martes, 21 de octubre de 2014

Giordano Bruno


A cuatro siglos de su silenciamiento: Giordano Bruno, nombre que da vida a innumerables logias masónicas, editoriales, bibliotecas e instituciones de pensamiento laico en general, se transmutó en mensaje, en acción y en la encarnación misma de la metafísica occidental, una que -a juicio del gran Nietzsche- debemos desprender de toda una carga de superchería judeo-cristiana, hasta llegar a la lucidéz filosófica de los griegos y al espíritu práctico y fría racionalidad de los romanos.

Condenado a la hoguera por la Santa Inquisición en el año 1600 de nuestra era, por defender un orden de ideas -rastreable hacia los presocráticos- que contrariaba los dogmas eclesiásticos, más no la verdadera naturaleza de Dios, el "gran nolano": astrónomo, místico y sofista, fue principal precursor del pensamiento renacentista, un gnóstico panteísta para quien Dios y su creación (el Universo) son el UNO (el TODO) e indivisibles, lo incombustible, lo infinito.

Bruno, intelectual libertario de naturaleza inconformista, nace desde luego en la cuna más privilegiada del pensamiento europeo y escolástico: la Italia de fines del Medioevo, particularmente en un villorrio cercano a Nápoles (la antigua "Nea Polis" de los griegos), capital del mundo de las ideas y cruce de civilizaciones (latina, griega, germánica, bizantina). Contrario en gran medida a Aristóteles (y en tanto a sus traductores: Santo Tomás y Averroes), Bruno no está de acuerdo con la idea de que el universo tiene límites y el tiempo es infinito, propone en cambio que el primero es infinito y el tiempo -aunque no lo señala claramente- una ilusión: los "ciclos del ser" que no son más que meros "accidentes" en el eterno transcurrir de la existencia única: la de Dios.

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Aquello que llamamos mundo (ya sea la tierra, ya sea el Universo/Multiverso o nuestro habitat más cercano) está plagado de "seres": existencias efímeras, "accidentes" (como los llama Bruno), ilusiones, falsos dioses, insignificantes porciones del TODO. Aquellos seres nacen, se desarrollan, mueren y remergen bajo un sin fin de formas, siendo "el cambio" la principal ley que les rige, una constante que atemoriza a los "seres conscientes", ansiosos frente a la certidumbre de la muerte; la semilla germina, se expande por la tierra, se convierte en raíces, las raíces afloran en forma de planta para trocarse en árbol, luego el árbol fenece y se convierte en abono y oxígeno, es decir en más vida y así una y otra vez la parte vuelve al TODO, nada es ajeno al TODO, nada puede serlo. Tras todas aquellas máscaras, invariable únicamente es la naturaleza de Dios y en ella Bruno contempla una voluntad de eterna vida, de lo cual se desprende que Dios no es un "ser" (un Demiurgo) que reviene sobre sí mismo, sino la escencia única e infinita que está en constante expansión, como el Universo/Multiverso (su obra y alma).

Aquel pensar libre de dogmas (librepensamiento) e indiferente ante la "palabra revelada" es sin duda la génesis misma del pensamiento liberal, el gran legado que nos dejara Giordano Bruno y por el cual bien valió su sacrificio en calidad de mártir. El orden de ideas -refrescante para la época- es de todas formas un revenir de la cosmovisión griega y tras ella, de las enseñanzas más herméticas del Antiguo Egipto, que a su vez fueron atribuídas a la mítica Atlántida y que aún hoy encontramos disgregadas y mezcladas con las más adulteradas supercherías en todo el mundo euroasiático, donde han pugnado y colisionado desde tiempos inmemoriales la espiritualidad ario-solar y el materialismo de los entes telúricos, representando unos la gnosis (el "conoce por ti mismo") y otros el dogma (la "palabra revelada es ley"), dualidad que hasta estos días siembra dudas y discordias en nuestras frágiles mentes y espíritus.

El panteísmo de Bruno se torna significativo a inicios del siglo XIX  en la gestación del llamado movimiento constitucionalista de Occidente, resuelto en separar la religión (vía espiritual) del Estado (vida civil), para dar fundamento a la república parlamentaria como forma de gobierno indispensable de los nuevos países independientes, gestados sobre la base de la pluralidad étnica. Es sustento metafísico en el ideario de Hobbes, Locke, Adam Smith y otros grandes precursores del liberalismo tradicional (prudente, honesto) y se respira también en las magnas obras del suizo Hermann Hesse: "Siddharta", "Demian", "El Lobo Estepario", "La Ruta Interior"... en el sufismo cristiano de "El Profeta" de Khalil Gibrán y en la filosofía positiva del New Thought (sgls XIX-XX) así como en los escritos del gran Emerson, quien en su ensayo "Compensación" (1841) expone lo siguiente:"El alma se esfuerza en vivir y obrar a través de todas las cosas. Quisiera ser el hecho único. Todo lo demás, poder, placeres, saber, belleza, le sería dado de añadidura".

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