grupos en el Congreso y de un espíritu societal pluralista y libertario. Diferente tónica la de gran parte de los países en el Tercer Mundo que se consideran así mismos revolucionarios, pues en ellos queda todo por hacerse, configurar no sólo las instituciones sino también la comunidad, sus valores y sus límites, en ellos el libertarianismo y el espíritu progresista que abraza y promueve los cambios sociales, ha sido históricamente reemplazado por una ética constitucionalista y por la sacralización de las leyes, para enmarcar los derechos de la comunidad (con más prohibiciones, responsabilidades civiles y ambiguedades que libertades plenas) y de esta manera mantener la estabilidad de las cada vez más despóticas élites.

La razón por la cual el Tercer Mundo continúa orbitando en torno al discurso socialista y beneficiando las tendencias comunitarias se debe a que en él han fracasado todos los proyectos nacionales claves hacia el desarrollo, más no por carencias propias sino por la incompetencia y el boicot de las élites locales, más tendentes a interactuar con el Primer Mundo que a volcarse al fervor nacionalista. La recurrente satanización que hacen del liberalismo algunos taciturnos intelectuales del Tercer Mundo responde a su conexión de facto con el capitalismo (y por ende el imperialismo actual), producto de que ambos son valores generados por la ética protestante y en tanto achacables al occidentalismo. Sin embargo basta con revisitar los principios de Smith, Locke, Emerson o Weber para percatar que dicha ética no tiene que ver del todo con el utilitarismo materialista sino más bien con el espíritu práctico, con la voluntad emprendedora y la valoración de la realidad objetiva, todo lo cual desde luego pasa por satisfacer ciertas demandas materiales del hombre, pero también por cubrir necesidades espirituales que guardan relación con la identificación comunitaria, el intelecto o la paz mental.

Muchos de los primeros liberales como Thomas Jefferson o los escritores chilenos Blest Gana y José Joaquín Vallejo hicieron patente su condena del materialismo, a la par del clasismo y del racismo de la época, los cuales en su visión no eran más que discursos tendientes a prolongar el estatus esclavista del hombre y por tanto la naturaleza pre-ilustrada de las sociedades. Las ideas que dan fuerza al liberalismo son la razón, la libertad, la independencia, la pluralidad, la voluntad y el contrato (voluntad pactada), de sus pregorragativas sobre la libertad de expresión y pensamiento se tomaron partido a principios del Siglo XX ideologías mucho más radicales como el comunismo y el socialismo y hasta a los más impropios nazismo y fascismo, basados en la idea nietzscheana del Súper Hombre (a todas luces liberal) a quien en el caso alemán colgaron como atributo la raza aria germánica, en la Italia de Mussolini el orgullo por la antigua Roma y en el caso de los turcos post-otomanos, un espíritu panturiano. Ya sea de manera reaccionaria o progresiva, todas las ideologías que coparon los últimos dos siglos tienen fundamento en el liberalismo.

III

En la Ética Protestante y El Espíritu del Capitalismo, Max Weber dejó en manifiesto que la acumulación no es propia de las sociedades protestantes, sino más bien de las mediterráneas (pautadas por las religiones católico romana, cristiano ortodoxa e islámica y todas las tradiciones que les antecedieron), no es de extrañar que dentro de este submundo (del cual por rebote forma parte también Latinoamérica), el capitalismo renuncie a su esencia liberal y a la idea del emprendimiento limpio, para confundirse en un cúmulo de vicios como son la sociedad fragmentada y el materialismo elítico, eterno símbolo de estatus en sociedades que emergieron en torno a la diferencia y donde los hombres jamás fueron considerados del todo iguales.

En el norte de Europa de donde provienen la ética protestante y el verdadero espíritu del capitalismo, las desigualdades fundantes (de raza y estratificación laboral o social) no son tan marcadas como en el sur y en el mediterráneo, un bloque que desde siempre conoció la dominación histórica de reducidos grupos, que bajo pancartas como la pureza de la raza o la descendencia de los linajes colonizadores, se las arreglaron siempre para anichar las mejores parcelas de poder, pulverizando a nivel psicológico el principio de la igualdad en las masas, esto en parte implica también el nacimiento de más organizaciones deshonestas en el sur del mundo (tales como La Cosa Nostra) que en el norte, las cuales a la vez engloban una sublevación de tipo político contra la dominación, tal Al-Qaeda o Hezzbollah del nuevo milenio, contraatacando intereses del actual imperio.

El capitalismo en el Tercer Mundo, ciertamente continúa operando en favor de las élites y tal vez sólo porque esas élites no se sienten parte del proyecto nacional que están llamadas a liderar o por otra parte han trasladado sus lealtades a los Estados industriales que mantienen en vigencia su negocio, olvidándose de su función nacionalista en la política y en la economía. Tristemente esta realidad no puede cambiar de la noche a la mañana, pues de alguna manera mientras más pobre es un país, más paulatino será su distanciamiento del desarrollo y aunque emerjan de vez en cuando elementos revolucionarios dentro de la élite, y comprometidos con un proyecto nacional verdadero (personajes como Hugo Chávez, Mahmud Ahmadineyad o Gamal Abdel Nasser) estos tarde o temprano se verán aislados y tornarán impopulares en su propio domonio, ya que si bien tienen poder de enclaustrar a sus países temporalmente, no logran ningún avance en concreto si no pueden influir en el Sistema Internacional ni negociar nada con él.

El sino de los Estados revolucionarios es que sólo terminan perjudicándose a si mismos, bloqueados y boicoteados por las potencias. Su revolución es el precio del hambre. Por tanto el estancamiento del tercer mundo no puede solventarse con una erradicación de los principios liberales, sino todo lo contrario, conviene madurarlos: bombardear a las sociedades del Tercer Mundo con ideas sobre la autodeterminación, el gran valor del ahorro y del trabajo y la supresión de mitos paralizantes e irracionales (religión, tradición, privilegios, inmovilismo etcétera), romper con la ignorancia, la resignación y el conformismo es la única manera de compactar la distancia entre el pueblo y sus élites, jugar el juego de los poderosos y con sus propias bases (como el esclavo que dejaba de serlo tras conseguir el título de ciudadano romano) es el único camino posible para nacionalizar el desarrollo, que hoy por hoy sólo están gozando las élites económicas y políticas en el oriente y occidente pobre.

Siempre han coexistido dos mundos (hemisférico e industrializado) no sólo a nivel de los Estados sino en los Estados mismos. Por lo tanto el quiebre élite/sociedad en el Tercer mundo no es algo que debamos adjudicar al imperialismo moderno sino más bien a la propia historia, aunque no es menos cierto que las disposiciones actuales han complejizado la relación de fuerzas y amplificado aún más las distancias económicas y sociales, de ahí el creciente descrédito a la clase dirigente en nuestros países. Por otra parte la mejor evidencia de que el capitalismo (totalitarismo económico) y el liberalismo (ideología de la determinación individual) no siempre van de la mano, se ve expresada hoy en día en el Tercer Mundo con el creciente auge del primero y del decaimiento discursivo del segundo y esta razón es muy simple: ni la democracia ni el liberalismo pueden prosperar donde no exista plena igualdad de derechos ni transversalidad de oportunidades para todos los niveles de la sociedad, en cambio el capitalismo prolifera en cualquier contexto, y en aquellos donde la igualdad esté en tela de juicio, será cercado exclusivamente por las clases privilegiadas.

IV

Para renacer en el Tercer Mundo, el liberalismo debe desmarcarse de los logros y fracasos del pasado. En algún momento su ética universalista, integracionista y humanista terminó cediendo terreno al constitucionalismo, transmutándose luego la ley en marco sagrado de la vida social. Para mantenerse en el poder, las élites la han hecho repetar con autoridad de hierro, replegando las fuerzas represivas en todo momento que el pueblo, presionado por sus angustias, decide sublevarse. Esta es una de las razones por las cuales muchos pensadores y tratadistas impugnan al liberalismo ser causa de los males del Tercer Mundo, aunque para los liberales revisionistas y de tradición como Hayek, es un error considerar que el liberalismo muere en la constitución, ya que las leyes no deben ser jamás de largo aliento, sino ir variando conforme el contexto.

Es un impulso conservador y anti-liberal el inmacular las leyes o mantener en vigencia constituciones polvorientas y caducas, liberal en cambio es consolidar la voluntad y el progreso ético, espiritual y material del hombre a lo largo de todas las generaciones, sin un ápice de apego a la idea de atemporalidad. Todo constitucionalismo férreo es un discurso viciado y peligroso como lo es la interpretación ortodoxa o purista ley religiosa (llámese Islam, Cristianismo o Judaísmo), ningún orden que prive de márgenes libertad y cambio, puede ser considerado nunca liberal.

Toda defensa del liberalismo, debe comenzar por separar las aguas y menguar las potenciales conexiones (dadas por lógicas por muchos autores) con el capitalismo. Cabe analizar por otro lado si realmente la actual crisis del Tercer Mundo tiene más que ver con el capitalismo que con la insostenible - e histórica - condición de sociedades bipolares, engendradas bajo un estatus de diferencia que nunca fue del todo solventado. Curiosamente hasta en Estados Unidos, donde hasta bien avanzados los años '60 existía una manifiesta segregación hacia el pueblo afroamericano, la actual integración política, económica y social de las diferentes naciones está al día de hoy más consolidada que en muchos Estados de Latinoamérica, algunos de ellos menos complejos en el crisol racial como el propio Chile, con su trascendental clasismo y atropello de la raza autóctona. No cabe duda de que no es el capitalismo, sino un viejo orden (racista y discriminatorio) el que no ha permitido en estos confines ni la movilidad social ni la integración de los históricamente rezagados al desarrollo.

Más torcida aún la situación de países como Arabia Saudita o el pequeño sultanato de Brunei, creados a la medida de monarcas escandalosamente ricos (dueños de toda la producción nacional) que se echan al bolsillo sociedades paupérrimas en lo económico. El capitalismo que no está provisto de espíritu, puede que haya triunfado aquí con más fuerza que en ninguna otra parte del Tercer Mundo, pero el ímpetu liberal en cambio, ha sido del todo erradicado, ya que su lucha fundante es también la lucha contra los privilegios económicos arbitrariamente creados en favor de una clase nobiliaria, amiga de los discursos racistas y del amparo de la religión como arma manipuladora de las conciencias y supresora de la disidencia.

El liberalismo que emergió con la Revolución Francesa y la Independencia Americana, vino de la mano con los principios ilustrados y la masonería mundial. Explotó en Francia particularmente como la sublevación del Tercer Estado frente a la dominación psicológica, social y económica del clero y la nobleza que se pretendieron depositarios raciales de los últimos dominadores: francos y normandos, vale decir, el liberalismo que es producto de la ética protestante y de la ilustración nació con un fin claro: suprimir las franquicias aristocráticas y terminar para siempre con el despreciable discurso de raza y la viciada ética religiosa. Su lucha logró liberar buena parte de Europa, más no tuvo igual repercusión en los países septentrionales, donde el discurso de la dominación y la diferencia, reemergieron bajo nuevas formas. Tristemente Latinoamérica forma parte de aquellas regiones donde los mayorazgos no lograron ser extirpados.

Conclusión

La crisis del liberalismo en los países hemisféricos en parte es causa del despojo económico y tecnológico en el que subsisten 3/4 partes del planeta. No es muy factible creer ni en la libertad ni en el potencial de la propia voluntad cuando el entorno es peligroso y está surtido de pobreza, así mismo hablar de democracia en los mismos términos empleados en la Europa Occidental, en los países anglosajones o en las pujantes economías del Sudeste Asiático, es una verdadera aberración conceptual si lo llevamos al contexto del Tercer Mundo, escenario de una constante tirantez entre el régimen de derecho y el antiguo orden: racista, clasista y determinista con que fueron estructurados los Estados de esta parcela del mundo y antes que ellos los imperios en los que formaron parte.

La imposición de una minoría con privilegios económicos, culturales y sociales sobre la gran base de una población homogénea en condiciones de vida o sobrevivencia se llama a todas luces "dominación", aunque naturalmente ninguna sociedad podría sobrevivir racionalmente sin este marco de referencia: los mejores están llamados a ser políticos y representar al pueblo, una reina de belleza destaca sobre la media nacional, un hombre de negocios sabe como desmarcarse de la pobreza y un gran deportista no puede perder su cupo entre los mediocres.

Naturalmente no todos somos iguales, sin embargo cuando la virtud del carácter de unos pocos pasa a institucionalizarse como don hereditario o beneficio de un grupo particular, tal élite ya no está sujeta a la idea de progresismo liberal sino anclada en el antiguo orden, constantemente combatido en los países desarrollados (dentro de los cuales pancartas como "nothing is impossible" "do it" y "self made man" aún refuerzan la idea de que el esfuerzo compensa el cambio) pero resistido sin éxito en un Tercer Mundo, cada vez más ahogado en el pesimismo y en la búsqueda infructuosa de una alternativa capital al progreso y el estancamiento. En esta lógica progresan como respuestas radicales, el fundamentalismo religioso en los países islámicos o el comunismo trasnochado en varios puntos de Latinoamérica. Sabemos de sobra que el resentimiento es peligroso y esto ya quedó de manifiesto con la crisis y llegada del Tercer Reich a la Alemania herida en su orgullo tras la Primera Guerra Mundial y hoy por hoy con las redes del terrorismo islámico que operan dentro y fuera del Tercer Mundo y que cambiaron el curso de la historia tras los ataques del 11-S.

El actual espaldarazo entre liberalismo y Tercer Mundo va mucho más allá de las inconciliables distancias socioeconómicas o lo que para Marx es la histórica lucha del proletariado con la clase burguesa, viste a mi parecer matices que sobrepasan lo netamente económico. Pues como bien expresó Jotabeche en su momento: "los pobres han de ser indefectiblemente liberales" ya que a diferencia de lo que muchos piensan y otros tantos autores sostienen, el liberalismo no es bandera de lucha de quienes tienen sus vidas resueltas, sino de aquellos que pretenden cambiar el mundo, y tan importante como esto último: cambiarse a sí mismos.

Ser liberal es romper con el viejo orden y no procurarlo como hacen las ambiciosas élites de los países en desarrollo, que fagocitan para sí buena parte de la acumulación capitalista. Aquel que presenta como escusa los orgullos de raza y la segregación cultural, religiosa, económica y de todo tipo para mantener el estatus de injusticia, será siempre un declarado enemigo del liberalismo como también lo son comunistas, socialistas y nacionalistas, ya que en la visión liberal todo colectivismo peligra con convertirse en base de la segregación misma. El liberalismo es el cénit del humanismo, filosofía que comprende que al hombre sólo lo definen el carácter y sus acciones, no algo tan fuera de lugar y de sus posibilidades como el color de la piel o las creencias que cultural y epocalmente le tocó abrazar.

El liberalismo - reitero - no es el equivalente del capitalismo, menos de ese capitalismo depredador que hace más estragos en sociedades pobres (y afectadas en su más profunda autoestima por la eterna convicción de que existen ciudadanos de primera, segunda y hasta de tercera clase y que la gran mayoría no tiene ni tendrá nunca las mismas oportunidades), es a mi parecer un modo de ver la vida, que implantado en las mentes mutiladas del Tercer Mundo podría revivirlas y cambiar para siempre su forma de desenvolverse en torno a las oportunidades presentes.

Debo acotar que este cambio de mentalidad pasa por ahogar toda traza de superstición o rito involuntario, elevar el espíritu práctico, pensar en el ahora, restar importancia a las corrupciones del mercado, la política o a cualquier otra escusa institucional que signifique una traba mental a nuestros objetivos, desterrar también mitos sacro-santos que a los ojos de la ciencia y del hombre racional de nuestros tiempos, no vendrían a ser más que un cúmulo de promesas y leyendas incomprobables. El liberalismo es la dignificación del SER por sobre cualquier contexto o circunstancia. Mucho antes que éxito, riqueza material y proyección social el hombre debe ganarse así mismo y abrazar su autoestima ante cualquier eventualidad, quien ya haya saldado este paso sabe de sobra lo que quiere, lo que tiene y lo que puede lograr e inclúso está muy por sobre los miramientos del bien y el mal que emplean (aún con éxito) como medio de dominación las religiones y el fundamentalismo ético de la ley. No en vano escribió hace dos décadas Emerson que la confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito.