jueves, 20 de enero de 2011

El aprendizaje y la enseñanza son más vastos que la oratoria

Sin importar quienes seamos, la actividades que realicemos a diario o la visión del mundo que tengamos, para todos sin excepción: la finalidad de la vida es un eterno y constante aprendizaje.
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Somos la especie más evolucionada e inteligente de este planeta, pero no estamos parados sobre ningún gran abismo, ni hemos construído realmente nada, pisamos un pedastal muy sólido de 5000 a 7000 años de cultura, de innovaciones, creencias y paradigmas. Somos la herencia de los sumerios, de los egipcios, de los antiguos chinos, de los griegos, los romanos, los persas, etc., etc.. No habría existido la era de la computación, de no haberse inventado miles de años ántes el Ábaco, ni Internet de no existir la escritura o la imprenta, los vehículos vinieron mucho después de las carretas y todo transporte tiene su orígen en un gran canasto con dos rudimentarias ruedas empujadas por una yunta de bueyes.
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La gracia de ser humano, es que somos esponjas cerebrales y espirituales ávidas de información, cualquiera nos puede cargar de aquella dósis de sabiduría que tanto necesitamos para sobrevivir en el mundo de las ideas, de los discursos y las creencias. A mí no me cabe la menor duda de que todo es falso o al menos: un acuerdo tácito de credibilidad social, la realidad no es más que una "ilusión colectiva" (en palabras de Philip K. Dick) y el pasado, presente y futuro de nuestra civilización humana, no más que un gran discurso. Entre relativistas, probablemente engruese las primeras filas, pero también sostengo que todo es "fiduciario", y funcionamos de semajante manera en este plano al mundo de la banca, de las inversiones, la bolsa: el mundo del dinero, el cual es menos tangible que las trasacciones hechas en su nombre
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Todo es fiduciario, sí, porque el mundo entero es un constructo edificado sobre una base de ideas, que evolucionan e involucionan constantemente. Que la Tierra era redonda y giraba en torno al Sol, sabían de sobra los antiguos ciudadanos de las polis griegas, plano y centro de todos los fenómenos astrológicos, creyó el retardado hombre medieval, y hoy en día si nadie nos hubiese mostrado desde temprana edad evidencias de que el planeta es redondo y el Universo está en expansión, no tendríamos porqué creerlo. Como ven, todo es un negocio de fe, no estamos seguros de nada, pero le creemos a los chamanes del presente (al científico, profesor, filósofo, economista, experto de todas las lides) aquel que dice saber más que nosotros y cuyo saber está avalado por otros que en algún momento dijeron saber más que él.
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Sin embargo, a lo que voy es a lo siguiente: ni mil aulas de clases, ni mil profesores, ni mil escuelas o institutos, nos pueden enseñar más que la propia vida, ni nosotros aprender nada de nadie, sino comenzamos por comprendernos a nosotros mismos. No hay enseñanza que no devenga de las preguntas, el aprendizaje autárquico siempre superó al docente, porque ahí están los libros para el sediento de conocimientos, ahí están los discos, para el músico que absorbe melodías, los ingredientes para el gastrónomo, las galerías para el artista, los manuales para el técnico y el mundo entero, para quien quiera observarlo o encontrar algo puntual en el, ya sea fijándole los ojos del poeta o ejerciendo el método científico. Todo está en observar.
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La vida por sí misma no te los dá los títulos que necesitas rendir para conseguir buenos trabajos, ni las ganancias (de manera directa al menos no) que requieres para sobrevivir en esta selva, pero te dá a tí mismo y a tu entorno, el Universo del cual crearás un microcosmos en donde formular preguntas y buscar las respuestas necesarias. La escuela de la vida, es infinitamente superior a la oratoria, a tal punto que no trascendieron más los pensadores institutanos, que los grandes filósofos existenciales: Cristo, Platón, Aristóteles, Confusio, Séneca, Virgilio, Averroes o Rosseau; aprendices de la vida, formuladores de preguntas sustanciales y no simples y cuadrados escolásticos.
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