lunes, 2 de diciembre de 2013

El Islam, la Guerra Santa y la tradición aria en la percepción de Julius Evola


Giulio Andrea Evola (1898-1974) fue sin duda el filósofo más importante del fascismo italiano, un romanista, nacido en el núcleo de una noble familia siciliana de origen normando, que ostentó en vida el título de Barón y obtuvo del Duce (Benito Mussolini) el privilegio de exaltar las consignas republicanas. A Evola correspondió reedificar la mística del orgullo italiano, hundido en oscuros pantanos desde la Alta Edad Media, cuando la Italia Romana se convirtió en botín de los invasores germanos y la vida en sus múltiples regiones quedó asociada a reinos e imperios extranjeros.

En Evola resuenan ecos de un pasado glorioso, indisoluble del honor, de la lealtad y del amor por los símbolos raciales, religiosos y patrios, todo lo cual le posiciona como máximo referente del tradicionalismo. Fascista por convicción y por linaje, a temprana edad se alineó con el nazismo, manifestando años más tarde su abierta oposición a la barbarie y al pomposo culto a la personalidad que encarnaba el Führer. Nada le parece sin embargo más detestable que el Nuevo Orden Mundial -por aquel entonces en ciernes- plasmado por igual en el capitalismo como en el marxismo/socialismo y cuyos principales ejes son: el materialismo, el anti-nacionalismo, la anti-religión y el desprecio por la metafísica de la raza; apuestas que sólo pueden guiar al hombre y a las naciones al paroxismo biológico y espiritual, al fin de las ideas heroicas y de la integridad (de lo cual la separación entre religión, vida y política es sintomático), del honor y de la lucha por el "nosotros", de la sed de conquista y de progreso, entendido en términos no materiales.

Es por las razones arriba mencionadas que Evola contempla con nostalgia el fin de Occidente, del Occidente tradicionalista de antaño, aquel que era capaz de generar grandes proyectos colectivos en nombre del espíritu, fueran estas las cruzadas, el Sacro Imperio Romano-Germano o la Pax Romana. Taciturno entre los muros bombardeados de la Segunda Guerra Mundial, el barón llora lágrimas de tinta y se lamenta por la derrota de sus avatares, por aquellas batallas perdidas para siempre en favor del utilitarismo que ha ganado espacios a la consecuencia, a la rigidez valórica, al respeto por la tradición y por el honor patriótico y familiar.

La leyenda fundante de Roma: la de Rómulo y Remo siendo alimentados por la loba Capitolina, parece sin duda la fábula más absurda jamás contada, sin embargo posee todos los elementos de una epopeya guerrera, ayudando a identificar al romano con la naturaleza prima, dando impulso a su bravía conquistadora. Cuando Roma suavizó su espíritu cedió espacio a tradiciones y religiones foráneas mucho más elaboradas, pero paulatinamente perdió su imperio y sed de conquista, dejando hipotecada la historia de Italia al reparto de múltiples invasores.

Pocos quedan en Occidente y en la Italia pos guerra de Julius Evola, dispuestos a defender hasta la muerte un ideal, mucho menos llevar a cabo una guerra santa. En adelante, las fuerzas que mueven a Occidente poco tienen que ver con lo épico y lo sacro, cada guerra y cada revolución sopesa el materialismo, el honor se vendió al mejor postor, el amor dejó de ser aquella llama del espíritu que nos empuja a luchar y defender un ideal que supera la muerte y a un "nosotros" que nos define mucho más que las posesiones materiales. La triste evidencia sugiere que cada cosa, cada valor y cada sentimiento pasó a convertirse en un bien de consumo, hasta la política contraviene la tradición griega (la de los filósofos), no siendo más que una actividad de pillaje: a la derecha los privilegiados luchan por mantener sus parcelas de poder, a la izquierda los resentidos reclaman derechos donde no han fructificado virtudes, en el parecer del mismísmo Nietzsche.

Segregado el fascismo del continente europeo, Evola predice la disolución de su mundo, el antiguo orden. Ni Hitler ni Mussolini eran de hecho una gran opción -esto Evola lo manifiesta claramente- y sus regímenes de terror fueron justamente eso, coletazos desesperados por mantener en pie un mundo que ya no volverá y que se diluye cada día con la muerte de la tradición, para dar cabida a un orden mucho peor, de irreversible esclavismo. Tal vez el Islam -nos previene Evola- pueda poner en jaque a este Nuevo Orden Mundial de las no patrias, de las no religiones, de las razas diluidas y de las voluntades anuladas, el Islam y su concepto de "yihad" o guerra santa, que en Evola es la máxima expresión de una tradición ario-persa y ario-védica, ligada a la verdadera espiritualidad sufí y a las enseñanzas del Bhágavad-guitá.

La "yihad" consiste en dos naturalezas: una exotérica o pequeña yihad que es la guerra en su concepción tradicional (hombres contra hombres, naciones contra naciones, e imperios contra imperios), se considera inevitable, justificable, pero a la vez se intenta postergarla por la vía diplomática. Existe también una yihad esotérica o gran yihad liberada por el musulmán en su propio corazón, domeñando los bajos instintos, la pereza y los impulsos demoníacos que le alejan de Dios. Es esta última yihad la que Evola exalta como la esencia perdida de Occidente, destacando que mientras los espíritus deambulen a la sombra del materialismo, no seremos capaces de sacar a flote nuestra esencia divina: el ímpetu guerrero, la voluntad que desplaza montañas y que en tradición de los arios (persas, hindúes, romanos, germanos, vikingos, celtas, etcétera) trasciende la vida y es premiada tras la muerte con la ascención a los mundos superiores: llámese este Yanna, Valhalla, Nirvana, Paraíso o Campos Elíseos.

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