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Lo que ha ocurrido en Egipto (y continúa sin que se vislumbre un pronto final) sería en palabras de Francis Fukuyama: la gran fricción entre una sociedad que avanza hacia el mundo post-histórico, versus una estructura de poder, todavía inmersa en los anales de la historia, en todo lo que en occidente se apunta como antiguo, corrupto y en deshuso; hablo de los vicios de un Estado islámico, que sólo a ratos declara atisbos de democracia (más no de poliarquía, como exigen los tiempos) y que por lo tanto, no está a la altura de las demandas y verdaderas necesidades del pueblo egipcio.
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Los señores políticos, sentados en sus cómodos asientos de cuero, marchando a ritmo de protocolos y discursos, confiando más de la cuenta en las fuerzas de coersión y orden, para mantener una falsa estabilidad local, ya no son fagocitados por las sociedades actuales, tampoco y mucho menos en países en crísis como Egipto y varios o casi todos los de la región, en los que una incalculable diversidad de fuerzas y de cosmovisiones pretende ser parte del juego político y alcanzar sus respectivas cuotas de poder: fuerzas pro-occidentales, agnósticas en lo religioso, cristianos coptos, islámicos moderados, islámicos disidentes y la gente de siempre, aquellos que no se tiñen de ningún color, pero protestan con toda razón cuando no hay trabajo ni nada que echarle a la olla, desde luego son ellos quienes piden la destitución de un apernado, incompetente y hace tiempo lejano: Hosni Mubarak.
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La crisis en Egipto, forma parte del actual cisma de Medio Oriente y de los países norafricanos. Sociedades homogéneas en el conflicto, puesto que en ellas se encuentra más instalada que en ningún otro lugar del planeta, el desgastante contraste entre el mundo histórico y el post-histórico, entre lo occidental y lo oriental, entre la poliarquía y el feudalismo, entre todo lo paternal y caudillezco (moral, política, cultural y religiosamente hablando) en fricción con un nuevo orden de ideas: desteleogizadas y más humanistas.
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Volviendo a la realidad local, es de público conocimiento que en las recientes encuestas: nuestro flamante Presidente Sebastián Piñera ha tocado el punto más bajo de su popularidad con 41 puntos porcentuales de aprobación: bajísimo y alarmante, pero que no es sinónimo de que el Gobierno esté operando mal, sino única y exclusivamente del mal manejo mediático de sus personeros y en particular del mandatario, frente a la vil prensa que todo puede exagerar y desvirtuar.
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Este gobierno le ha dado unos buenos puntapies en el trasero a la administración anterior, ¿Quién lo podría en duda?, el país ha vuelto a crecer como nunca y los empleos siguen al alza. Sin embargo, un pequeño detalle nos hace ruido: Sebastián Piñera no tiene el carisma de Michelle Bachelet (alias "La Gordi") y a la gente, al votante, pareciera que esto es mucho más que un simple detalle de menor importancia.
¿Qué le juega en contra a Piñera?: probablemente muchas cosas, comenzando por su manejo mediático que es pésimo, su discurso mal armado y retrogrado, algo que he recalcado aquí desde su época de candidato, le aflora además un espíritu populista, que por suerte a la mayoría cae mal (sino esto sería Argentina y cualquier Robin Hood, un peronista), ejemplos de esto último, sobran como el oportunismo de sacar el jugo al tema de los mineros y mostrar hasta el cansancio el bendito papel con el escrito de "estamos bien los 33". A ello debemos sumar papelones que dejan entrever su soberbia, como el del helicóptero o su vinculación a negocios que naturalmente levantarían sospechas, algo que finalmente ocurrió con sus acciones de Colo-Colo, frente a la salida de Mayne-Nichols/Bielsa.
No es menos cierto tampoco, que los chilenos cargamos con cierto complejo de infantes, y por muy insuficiente que sea su rol, siempre estamos dispuestos a perdonarle todo a mamá o a la figura materna (Bachelet), mejor aún si pone cara de compungida, o que somos altamente sumisos frente a la tosquedad del taita (Ricardo Lagos). Sebastián Piñera, no cubre ninguno de los dos perfiles anteriores, al contrario: es un político gerencial, y todos sabemos cuanto odio le tiene el ciudadano común a los criterios de empresa: ahorro, previsión, eficacia, crecimiento, desarrollo.
Finalmente y esto tengo que decirlo: es imposíble esperar cifras satisfactorias en las encuestas, si dos de los tres nuevos ministros son Evelyn Matthei y Andrés Allamad, fichajes impopulares por donde se mire. La primera, hija de un miembro de la antigua Junta de Gobierno, una señora que siempre ha manifestado parquedad y actitudes contrarias en materias sociales como la del sueldo ético, se torna incomprensible que justamente a ella se le haya confiado una cartera tan en boga como es el Ministerio del Trabajo, honestamente para no creerlo. Y en el caso de Allamand, con políticos como él, ¿cómo no detestar la política?, hasta ántes de ser ministro se dedicó a dilapidar la figura del Presidente y hoy que tiene una participación protagónica en el Gobierno: "calleuque el loro", qué monumento a la inconsecuencia!. No son de extrañar para nada entónces los resultados de esta encuesta.