jueves, 20 de octubre de 2011

GADAFI HA MUERTO. Permítanme dudarlo

Con la agudeza característica de los eruditos en Política Internacional, la semana recién pasada -en una magistral clase dictada en la Universidad de Chile- el profesor trasandino: Ricardo Elía sentenció lo que no es más que una gran verdad respecto a la relación del Imperialismo (en otros tiempos británico y actualmente norteamericano) con los tiranos del Tercer Mundo y particularmente de Oriente Medio, ellos dirían lo siguiente: "Nosotros los creamos, nosotros los elimamos" y cuanto más óptimo si dichos esperpentos son megalomaníacos, porque qué mejor subterfugio que ese para invadir los países, abanderizados en una falsa voluntad democratizadora, que dicho sea de paso nunca se consolida.

Bueno, sólo basta con revisar la historia más reciente para darle la razón a tan avezado catedrático:
  • Saddam Husein [Irak] (1937-2006): Aliado del régimen norteamericano en los años '80 (particularmente en la guerra con Irán de aquella década). Dos décadas más tarde, Estados Unidos lo sentenció a pena capital bajo los cargos de genocidio, violación a los derechos humanos y producción de armas de destrucción masiva (más tarde se comprobaría la no veracidad de este cargo, utilizado como escusa para invadir el país árabe).
  • Osama Bin Laden [Arabia Saudita] (1957-2011): Aliado del régimen norteamericano en la resistencia afgana contra la Unión Soviética en los años '80. Dos décadas más tarde, Estados Unidos dictó orden de capura internacional, bajo los cargos de liderazgo de la -supuestamente existente- red terrorista Al Qaeda, autoría intelectual en múltiples atentados a embajadas americanas durante los años '90 y el ataque a las Torres Gemelas del año 2001.
De más está decir que ni Irak ni Afganistán habían conocido épocas de mayor inestabilidad política y social que la actual (¿dónde está la bendita democracia que preconizaron hace ya casi una década?). La invasión norteamericana y la penetración de fuerzas de la ONU, han sido simplemente nefastas y continuarán siéndolo mientras persistan los intereses imperialistas en la región. ¿Qué se espera para Libia?. "Liberación y democracia" aseguró con su ya característica y patética verborrea el cínico de Obama.

Cambio de leyenda

Antigua: "El parasitismo colectivo impone barreras a la plenitud del individuo"

Nueva: "Pluralismo, igualdad de oportunidades, dignidad material y capitalismo social"


Durante tres años, el encabezado de este blog ha hecho explícita referencia a la visión objetivista de la filósofa judeo-ruso-norteamericana Ayn Rand. Con una sentencia neoliberal, tomada de su prima obra, la novela: The Fountainhead (El Manantial) de 1943 y que es atingente al "egoísmo racional" de su protagonista Howard Roark, encarnación del Übermensch de Nietzsche.

Pese a que los escritos de Rand no han dejado de ser una de mis fuentes predilectas, el liberalismo por el que hoy abogo, es mucho más fundacional, integral y hasta metafísico (o espiritual) que una mera contemplación utilitarista u objetiva, como tienden a ser también todas aquellas teorías sociológico-racionalistas, pero carentes de espíritu, entre las que destacan el Rational Choise, la Teoría de Juegos y la Realpolitik.

Decirse liberal es -antetodo- definirse humanista, además de ecuménico y conciliador. Una ideología de vida, que calza perfecto en aquellos que no siendo religiosos, conservamos preceptos de nuestra formación cristiana y tratamos de aplicarlos en la vida diaria: no condenando la diferencia, analizando los puntos de vista convergentes e intentando comprender sus por qué (Perspectivismo Liberal), dispuestos siempre a abrir nuestras mentes a nuevas ideas, aunque procurando no perder la esencia de nuestras convicciones (el sino conservador de todos los liberales). Creemos que cada persona o individuo es per sé una voluntad poderosa, capáz de transformar el espacio y tracender en el tiempo, pero así mismo, sabemos que el hombre no es una isla y por tanto: Familia, Corporativismo y Estado son entidades primordiales en los procesos de socialización y autodesarrollo.

Por todas las razones expuestas, es que a lo largo de estos tres años, me he ido desmarcando del objetivismo randiano y abrazando -cada vez con mayor fuerza- los principios tradicionales del liberalismo existencialista e ilustrado, que a grandes razgos se encuentran resumidos en los elementos que conforman la nueva leyenda del encabezado:
  • Pluralismo: Base de toda capacidad de elegir en una sociedad
  • Igualdad de oportunidades: Fundamento de la libre y limpia competencia
  • Dignidad material: Cimiento de la libertad personal y colectiva. Urgencia de que cada miembro de la comunidad tenga el suficiente patrimonio, para no verse en la obligación de vender su fuerza de trabajo a precio de esclavitud.
  • Capitalismo social: En pro de la consolidación de una sociedad de pequeños propietarios y dignos emprendedores, en lugar de una estructura viciada, donde persista la excesiva concentración de un pequeño puñado de grandes capitalistas o consorsios, forjados en la inmovilidad social, en la colusión con el Estado (monopolios, oligopolios, corrupción a los políticos y demás prácticas que desafían la libre competencia) y en la explotación proletaria, tanto en el trabajo asalariado, como en el débito comercial y en la banca.
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miércoles, 19 de octubre de 2011

La verdad de los árabes

Varios meses atrás escribí un texto titulado "Falsas apreciaciones sobre el Mundo Árabe", que en términos muy generales expresaba la idea de que "la árabe" no es realmente una comunidad homogénea, ni religiosa, ni racial, ni mucho menos políticamente hablando, como sí parecen suponer los medios de comunicación de masas, rendidos históricamente a una propaganda "occidentalista" (por no emplear el término imperialista) y a toda una cuña de conceptos etnocéntricos, topicismos e ignorantes prejuicios.

Rendido yo también a una impronta atomista -tan connatural a la metafísica liberal- he creído más tiempo de la cuenta y de manera totalmente errónea, que los hechos políticos de Egipto, Libia o Marruecos devienen en una lógica absolutamente independiente a las realidades de Siria, Líbano, Jordania, etcétera o que la existencia o no existencia de un Estado Palestino, puede ser un hecho ajeno a la estabilidad y persistencia de otros Estados árabes y autónomos de la región.- Nada más sesgado y apartado de la realidad.

Y es que pese a estar divididos en más de una decena de Estados artificiales y en muchas más comunidades étnicas y religiosas diferentes, continúa existiendo y persistiendo la Nación Árabe, basada en una identidad común que se sobrepone a las distancias de fe, de raza y de procedencia histórica. Esta idea de comunidad, conocida entre sus gentes como la Umma (hijos de una misma madre) corresponde a nuestra "feliz idea" de la autodeterminación de los pueblos, aunque evidentemente los nefastos Estados imperialistas de Gran Bretaña y Francia de fines del Siglo XIX, jamás habrían permitido a los árabes formar un Estado único desde el Magreb (Norte de África) al Maqrech (Cercano Oriente Asiático), un Estado árabe pluralista y legítimo, con una proyección geoestratégica envidiable (Hacia el Mediterráneo, el Mar Rojo y el Atlántico, las rutas de África y la India) y acceso al 80% de los recursos petroleros del mundo, para provecho no de monarquías títeres injertadas en Arabia Saudí o los Emiratos, sino de toda la comunidad árabe de Medio Oriente.

Tres comunidades confesionales árabes: drusos de Siria, cristiano-maronitas del Líbano, judíos de Yémen

Mucho antes de las conquistas territoriales del Profeta Muhammad (Mahoma) y de los primeros hombres del Corán, los árabes ya estábamos instalados en la historia... registrados en ella como caldeos, asirios, babilonios, amorreos, hicsos, cananeos, fenicios, hebreos y otra decena de naciones del mismo origen: los "hijos de Sem", los semitas. Naciones por naturaleza migrantes y en tanto cosmopolitas, curtidas tempranamente en la diversidad y en el contacto con todos los pueblos de la tierra (Griegos, romanos y bizantinos hacia el Mediterráneo y Occidente, hititas, escitas, eslavos, búlgaros y circasianos hacia el norte de Siria, el Cáucaso y Anatolia, persas, indoarios y asiáticos turcomanos o magiares hacia el este, beréberes y africanos hacia las tierras del Sahara y al sur, en la Península Arábiga) es por esa razón que nuestra gente es también bastante diversa en el fenotipo y otro tanto ocurre con las expresiones culturales y lingüísticas, costumbres y demás, muy diversificadas. Pero si en algo sí se parecen los árabes del Islam, con los cristianos árabes (maronitas, ortodoxos, asirios y coptos), los judíos (mizrahim, ashkenazis, sefaradíes, romaniot o samaritanos) y demás comunidades de habla semítica en Medio Oriente, es en su exacerbada espiritualidad.

Las tres principales religiones de Oriente Próximo y occidente (Cristianismo, Islam y Judaísmo), provienen todas de aquel complejo micro-Universo sobre el que existieron Cristo, Muhammad, Elías y Abraham. El culto al Dios único es una concepción gnóstica que precede toda idea de la autodeterminación -y del liberalismo- y que emergió entre las "naciones del libro" y fue por ellas regada en el resto del planeta, a través de los migrantes judíos dispersos en el Imperio Romano (particularmente, los primeros cristianos), en el corazón del África Negra y hasta en el Sudeste Asiático, por medio de los comerciantes islámicos. Un cánon gnóstico, bien arraigado en las comunidades árabe y judía, es la búsqueda de la verdad por medio de la dialéctica (conversación existencialista) y el respeto hacia los ancianos, depositarios del conocimiento patrimonial. En sus ocho primeros siglos, el Islam, dueño y señor de Medio Oriente configuró una Umma (comunidad) absolutamente heterogénea, con tolerancia a las religiones y costumbres de los pueblos conquistados, así como también a las de los gentiles o extranjeros.

A diferencia de Europa, Medio Oriente en tiempo de los dominadores árabes jamás estuvo cerrado al contacto con otras culturas: conservaron sus factorías y siguieron comerciando en sus tierras los europeos, la cantidad de gentiles superaba por 10 a la de los mismísmos dominadores árabes, por tanto el Islam original se vio en la obligación de forjar una cultura religiosa tremendamente tolerante, cosmopolita y de un matiz escolástico y civilizatorio sólo comparable con Roma. Florecieron en aquellos años la filosofía, la arquitectura, la aritmética, la astrología, los estudios musicales, la química, la botánica y la medicina, además de la transcripción de textos persas, griegos e incluso chinos e hindúes que siglos más tarde llegarían a Europa por medio de eruditos judíos en exilio, fraguando la era del humanismo y culminando en el Renacimiento. Pero toda gloria toca su fin, y esta sucedió con la llegada de los embrutecidos turcomanos, una confederación de pueblos mongoloides, provenientes de las estepas centroasiáticas y que fueron reclutados en un principio como ejércitos de protección fronteriza. Los turcos se internaron tanto en la civilización árabe-pérsica que ya en el Siglo XIV reemplazaron al dominador árabe, aunque a diferencia de estos, no destacarían por su tolerancia, sino por sus crueldades, ortodoxia religiosa islámica (suní) y por oprimir a las sociedades al límite del paroxismo.

Fueron los turcos y no los árabes quienes cerraron las fronteras del Medio Oriente (y las rutas hacia la India) a los europeos. Producto de aquel quiebre gatillan las cruzadas, con la excusa de recuperar los santos territorios bíblicos y Jerusalén (pero en realidad para no perder el acceso a las especias y a las riquezas de Asia) y Cristóbal Colón planea dar la vuelta al mundo -poniendo en práctica su teoría de que el planeta tiene forma esférica- para llegar a la India desde el este, sin depender de despóticas negociaciones con los turcos; tal eventualidad permitió el descubrimiento de un nuevo continente: América. Es a partir de las cruzadas que se forja también el ideario separatista de oriente y occidente, a lo que poco ayuda el hermetismo de los dominadores turcos que en los años venideros, sojuzgan cruelmente a las poblaciones de cristianos árabes, europeos y judíos residentes o se les fuerza a la conversión, se suprime también la práctica de la escolástica, se persigue a los hombres de ciencia, a los gnósticos y quienes se niegan a seguir la religión de una manera ritualista. Las ciencias, las artes y el humanismo que en otros tiempos florecieron en el cosmopolita oriente, lo harán llegado el Siglo XV en la Europa Renacentista con sus Dante, Petrarca, Giotto, Da Vinci, Downald y Monteverdi.

Y así, a pesar de su cercanía geográfica y de un histórico contacto que se extiende a la era neolítica. Europa y Medio Oriente (con sus millones de árabe-parlantes), evolucionaron de espaldas una a la otra. Europa germinando el modernismo y los principios de la diversidad, y Medio Oriente acaudillado por las castrantes políticas de sus gobernantes otomanos. Con la llegada de los siglos XIX y XX, arremete en Europa y el mundo entero el fenómeno de los nacionalismos, cayeron los imperios tradicionales, se repartieron sus dominios los imperios económicos y así como germinó el Sionismo entre los judíos ashkenazíes de Europa Central (en respuesta al Nacional Socialismo y al racismo pan-germánico), también germinó el Pan-Arabismo o Nacionalismo Árabe en Oriente Medio, como reivindicación de los árabes sobre las tierras que comprendían sus antiguos califatos, antes del denigrante arribo de los turcos. En cada uno de los nacientes Estados post-otomanos, el Islam pasa a convertirse también en bandera de lucha ante a los embates de la modernidad, tornándose en muchos casos fundamentalista, por el lógico miedo y reticencia a ser absorbidos por Occidente y caer presa de toda una suerte de fenómenos ajenos a su realidad, como son las corrientes ideológicas del liberalismo, del capitalismo y del socialismo.

Curioso resulta pensar que el estigma de los nacionalismos exacerbados (fenómeno típicamente europeo) terminara germinando las contemporáneas pugnas entre árabes y judíos (en otros tiempos asimilados en la Umma). De un lado, tenemos un Pan-Arabismo que reclama que todos los Estados comprendidos entre Marruecos-Omán y Siria-Sudán, deben ser árabes, con el fin de consolidar a futuro un sólo Estado-nación pluralista, pero unificado en la lengua y cultura árabe común, además de tener por religión oficial al Islam. La contraparte: un Estado Judío, basado también en la idea de que los judíos, pese a su heterogeneidad racial y cultural (más marcada incluso que en los árabes) tienen derechos históricos sobre las tierras de Israel, cosa que no incomodaría a los árabes de no estar aquel Estado insertado en el corazón mismo del Mundo Árabe-Musulmán y representar en su existencia, una de tantas dilaciones achacables al imperialismo británico. Después de todo por muy hijos de Abraham que se sientan, la mayor parte de los habitantes de Israel no dejan de ser colonos y en su mayoría europeos: una especie de cruzados modernos, triunfantes sobre las tierras de Saladino.

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viernes, 7 de octubre de 2011

El Newton tecnológico

La manzana: curioso elemento en la simbología occidental. "Fruto prohibido" y origen del pecado original (tentación lujuriosa) según la moral del Antiguo Testamento y azarosa llave a través de la cual Sir Isaac Newton descubrió una de las principales leyes de la física: la gravedad. Todo en medio de una era marcada por la intransigencia de "los años oscuros" de la inquisición y de la anti-ciencia, que encarnara la baja Edad Media.

Ya en el tramo final del Siglo XX y en esta llamada Post-Modernidad, vuelve a surgir el símbolo de la manzana, aunque de forma mucho menos transgresora -al menos en apariencia- que en los siniestros años del teocentrismo occidental. El emblema Apple representa mucho más que una simple marca tecnológica (probablemente la más prestigiosa, vanguardista e innovadora del mercado), es también la representación misma del paradigma tecnológico de los tiempos modernos, de aquellos usos que a muchos en el mundo entero nos han facilitado la vida, pero que a otros tantos (y con esos tantos me refiero a agentes secretos, instituciones no transparentes y hasta Gobiernos totalitarios o paternalistas) no les es naturalmente nada amigable.

Principal responsable en la implementación -universal- del nuevo paradigma tecnológico (que según algunos historiadores es el clímax del proceso de Revolución Industrial) fue el hombre que partió de este mundo el pasado 5 de octubre: Steve Jobs. Hijo no reconocido de un inmigrante sirio, adoptado y criado por una familia de armenios; su historia se ejemplifica en la "Gran Babilonia" que representan hoy en día los Estados Unidos, donde gran cúmulo de comunidades -provenientes de todo el globo- contribuyen de forma directa o indirecta al esplendor cultural del país-mundo, en un proceso que no es más que la constante dialéctica entre usos y costumbres de las naciones originarias.

Nadie duda que partió un grande, incluso algunos han osado con compararlo con el gran Albert Einstein: padre de la Teoría de la Relatividad (fundamento ideológico de mi escuela favorita del pensamiento liberal: el Perspectivismo) y el hombre que reconcilió a Dios con la ciencia. En adelante, el logo de la manzanita impreso en celulares, computadores, iPods y demás insumos tecnlógicos de uso personal, nos recordarán siempre la que fue su apasionada gestión en vida: aportar a la innovación y al progreso del paradigma tecnológico, del que apenas precenciamos la apertura. Y tal como leí por ahí, en un sitio tan insignificante como este: "primero vino el fuego, luego la rueda, después la escritura, más tarde la imprenta, el avión, los satélites y la computadora Apple". Gracias Steve Jobs!