domingo, 27 de octubre de 2013

Águila Herida: La inminente resurrección del Panarabismo

"Nuestro objetivo básico es la destrucción de Israel, el pueblo árabe quiere luchar"
(Gamal Adbdel Nasser)

Son estos, tiempos decisivos para la "cuestión árabe": la exaltación de una lucha común que afecta a un gran contingente del Tercer Mundo y cuyo punto de inflexión fueron las expediciones napoleónicas y británicas del siglo XVIII, que darían premeditado impulso al deterioro del Imperio Otomano, dejando el camino libre al imperialismo atlántico, que se consagra en su máxima aberración con la instauración del Estado de Israel en 1948.

Israel: el sueño de Spinoza, Disraeli, Herzl y del congreso de los "Sabios de Sión", cenit de décadas y tal vez siglos de maquinación asquenazí cuyo objetivo final (y al que vamos a todo motor encaminados) es la consagración de un Nuevo Orden Mundial: secular, individualista, anti-religioso y anti-nacionalista en lo tocante a los "goyim" (gentiles o no judíos) que inconscientes o indiferentes ante el espirit de corp que encarna la identificación con los símbolos de la raza, de la cultura o de la religión propia (en esto consiste la actual propaganda sediciosa de los medios "sionizados" contra el Islam y la religión católica) llegará a ser simplemente una manada global, desprovista de voluntad y del romanticismo de nuestros antepasados, valorada en cifras y sacrificada al juego de la de la oferta y la demanda en el escenario de un capitalismo poco ético, acaparado por minorías avaladas por la judería internacional que tiene monopolizado hace mucho el control de la banca, de la política gubernamental de los países (izquierda o derecha son hoy la misma basura), de los organismos internacionales (ONU, Banco Mundial, FMI) y de las transnacionales. 

Ya desde el siglo XIX nos han venido advirtiendo del plan sionista muchos de los avatares nacionalistas y religiosos de la historia reciente: Henry Ford, Adolph Hitler, el Gran Muftí de Palestina, Nasser, el Ayatollah Jomeini... gran parte de ellos -lamentablemente- enemigos del régimen democrático que exalta la libertad individual, apela a la diversidad y abre las fronteras de los países al mercado global, aunque el precio por aquello lo estemos pagando hoy en día, con sociedades cada vez más empobrecidas, endeudadas y desmoralizadas, que suplen su falta de identidad en la aspiración e imitación de lo foráneo en un subconsciente culto al imperialismo americano. La manipulación sionista que tiene a su favor el control de los medios de comunicación globales y reproducen mántricamente las imágenes del Holocausto (como si de la Segunda Guerra Mundial sólo contaran los muertos judíos) ha cumplido con la labor de transmutar todo ícono nacionalista o religioso en "el eje del mal", en los representantes del Diablo, un diablo que desde luego no compra productos Kosher.

Muchos desconocen sin embargo que "el palo blanco" tras el Holocausto y la parafernalia de los nazis, fue la satánica familia judía Rothschild: los grandes banqueros internacionales a quienes el Imperio Inglés otorgó títulos nobiliarios y que tras aquella Segunda Guerra lograron tener al fin su propio país-feudo: Israel. Fueron representantes de esa misma familia los que prepararon el camino al cáncer socialista, financiando los escritos del judío alemán Carl Marx y a toda una manga de resentidos bolcheviques (cuyos principales líderes desde luego también eran judíos) que hicieron de Rusia la cuna de un imperio comunista, enemigo del nacionalismo y de la religión de los zares: el cristianismo. Curiosamente, el origen, destino y muerte de la Unión Soviética fue deparado desde la cuna del capitalismo occidental: Nueva York, ciudad que puede jactarse de tener tantos judíos como la propia Israel. 

La historia es un libro abierto que no miente y bien saben esto los hijos de Caín: Donde hayan nacionalistas, hombres de religión, amantes de su cultura, gente noble, honesta y determinada, los judíos estarán siempre en problemas ¿No se repite acaso la misma historia en Egipto, Babilonia, Roma, la Inquisición Española y la Alemania Nazi?

PANARABISMO VS PANISLAMISMO

Dos de los líderes más importantes del nacionalismo árabe: El gran Muftí de Palestina, Haj Amin Al Husseini  (izquierda) y el Rais egipcio, Gamal Abdel Nasser (derecha).

En imágen, el egipcio Hassan al Banna, masón, fundador de la polémica sociedad de los Hermanos Musulmanes, génesis del fundamentalismo islámico y de la intolerante ideología religiosa panislamista que tanto daño ha hecho a los países árabes y no árabes de Medio Oriente, para provecho y continuidad de los fines de políticos Israel y del imperialismo norteamericano. Hamás y Al Qaeda son filiales de la misma, cuya mano se oculta tras múltiples atentados y organizaciones que perjudican la paz en la región.

El panarabismo o nacionalismo árabe, surgió a mediados del siglo XIX secundando la lógica de los movimientos nacionalistas europeos, todos productos posteriores a la Revolución Industrial y al imperialismo asociado que significó movilizar capital y mano de obra del centro económico (Europa) a la periferia (Asia, África, el Subcontinente Indio) confrontando a los colonizadores con un "mundo de razas", dividido en adelante entre una mayoría de explotados y una minoría de explotadores. Fueron justamente estas cuestiones las que enfrentaron los árabes en plena disolución del Imperio Otomano, cuando queriendo diferenciarse de los odiados dominadores turcos, se plantearon una identidad idiomática: la nación árabe, una patria absolutamente heterogénea conformada por hombres de raza blanca, mediterránea, negra y asiática y en la que cabrían por igual levantinos (sirios, libaneses y palestinos), iraquíes, egipcios, magrebíes (marroquíes, argelinos, tunecinos) y sudaneses.

A comienzos del siglo XX, los imperios británico y francés reemplazaron al dominador otomano en el mundo árabe, prometiendo a los líderes políticos la pronta liberación y conformación de un Estado Árabe que unificaría el norte de África con el Medio Oriente. Desde luego esto no sólo no sucedió, tras la salida de los británicos se forjaron además todas las condiciones para que aquel mundo árabe fuera disgregado por nuevas corrientes nacionalistas y sectoriales en lo religioso que jamás permitirían la unión, sumado a ello el imperialismo no se retiró del todo de la región, dejaría enclavada para siempre una embajada en el corazón de Medio Oriente: la patria judía, Israel.

La ideología sionista que llevaron a oriente los judíos europeos, tras la ocupación ilegal y prepotente de Palestina a comienzos del siglo XX, ayudó a exacerbar la idea de nacionalismo árabe. Fue entonces cuando cobraron fuerza las ideas de filósofos sirios y libaneses como Zaki al Arsuzi y Michel Aflaq, quienes inspirados en la tradición prusiana, asumieron la responsabilidad de construir los símbolos comunes de la nación árabe, más allá del decaído orgullo, de la certera diversidad y de las diferencias locales, de esta manera secularizaron a la figura espiritual del profeta Mahoma y a la noble religión del Islam, convirtieron en ícono al beduino: antepasado común de los árabes y se hicieron de una simbología patríotico-militar-religiosa, consistente en la media luna, las espadas cruzadas o el águila (tomada de las banderas romanas, al igual que hicieran los nazis), todo ello sirvió como fermento de un sentimiento identitario propiamente árabe, el cual se fortalecerá aún más tras las derrotas diplomáticas y militares frente a Israel, comenzando por "la catástrofe palestina" o Nabka: el día que la ONU regló la creación del Estado judío.

El árabe, una raza más espiritual que antropológica, desciende de todas las grandes culturas antiguas, que forjaron el destino de la humanidad, desde Sumeria a Egipto, pasando por Babilonia, Asiria, Fenicia, el Imperio Hitita y Persia. Comparado con estas antiguas y prósperas civilizaciones, los míticos, bíblicos pero siempre mediocres reinos judíos, sólo fueron unos cuantos asentamientos en la Palestina histórica, totalmente rudimentarios y por lo mismo sus gentes más de alguna vez dominadas, desplazadas o vendidas como esclavos por los imperios colindantes. Sin embargo aquellos judíos tuvieron a su favor desde el primer día la perseverancia de la fe en el Dios único (fe por lo demás influenciada por los persas) lo que les generó una idea de identidad racial y el imperativo de no mezclarse entre las naciones receptoras al punto de desaparecer. Así lo han venido haciendo durante los últimos tres mil años y esto es en gran parte la génesis de la desconfianza mutua entre judíos y gentiles.

El vivir dispersos entre los reinos e imperios más avanzados de la antigüedad  conservando siempre la particularidad de su raza, les permitió a los judíos evolucionar intelectualmente y absorber durante siglos conocimientos científicos, alquímicos, matemáticos, filosóficos, numerológicos y esotéricos que vienen colectando desde su cautiverio en Babilonia y Egipto, así mismo supieron aprovechar el influjo cultural de los conquistadores persas y griegos que anexaron Palestina en la antigüedad  para luego abrirse paso por Roma, el Imperio Sasánida, la India, el norte de África, la España musulmana y la Europa del Renacimiento, logrando estar siempre a la vanguardia y liderando toda revolución política y social. 

Considerando todos estos eventos, es comprensible porqué los judíos han logrado dominar desde la Edad Media el arte de la diplomacia, de la economía, la especulación y la ciencia de la riqueza (fueron fundadores de los primeros bancos europeos y de la usura), llevando a cabo gran parte de su historia una estrategia de camuflaje o de asimilación engañosa (desde el hacerse pasar por cristiano o musulmán en el medioveo, a las más selectas prácticas de espionaje político), son también fundadores de la psicología (¿quién mejor que un judío puede comprender la mente humana?) y los primeros en razonar y practicar el poder persuasivo de la publicidad. Al margen de la religión -y a veces en contra- se les atribuye también ser los principales responsables de proliferar las ciencias ocultas, con aportes que van desde el empleo de la Cábala y el Talmud al Tarot, la cartomancia y las escuelas de misterios, tales como el Rosacrucismo y la Masonería.


Desde luego, una nación con tales antecedentes históricos no puede ser considerada menos que peligrosa por los partidarios del nacionalismo, por los hombres de religión o por los defensores de la economía local. Así lo entendió Bismarck, cuando promovió la asimilación y conversión de los judíos alemanes al cristianismo, pues no en vano fueron esos mismos judíos los que tres décadas más tarde traicionaron a Alemania y se aliaron con Francia y Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial, desatando el odio alemán y la escalada del nazismo. Similar cosa hicieron los judíos negros de la India, quienes facilitaron el ingreso de la dominación e imperialismo británico al subcontinente, los judíos de China, responsables directos de las sanguinarias guerras del Opio junto con los británicos y desde luego, el imperialismo británico y francés estuvo infestado a todo nivel de machiavellos judíos, lo mismo que ocurre actualmente con la invasión norteamericana en Medio Oriente y su presencia siniestra pero no casual en Mesopotamia (la actual Irak), prostituta maldecida por los profetas de Israel. Tres mil años después, más allá de asirse con los recursos energéticos de Irak (petróleo y gas), están llevando a cabo su venganza onírica (simbólica).

Aquel pueblo oscuro y deicida es en esencia incompatible con el espíritu árabe, herencia de la ética integral zoroastriana (persa) practicada durante miles de años, que es el corazón mismo del Islam verdadero y que se traduce en la derrota del mundo material por el espiritual (los judíos encarnan la victoria del primero) a esto apelaban también los nazis y por esta razón muchos de ellos buscaron asilo en el Mundo Árabe tras la derrota de Hitler. El geist árabe es un arquetipo incapaz de separar vida de espíritu: patriotismo y religión de política, lo más cercano al Superhombre del que hablaran Nietzsche y Hesse y que es tan bien reproducido en ejemplos de integridad y lucha como Nasser, el Gran Muftí de Palestina o el héroe de las Malvinas: Mohamed Alí Seineldín, hombres que con tal de preservar los más altos valores de la nación: libertad, moral, tradición y orgullo, estuvieron dispuestos a sacrificarlo todo. Es este arquetipo épico, el que falta hoy en día entre los líderes de un Mundo Árabe e Islámico "sionizado" y plagado de Mubaracks, Gadafis, y Bin Ladens que no representan para nada la virtud de los mencionados anteriormente, pues desde luego son simples caricaturas, amigables a Israel y referenciales del "líder acéfalo" que facilita el camino al imperialismo, a la pobreza y a la desintegración interna de los países.

Sólo me resta agregar que hoy por hoy que poseo la madurez suficiente para entender que la idea de democracia es un suicidio en muchos países, prefiero que existan cien dictaduras como la de Bashar Al Assad en Siria y hasta otras tantas como las de Hussein a esa falacia que está promoviendo el sionismo a través de la ONU y EE.UU. en Siria, Irak, Egipto y Libia y que a la fecha sólo ha engendrado gatopardismo (confusión política) y multiplicado los muertos en la región. El mundo árabe comienza a despertarse de su mal sueño, pero reconociendo en lideres como Al Assad el heroísmo de aquellos grandes hombres que luchan contra gigantes o causas imposibles, la de Siria consistente en mantener a todo costo su autodeterminación política y económica (un ejemplo para todos los países corrompidos del Tercer Mundo), no resultando para nada extraño que los rebeldes que luchan contra el régimen sirio, sean una manga de hambrientos mercenarios, provenientes de muchos países y financiados por tres actores que tienen gran interés en debilitar a Irán y diluír toda la influencia que este país musulmán no árabe ejerce sobre la región y principalmente en Siria. Estos tres actores son Arabia Saudita, Israel y Estados Unidos. 

Pese a que el futuro no parece nada prometedor, estoy seguro -sin embargo- de que de las ruinas de aquel mundo árabe, heterogéneo en lo racial pero cada vez más UNO en el espíritu, remergerá sin duda un nacionalismo panárabe fuerte, mucho más consciente y pujante, un nacionalismo árabe secular, liderado por las naciones del Levante (Siria, Líbano, Palestina) y que mutilará la influencia de los petrodólares, del sectarismo religioso que tanto divide a cristianos y musulmanes, desterrando para siempre el fundamentalismo islámico (principal arma con la que opera el imperialismo su plan de desintegrar el Mundo Árabe) y poniendo en evidencia a los traidores gobernantes sauditas, peones del colonialismo, socios y pupilos de Israel. 

Es este tipo de nacionalismo el que se necesita para enfrentar al Nuevo Orden Mundial, el cual debe comprenderse como la victoria del capitalismo judío, traducido en pobreza, endeudamiento, esclavitud y tristeza para todas las demás naciones. Se necesita de un nacionalismo árabe indiferente a la ceguera ideológica y religiosa, como así mismo abiertamente opuesto a la Arabia profunda, rica en petróleo, pero ignorante y aún en pañales frente las conquistas y el legado histórico de los árabes blancos de las regiones meditérraneas, llamados a liderar el bloque regional. Este nacionalismo por el que muchos pugnamos, debe apostar por Irán y no por Arabia Saudita, por el amor a la tradición más que por al amor al dinero que tanto ha corrompido a las élites de nuestros países. Es el Irán de Jomeini: la antigua Persia de los arios, así como la gran obra de Nasser y de todos los prohombres árabes e islámicos, la guía necesaria para terminar con cien años de pesadilla en esta lucha final, secuela de otras tantas en las que nos robaron todo, menos la integridad.