Niña parsi de Irán, elevando sus manos hacia lo alto (hacia Ahura Mazda) en presencia del gran profeta Zoroastro
Veneran a Dios como fuente de la luz, de la vida, de la justicia y del amor sobre un universo dual, compuesto por la conjunción del espíritu y la materia, de lo inmortal y lo finito, de lo puro y lo corrupto. Practican desde hace miles de años una religión donde el Sol, el fuego y las montañas son lenguaje simbólico de purificación y el eje de sus ritos iniciáticos.
Se llaman así mismos arya, "los puros", "los nobles" en referencia etnica a sus ancestros nórdicos que se internaron en el Cáucaso y las montañas de Siria-Anatolia cerca de 2000 años antes del nacimiento de Cristo, para luego extenderse hacia el sudeste, hacia Mesopotamia, los montes Zagros, la meseta iraní y el norte de la India, donde el contacto con la raza dravidiana impulsó la creación de un sistema de castas, útil para mantener la pureza de la minoría racial dominante y una tradición solar, que subyuga los impulsos de la carne a las virtudes del espíritu.
En Siria-Anatolia, los arya optaron por crear herméticas comunidades sobre las montañas, de modo de mantener vivos el legado y tradición de su espiritualidad solar, y también como modo de protección natural (reducto o fortaleza) frente a la avanzada de los pueblos mesoorientales del desierto y el llano, cuya composición racial y espiritual eran divergentes. Es de suponer también que en las montañas, estas gentes se sintieron en mayor contacto con su Dios y libres de toda una procesión de dioses, idolatrías, ritos y convenciones espirituales, connaturales al espíritu cosmopolita de las grandes ciudades del antiguo Medio Oriente. La montañas son también, testigos privilegiados de las puestas de Sol, el lugar donde los arios depositaban los cuerpos de sus muertos para que fueran reducidos por los buitres, realizaban en ellas las ceremonias del fuego y sorbían condiciones climáticas semajantes al gran norte, de donde provenían sus antepasados.
Ceremonias del fuego, en la primera imágen: parsis de Irán, en la segunda: musulmanes del Kurdistán
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Pero el concepto arya no es del todo una referencia étnica o racial, eso más bien sería su acepción exotérica o materialista, esotéricamente -y sobretodo en la India- arya es una alusión a aquellos iniciados en el ethos solar, los "nacidos dos veces", quienes -se sopone- han muerto para el materialismo y los vicios de la carne, para nacer en cambio a la vía del espíritu, conllevando esta la apertura de un tercer ojo (ajna chakra) hacia la dimensión del mito y de los arquetipos fundantes de la raza aria. Bajo esta perspectiva, sacerdotes y soldados deben configurar la cúpula de las sociedades, recae sobre ellos la iniciación o "segundo nacimiento" y en tanto la responsabilidad de cuidar el destino del pueblo o nación que tienen a cargo.
Nadie mejor que "un nacido dos veces" está en condición de velar por la prosperidad de un conjunto social (comarca, pueblo, ciudad, país, imperio), bajo estos parámetros el líder o la casta dominante estará blindada frente a la corrupción que imponen la riqueza y la lujuria, prefieriendo ante todo el honor, la gloria y la integridad. Esta visión primó también en la Grecia de oro (funda por antiguos colonios arios) sobretodo en la visión platónica del filósofo-rey, aquel que hace suyo el tótem o alma de la nación, guiándola siempre hacia la virtud. Se nos refleja de forma patente también en el geist guerrero de la antigua Roma, una sociedad de soldados ario-latinos (arribados originalmente desde el sur de la actual Alemania) que despreciaron el espíritu burgués de sus civilizados dominadores etruscos y otras sociedades mediterrráneas, al punto de conqustarlos a todos, siglos después esas conquistas fueron también su pérdida pues el "romano civilizado" no era ya el romano guerrero y -parafrasieando a Julius Évola- tanto en la sangre como en el espíritu habría decaído.
En el Oriente, la concepción esotérica del arya refleja toda su grandilocuencia en la lápida del rey Dario, inmortalizada en Persépolis:
"Yo soy Dario, El Gran Rey, Rey de Reyes, … hijo de Vishtasp, el Aquemenide, un ARIO, hijo de un ARIO, un ARIO de linaje ARIO"
Es precisamente en las montañas al este de Persia donde emerge la religión del profeta Zoroastro: una filosofía solar aria, revestida con los colores del monoteísmo. En Zoroastro comprondemos que la luz ha de primar siempre sobre la oscuridad, sólo la luz da vida y que lo alto (el cielo) ha de ser la aspiración del alma humana y no su rendición al pavimento... todo viene de arriba, todo se construye desde arriba nos recuerda el gran profeta persa en la noble religión que precide, donde los dioses dorados de los arios occidentales y de los arios hindúes, se transmutan en el Dios único, de la luz: Ahura Mazda, el mismo Dios del nuevo testamento develado por Jesus-Cristo.
Templo solar en algún lugar del Kurdistán turco
Existen sólidos fundamentos, para sostenter que los arquetipos espirituales del cristianismo son los mismos del zoroastrismo persa y ambos atribuíbles a la tradición solar aria. Esta tradición también es perceptible en las enseñanzas espirituales más herméticas del antiguo Egipto, atribuídas por los sacerdotes de los templos a un conocimiento atlante, también solar, pero probablemente anterior a la humanidad rastreable. Otro tanto se puede decir también de la religión judía y el islam, aquel judaísmo que nos habla de un reino añorado: Salem, de un rey justo: Melquisedec y de un templo solar, el templo de Salomón es un hebraísmo ario, pues los antiguos judíos -desde su cuna cananea- al igual que los fenicios tuvieron también mezcla de sangres con los arios residentes de las montañas del norte de Siria, aquellos que en su tiempo fueron conocidos como pueblos hititas y mitannis... los hititas, particularmente, son mencionados en el Antiguo Testamento y a la caída de su imperio en Siria-Anatolia habrían creado pequeñas ciudades-estado por todo el Levante (desde Siria a Palestina) tras lo cual se fundieron una tradición solar aria y una tradición lunar semita, resultante de ello la religión del judaísmo, que con el paso de los siglos hibridará también elementos de los saberes y religiones de Egipto, Mesopotamia y Grecia. El puritanismo de un Isaías y de un Cristo que ha llegado a vislumbrar la corrupción del templo (de Salomón) proponiendo reconstruírlo en tres días desde el plano espiritual, es un claro reflejo del sustrato solar-ario que se resiste a morir en el judaísmo.
En el Islam, muchos elementos hay también de cristianismo y judaísmo, pero es sobretodo la religión zoroastriana la que extiende sus luces a esta noble religión, particularmente en su veta persa o iraní: el chiísmo, tanto septimano como duodecimano. La misma palabra: Islam es traducible como sumisión a Dios y esta idea traducible a la vez como sumisión a la luz o sumisión a la nobleza del espíritu por sobre la corrupción del mundo material. La figura del sufi o del buen sheij es en tanto la encarnación islámica del filósofo-rey, un guía espiritual del pueblo, por lo general reducido a la dimensión de la comarca... para esta religión -menos desértica y mahometana de lo que se piensa- al igual que en todo el ethos ario, nada puede ser contrario a la integridad, por tanto no se practica una separación entre vida y fe, entre política y religión, todo ha de pertenecer al mismo orden y todo ha de ser dominado por la voluntad del espíritu, una voluntad de amor y de justica. Lamentablemente, aquel Islam corrompido que nos vienen vendiendo -en forma de integrismo religioso- desde el 11 de septiembre de 2001 los medios de comunicación sionistas, es el llamado "Islam Político", un Islam de laboratorio, fundado a comienzos del siglo XX por reformistas liberales, masones y agentes imperialistas como el egipcio Hassan el Banna, fundador de la Sociedad de los Hermanos Musulmanes, que se oculta tras Al Qaeda y el Talibán, agrupaciones hoy financiadas por la CIA para desestabilizar políticamente la región.
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Los decendientes de los hititas, mitannis e iranios sobreviven aún hoy en la región del Kurdistán (extendida entre Turquía, Siria, Iraq e Irán), bajo signos de una pureza racial destacable, de sus aportes no sólo derivan las altas filosofías, religiones y ciencias de Persia y la India; el islam, el judaísmo y el cristianismo que emergieron y se extendieron por aquella región del Cercano Oriente y Asia Central son reminisencias de sus arquetipos, espiritualidad y cultos solares. Hoy en día, no sólo los kurdos, sino también los maronitas, los alauitas y drusos de Siria-Líbano así como la raza de los samaritanos -todos provenientes de las montañas de Siria- pueden jactarse de ser los más puros descendientes de aquellas nobles huestes solares que emigraron hacia el sur del Cáucaso y que con el paso de los siglos continúan practicando los mismos ritos, venerando con igual ímpetu al fuego y al Sol, rezando a los prodigios de la luz o retirandose a sus ermitas montañesas, alejadas del mundanal ruido, ministerio común en San Marún y San Charbel, incansables buscadores de Dios, de quienes se testifican grandes milagros en la dimensión de la fe. La montaña es el gran generador espiritual de los arios de Oriente, el refugio de chatrias y brahmanes solares, la Alamut del Viejo de la Montaña y el templo simbólico samaritano, donde aquellos judíos heréticos se reencontraron con la verdadera esencia del espíritu. No en vano también Cristo hizo sus retiros a la montaña para religar con el Padre Celestial y pronunció allí uno de sus más célebres sermones.
Niño kurdo junto a la bandera de aquel golpeado país que expone victoriosa al "Sol Invictus"