El presente es un ensayo amplio que cubre varias aristas de una misma temática, por esta razón y dada su inusual extensión lo ofrezco además como archivo en .pdf (descarga aquí) para que pueda ser leído y profundizado más allá del breve lapso que concita la revisión de un post normal.
I
Perder buena parte de tu vida en sacrificadas jornadas de trabajo por un sueldo regular o más bien miserable, para luego destinar en su totalidad aquel poco ingreso mensual al abusivo interés crediticio de los reducidos grupos económicos nacionales y/o extranjeros que se llevan las ganancias al bolsillo o invierten fuera del país (la creciente fuga de capitales), es la insostenible realidad que enfrenta hoy el Tercer Mundo, y que en este preciso momento ha reventado por todos lados. Ejemplos resaltan a la vista: las prolongandas marchas en España y Grecia a raíz de la precariedad en los puestos laborales y el bajo ingreso, marchas de los estudiantes chilenos por democratizar el ingreso a la educación (el gran valor liberal) y arrebatar este legítimo derecho de manos impropias que se acabronaron hace tiempo con este bien público, ofreciéndolo como servicio de acceso exclusivo - al menos en lo tocante a la excelencia - al mejor postor.
A cada segundo vemos como la impotencia de comprenderse fuera del sistema y alejados de la mano del desarrollo, explosiona de diferentes maneras en el Tercer Mundo, ej: retrospectiva a la religión y a las glorias del pasado el el Mundo Árabe e islámico, además de polarización, fundamentalismo y terrorismo contra intereses de los Estados capitalistas (ej: ataque a las embajadas) y de las élites dominantes rendidas a su yugo o compradas por intereses a las que sólo ellas tienen acceso en detrimento de la nación estancada y empobrecida. En Latinoamérica, la escalada del resentimiento social, el incremento del armamentismo y del narcotráfico como respuesta a la falta de posibilidades y forma de acceso a la gran aspiración capitalista, como así mismo una creciente desaprobación a la clase política tradicional - independiente si militan en la izquierda o en la derecha - se tornan en las señales de un alarmante descontento que pone en hilo de duda el funcionamiento de las instituciones y en jaque el futuro del Estado y de la política.
A cada segundo vemos como la impotencia de comprenderse fuera del sistema y alejados de la mano del desarrollo, explosiona de diferentes maneras en el Tercer Mundo, ej: retrospectiva a la religión y a las glorias del pasado el el Mundo Árabe e islámico, además de polarización, fundamentalismo y terrorismo contra intereses de los Estados capitalistas (ej: ataque a las embajadas) y de las élites dominantes rendidas a su yugo o compradas por intereses a las que sólo ellas tienen acceso en detrimento de la nación estancada y empobrecida. En Latinoamérica, la escalada del resentimiento social, el incremento del armamentismo y del narcotráfico como respuesta a la falta de posibilidades y forma de acceso a la gran aspiración capitalista, como así mismo una creciente desaprobación a la clase política tradicional - independiente si militan en la izquierda o en la derecha - se tornan en las señales de un alarmante descontento que pone en hilo de duda el funcionamiento de las instituciones y en jaque el futuro del Estado y de la política.
Tal cual los tiempos del Imperio Romano, el planeta sigue siendo epicentro de la dominación y de un distanciamiento inconciliable entre los pocos miles que configuran el quintil de los poderosos y el gran grueso de la población global, la salvedad es que hoy en día los recursos no son conducidos a Roma, sino canalizados a los países industrializados y en especial a los del Atlántico Norte, mismos que dieron origen a la organización territorial del Estado-Nación tras la parcelación de Europa Occidental en unos cuantos reinos de élite germánica y sometidos a la institución del feudalismo. Tras el triunfo, las externalidades y los estragos de la Revolución Industrial, el modelo de Estado-Nación fue exportado por las nuevas potencias capitalistas que fragmentaron el mapa mundial bajo la excusa de una política de autodeterminación de los pueblos, la cual desde luego apuntó a sus propios intereses y no a la armonía con los países explotados. Esta antojadiza repartición del Tercer Mundo tuvo como garante primero a la Sociedad de Naciones y décadas más tarde a la ONU que en palabras del realista y honesto Trasímaco, no vendrían a ser realmente organismos velatores de la paz o de la justicia global, sino más bien instrumentos planificados para satisfacer las demandas del más fuerte.
En este nuevo contexto de sociedades privilegiadas y sociedades explotadas, la democracia como tal aviene sólo a los países ricos, mientras que en los pobres no es más que un discurso con mucho eco: una especie de pretensión o ensayo. Aquellos Estados en posición de influir - aunque sea débilmente - en las condiciones de la economía global y que puedan sustentar los mínimos derechos y demandas internas, son caldo de cultivo propicio para los principios democráticos verdaderos y acordes a la era en curso, al resto sólo podemos mencionarlos como democracias incompletas, fallidas, impopulares, etcétera.
En realidad un Estado democrático es aquel que ya no necesita reestructurarse y donde los derechos y demandas civiles están ampliamente cubiertos, como así mismo las nuevas visiones y necesidades son constantemente agendadas conforme avanzan los tiempos, producto de la movilización social, la correcta representación política de los diferentes grupos en el Congreso y de un espíritu societal pluralista y libertario. Diferente tónica la de gran parte de los países en el Tercer Mundo que se consideran así mismos revolucionarios, pues en ellos queda todo por hacerse, configurar no sólo las instituciones sino también la comunidad, sus valores y sus límites, en ellos el libertarianismo y el espíritu progresista que abraza y promueve los cambios sociales, ha sido históricamente reemplazado por una ética constitucionalista y por la sacralización de las leyes, para enmarcar los derechos de la comunidad (con más prohibiciones, responsabilidades civiles y ambiguedades que libertades plenas) y de esta manera mantener la estabilidad de las cada vez más despóticas élites.
II
En este nuevo contexto de sociedades privilegiadas y sociedades explotadas, la democracia como tal aviene sólo a los países ricos, mientras que en los pobres no es más que un discurso con mucho eco: una especie de pretensión o ensayo. Aquellos Estados en posición de influir - aunque sea débilmente - en las condiciones de la economía global y que puedan sustentar los mínimos derechos y demandas internas, son caldo de cultivo propicio para los principios democráticos verdaderos y acordes a la era en curso, al resto sólo podemos mencionarlos como democracias incompletas, fallidas, impopulares, etcétera.
En realidad un Estado democrático es aquel que ya no necesita reestructurarse y donde los derechos y demandas civiles están ampliamente cubiertos, como así mismo las nuevas visiones y necesidades son constantemente agendadas conforme avanzan los tiempos, producto de la movilización social, la correcta representación política de los diferentes grupos en el Congreso y de un espíritu societal pluralista y libertario. Diferente tónica la de gran parte de los países en el Tercer Mundo que se consideran así mismos revolucionarios, pues en ellos queda todo por hacerse, configurar no sólo las instituciones sino también la comunidad, sus valores y sus límites, en ellos el libertarianismo y el espíritu progresista que abraza y promueve los cambios sociales, ha sido históricamente reemplazado por una ética constitucionalista y por la sacralización de las leyes, para enmarcar los derechos de la comunidad (con más prohibiciones, responsabilidades civiles y ambiguedades que libertades plenas) y de esta manera mantener la estabilidad de las cada vez más despóticas élites.
La razón por la cual el Tercer Mundo continúa orbitando en torno al discurso socialista y beneficiando las tendencias comunitarias se debe a que en él han fracasado todos los proyectos nacionales claves hacia el desarrollo, más no por carencias propias sino por la incompetencia y el boicot de las élites locales, más tendentes a interactuar con el Primer Mundo que a volcarse al fervor nacionalista. La recurrente satanización que hacen del liberalismo algunos taciturnos intelectuales del Tercer Mundo responde a su conexión de facto con el capitalismo (y por ende el imperialismo actual), producto de que ambos son valores generados por la ética protestante y en tanto achacables al occidentalismo. Sin embargo basta con revisitar los principios de Smith, Locke, Emerson o Weber para percatar que dicha ética no tiene que ver del todo con el utilitarismo materialista sino más bien con el espíritu práctico, con la voluntad emprendedora y la valoración de la realidad objetiva, todo lo cual desde luego pasa por satisfacer ciertas demandas materiales del hombre, pero también por cubrir necesidades espirituales que guardan relación con la identificación comunitaria, el intelecto o la paz mental.
Muchos de los primeros liberales como Thomas Jefferson o los escritores chilenos Blest Gana y José Joaquín Vallejo hicieron patente su condena del materialismo, a la par del clasismo y del racismo de la época, los cuales en su visión no eran más que discursos tendientes a prolongar el estatus esclavista del hombre y por tanto la naturaleza pre-ilustrada de las sociedades. Las ideas que dan fuerza al liberalismo son la razón, la libertad, la independencia, la pluralidad, la voluntad y el contrato (voluntad pactada), de sus pregorragativas sobre la libertad de expresión y pensamiento se tomaron partido a principios del Siglo XX ideologías mucho más radicales como el comunismo y el socialismo y hasta a los más impropios nazismo y fascismo, basados en la idea nietzscheana del Súper Hombre (a todas luces liberal) a quien en el caso alemán colgaron como atributo la raza aria germánica, en la Italia de Mussolini el orgullo por la antigua Roma y en el caso de los turcos post-otomanos, un espíritu panturiano. Ya sea de manera reaccionaria o progresiva, todas las ideologías que coparon los últimos dos siglos tienen fundamento en el liberalismo.
En la Ética Protestante y El Espíritu del Capitalismo, Max Weber dejó en manifiesto que la acumulación no es propia de las sociedades protestantes, sino más bien de las mediterráneas (pautadas por las religiones católico romana, cristiano ortodoxa e islámica y todas las tradiciones que les antecedieron), no es de extrañar que dentro de este submundo (del cual por rebote forma parte también Latinoamérica), el capitalismo renuncie a su esencia liberal y a la idea del emprendimiento limpio, para confundirse en un cúmulo de vicios como son la sociedad fragmentada y el materialismo elítico, eterno símbolo de estatus en sociedades que emergieron en torno a la diferencia y donde los hombres jamás fueron considerados del todo iguales.
En el norte de Europa de donde provienen la ética protestante y el verdadero espíritu del capitalismo, las desigualdades fundantes (de raza y estratificación laboral o social) no son tan marcadas como en el sur y en el mediterráneo, un bloque que desde siempre conoció la dominación histórica de reducidos grupos, que bajo pancartas como la pureza de la raza o la descendencia de los linajes colonizadores, se las arreglaron siempre para anichar las mejores parcelas de poder, pulverizando a nivel psicológico el principio de la igualdad en las masas, esto en parte implica también el nacimiento de más organizaciones deshonestas en el sur del mundo (tales como La Cosa Nostra) que en el norte, las cuales a la vez engloban una sublevación de tipo político contra la dominación, tal Al-Qaeda o Hezzbollah del nuevo milenio, contraatacando intereses del actual imperio.
El capitalismo en el Tercer Mundo, ciertamente continúa operando en favor de las élites y tal vez sólo porque esas élites no se sienten parte del proyecto nacional que están llamadas a liderar o por otra parte han trasladado sus lealtades a los Estados industriales que mantienen en vigencia su negocio, olvidándose de su función nacionalista en la política y en la economía. Tristemente esta realidad no puede cambiar de la noche a la mañana, pues de alguna manera mientras más pobre es un país, más paulatino será su distanciamiento del desarrollo y aunque emerjan de vez en cuando elementos revolucionarios dentro de la élite, y comprometidos con un proyecto nacional verdadero (personajes como Hugo Chávez, Mahmud Ahmadineyad o Gamal Abdel Nasser) estos tarde o temprano se verán aislados y tornarán impopulares en su propio domonio, ya que si bien tienen poder de enclaustrar a sus países temporalmente, no logran ningún avance en concreto si no pueden influir en el Sistema Internacional ni negociar nada con él.
El sino de los Estados revolucionarios es que sólo terminan perjudicándose a si mismos, bloqueados y boicoteados por las potencias. Su revolución es el precio del hambre. Por tanto el estancamiento del tercer mundo no puede solventarse con una erradicación de los principios liberales, sino todo lo contrario, conviene madurarlos: bombardear a las sociedades del Tercer Mundo con ideas sobre la autodeterminación, el gran valor del ahorro y del trabajo y la supresión de mitos paralizantes e irracionales (religión, tradición, privilegios, inmovilismo etcétera), romper con la ignorancia, la resignación y el conformismo es la única manera de compactar la distancia entre el pueblo y sus élites, jugar el juego de los poderosos y con sus propias bases (como el esclavo que dejaba de serlo tras conseguir el título de ciudadano romano) es el único camino posible para nacionalizar el desarrollo, que hoy por hoy sólo están gozando las élites económicas y políticas en el oriente y occidente pobre.
Siempre han coexistido dos mundos (hemisférico e industrializado) no sólo a nivel de los Estados sino en los Estados mismos. Por lo tanto el quiebre élite/sociedad en el Tercer mundo no es algo que debamos adjudicar al imperialismo moderno sino más bien a la propia historia, aunque no es menos cierto que las disposiciones actuales han complejizado la relación de fuerzas y amplificado aún más las distancias económicas y sociales, de ahí el creciente descrédito a la clase dirigente en nuestros países. Por otra parte la mejor evidencia de que el capitalismo (totalitarismo económico) y el liberalismo (ideología de la determinación individual) no siempre van de la mano, se ve expresada hoy en día en el Tercer Mundo con el creciente auge del primero y del decaimiento discursivo del segundo y esta razón es muy simple: ni la democracia ni el liberalismo pueden prosperar donde no exista plena igualdad de derechos ni transversalidad de oportunidades para todos los niveles de la sociedad, en cambio el capitalismo prolifera en cualquier contexto, y en aquellos donde la igualdad esté en tela de juicio, será cercado exclusivamente por las clases privilegiadas.
Para renacer en el Tercer Mundo, el liberalismo debe desmarcarse de los logros y fracasos del pasado. En algún momento su ética universalista, integracionista y humanista terminó cediendo terreno al constitucionalismo, transmutándose luego la ley en marco sagrado de la vida social. Para mantenerse en el poder, las élites la han hecho repetar con autoridad de hierro, replegando las fuerzas represivas en todo momento que el pueblo, presionado por sus angustias, decide sublevarse. Esta es una de las razones por las cuales muchos pensadores y tratadistas impugnan al liberalismo ser causa de los males del Tercer Mundo, aunque para los liberales revisionistas y de tradición como Hayek, es un error considerar que el liberalismo muere en la constitución, ya que las leyes no deben ser jamás de largo aliento, sino ir variando conforme el contexto.
Es un impulso conservador y anti-liberal el inmacular las leyes o mantener en vigencia constituciones polvorientas y caducas, liberal en cambio es consolidar la voluntad y el progreso ético, espiritual y material del hombre a lo largo de todas las generaciones, sin un ápice de apego a la idea de atemporalidad. Todo constitucionalismo férreo es un discurso viciado y peligroso como lo es la interpretación ortodoxa o purista ley religiosa (llámese Islam, Cristianismo o Judaísmo), ningún orden que prive de márgenes libertad y cambio, puede ser considerado nunca liberal.
Toda defensa del liberalismo, debe comenzar por separar las aguas y menguar las potenciales conexiones (dadas por lógicas por muchos autores) con el capitalismo. Cabe analizar por otro lado si realmente la actual crisis del Tercer Mundo tiene más que ver con el capitalismo que con la insostenible - e histórica - condición de sociedades bipolares, engendradas bajo un estatus de diferencia que nunca fue del todo solventado. Curiosamente hasta en Estados Unidos, donde hasta bien avanzados los años '60 existía una manifiesta segregación hacia el pueblo afroamericano, la actual integración política, económica y social de las diferentes naciones está al día de hoy más consolidada que en muchos Estados de Latinoamérica, algunos de ellos menos complejos en el crisol racial como el propio Chile, con su trascendental clasismo y atropello de la raza autóctona. No cabe duda de que no es el capitalismo, sino un viejo orden (racista y discriminatorio) el que no ha permitido en estos confines ni la movilidad social ni la integración de los históricamente rezagados al desarrollo.
Más torcida aún la situación de países como Arabia Saudita o el pequeño sultanato de Brunei, creados a la medida de monarcas escandalosamente ricos (dueños de toda la producción nacional) que se echan al bolsillo sociedades paupérrimas en lo económico. El capitalismo que no está provisto de espíritu, puede que haya triunfado aquí con más fuerza que en ninguna otra parte del Tercer Mundo, pero el ímpetu liberal en cambio, ha sido del todo erradicado, ya que su lucha fundante es también la lucha contra los privilegios económicos arbitrariamente creados en favor de una clase nobiliaria, amiga de los discursos racistas y del amparo de la religión como arma manipuladora de las conciencias y supresora de la disidencia.
El liberalismo que emergió con la Revolución Francesa y la Independencia Americana, vino de la mano con los principios ilustrados y la masonería mundial. Explotó en Francia particularmente como la sublevación del Tercer Estado frente a la dominación psicológica, social y económica del clero y la nobleza que se pretendieron depositarios raciales de los últimos dominadores: francos y normandos, vale decir, el liberalismo que es producto de la ética protestante y de la ilustración nació con un fin claro: suprimir las franquicias aristocráticas y terminar para siempre con el despreciable discurso de raza y la viciada ética religiosa. Su lucha logró liberar buena parte de Europa, más no tuvo igual repercusión en los países septentrionales, donde el discurso de la dominación y la diferencia, reemergieron bajo nuevas formas. Tristemente Latinoamérica forma parte de aquellas regiones donde los mayorazgos no lograron ser extirpados.
La crisis del liberalismo en los países hemisféricos en parte es causa del despojo económico y tecnológico en el que subsisten 3/4 partes del planeta. No es muy factible creer ni en la libertad ni en el potencial de la propia voluntad cuando el entorno es peligroso y está surtido de pobreza, así mismo hablar de democracia en los mismos términos empleados en la Europa Occidental, en los países anglosajones o en las pujantes economías del Sudeste Asiático, es una verdadera aberración conceptual si lo llevamos al contexto del Tercer Mundo, escenario de una constante tirantez entre el régimen de derecho y el antiguo orden: racista, clasista y determinista con que fueron estructurados los Estados de esta parcela del mundo y antes que ellos los imperios en los que formaron parte.
La imposición de una minoría con privilegios económicos, culturales y sociales sobre la gran base de una población homogénea en condiciones de vida o sobrevivencia se llama a todas luces "dominación", aunque naturalmente ninguna sociedad podría sobrevivir racionalmente sin este marco de referencia: los mejores están llamados a ser políticos y representar al pueblo, una reina de belleza destaca sobre la media nacional, un hombre de negocios sabe como desmarcarse de la pobreza y un gran deportista no puede perder su cupo entre los mediocres.
Naturalmente no todos somos iguales, sin embargo cuando la virtud del carácter de unos pocos pasa a institucionalizarse como don hereditario o beneficio de un grupo particular, tal élite ya no está sujeta a la idea de progresismo liberal sino anclada en el antiguo orden, constantemente combatido en los países desarrollados (dentro de los cuales pancartas como "nothing is impossible" "do it" y "self made man" aún refuerzan la idea de que el esfuerzo compensa el cambio) pero resistido sin éxito en un Tercer Mundo, cada vez más ahogado en el pesimismo y en la búsqueda infructuosa de una alternativa capital al progreso y el estancamiento. En esta lógica progresan como respuestas radicales, el fundamentalismo religioso en los países islámicos o el comunismo trasnochado en varios puntos de Latinoamérica. Sabemos de sobra que el resentimiento es peligroso y esto ya quedó de manifiesto con la crisis y llegada del Tercer Reich a la Alemania herida en su orgullo tras la Primera Guerra Mundial y hoy por hoy con las redes del terrorismo islámico que operan dentro y fuera del Tercer Mundo y que cambiaron el curso de la historia tras los ataques del 11-S.
El actual espaldarazo entre liberalismo y Tercer Mundo va mucho más allá de las inconciliables distancias socioeconómicas o lo que para Marx es la histórica lucha del proletariado con la clase burguesa, viste a mi parecer matices que sobrepasan lo netamente económico. Pues como bien expresó Jotabeche en su momento: "los pobres han de ser indefectiblemente liberales" ya que a diferencia de lo que muchos piensan y otros tantos autores sostienen, el liberalismo no es bandera de lucha de quienes tienen sus vidas resueltas, sino de aquellos que pretenden cambiar el mundo, y tan importante como esto último: cambiarse a sí mismos.
Ser liberal es romper con el viejo orden y no procurarlo como hacen las ambiciosas élites de los países en desarrollo, que fagocitan para sí buena parte de la acumulación capitalista. Aquel que presenta como escusa los orgullos de raza y la segregación cultural, religiosa, económica y de todo tipo para mantener el estatus de injusticia, será siempre un declarado enemigo del liberalismo como también lo son comunistas, socialistas y nacionalistas, ya que en la visión liberal todo colectivismo peligra con convertirse en base de la segregación misma. El liberalismo es el cénit del humanismo, filosofía que comprende que al hombre sólo lo definen el carácter y sus acciones, no algo tan fuera de lugar y de sus posibilidades como el color de la piel o las creencias que cultural y epocalmente le tocó abrazar.
El liberalismo - reitero - no es el equivalente del capitalismo, menos de ese capitalismo depredador que hace más estragos en sociedades pobres (y afectadas en su más profunda autoestima por la eterna convicción de que existen ciudadanos de primera, segunda y hasta de tercera clase y que la gran mayoría no tiene ni tendrá nunca las mismas oportunidades), es a mi parecer un modo de ver la vida, que implantado en las mentes mutiladas del Tercer Mundo podría revivirlas y cambiar para siempre su forma de desenvolverse en torno a las oportunidades presentes.
Debo acotar que este cambio de mentalidad pasa por ahogar toda traza de superstición o rito involuntario, elevar el espíritu práctico, pensar en el ahora, restar importancia a las corrupciones del mercado, la política o a cualquier otra escusa institucional que signifique una traba mental a nuestros objetivos, desterrar también mitos sacro-santos que a los ojos de la ciencia y del hombre racional de nuestros tiempos, no vendrían a ser más que un cúmulo de promesas y leyendas incomprobables. El liberalismo es la dignificación del SER por sobre cualquier contexto o circunstancia. Mucho antes que éxito, riqueza material y proyección social el hombre debe ganarse así mismo y abrazar su autoestima ante cualquier eventualidad, quien ya haya saldado este paso sabe de sobra lo que quiere, lo que tiene y lo que puede lograr e inclúso está muy por sobre los miramientos del bien y el mal que emplean (aún con éxito) como medio de dominación las religiones y el fundamentalismo ético de la ley. No en vano escribió hace dos décadas Emerson que la confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito.
Muchos de los primeros liberales como Thomas Jefferson o los escritores chilenos Blest Gana y José Joaquín Vallejo hicieron patente su condena del materialismo, a la par del clasismo y del racismo de la época, los cuales en su visión no eran más que discursos tendientes a prolongar el estatus esclavista del hombre y por tanto la naturaleza pre-ilustrada de las sociedades. Las ideas que dan fuerza al liberalismo son la razón, la libertad, la independencia, la pluralidad, la voluntad y el contrato (voluntad pactada), de sus pregorragativas sobre la libertad de expresión y pensamiento se tomaron partido a principios del Siglo XX ideologías mucho más radicales como el comunismo y el socialismo y hasta a los más impropios nazismo y fascismo, basados en la idea nietzscheana del Súper Hombre (a todas luces liberal) a quien en el caso alemán colgaron como atributo la raza aria germánica, en la Italia de Mussolini el orgullo por la antigua Roma y en el caso de los turcos post-otomanos, un espíritu panturiano. Ya sea de manera reaccionaria o progresiva, todas las ideologías que coparon los últimos dos siglos tienen fundamento en el liberalismo.
III
En la Ética Protestante y El Espíritu del Capitalismo, Max Weber dejó en manifiesto que la acumulación no es propia de las sociedades protestantes, sino más bien de las mediterráneas (pautadas por las religiones católico romana, cristiano ortodoxa e islámica y todas las tradiciones que les antecedieron), no es de extrañar que dentro de este submundo (del cual por rebote forma parte también Latinoamérica), el capitalismo renuncie a su esencia liberal y a la idea del emprendimiento limpio, para confundirse en un cúmulo de vicios como son la sociedad fragmentada y el materialismo elítico, eterno símbolo de estatus en sociedades que emergieron en torno a la diferencia y donde los hombres jamás fueron considerados del todo iguales.
En el norte de Europa de donde provienen la ética protestante y el verdadero espíritu del capitalismo, las desigualdades fundantes (de raza y estratificación laboral o social) no son tan marcadas como en el sur y en el mediterráneo, un bloque que desde siempre conoció la dominación histórica de reducidos grupos, que bajo pancartas como la pureza de la raza o la descendencia de los linajes colonizadores, se las arreglaron siempre para anichar las mejores parcelas de poder, pulverizando a nivel psicológico el principio de la igualdad en las masas, esto en parte implica también el nacimiento de más organizaciones deshonestas en el sur del mundo (tales como La Cosa Nostra) que en el norte, las cuales a la vez engloban una sublevación de tipo político contra la dominación, tal Al-Qaeda o Hezzbollah del nuevo milenio, contraatacando intereses del actual imperio.
El capitalismo en el Tercer Mundo, ciertamente continúa operando en favor de las élites y tal vez sólo porque esas élites no se sienten parte del proyecto nacional que están llamadas a liderar o por otra parte han trasladado sus lealtades a los Estados industriales que mantienen en vigencia su negocio, olvidándose de su función nacionalista en la política y en la economía. Tristemente esta realidad no puede cambiar de la noche a la mañana, pues de alguna manera mientras más pobre es un país, más paulatino será su distanciamiento del desarrollo y aunque emerjan de vez en cuando elementos revolucionarios dentro de la élite, y comprometidos con un proyecto nacional verdadero (personajes como Hugo Chávez, Mahmud Ahmadineyad o Gamal Abdel Nasser) estos tarde o temprano se verán aislados y tornarán impopulares en su propio domonio, ya que si bien tienen poder de enclaustrar a sus países temporalmente, no logran ningún avance en concreto si no pueden influir en el Sistema Internacional ni negociar nada con él.
El sino de los Estados revolucionarios es que sólo terminan perjudicándose a si mismos, bloqueados y boicoteados por las potencias. Su revolución es el precio del hambre. Por tanto el estancamiento del tercer mundo no puede solventarse con una erradicación de los principios liberales, sino todo lo contrario, conviene madurarlos: bombardear a las sociedades del Tercer Mundo con ideas sobre la autodeterminación, el gran valor del ahorro y del trabajo y la supresión de mitos paralizantes e irracionales (religión, tradición, privilegios, inmovilismo etcétera), romper con la ignorancia, la resignación y el conformismo es la única manera de compactar la distancia entre el pueblo y sus élites, jugar el juego de los poderosos y con sus propias bases (como el esclavo que dejaba de serlo tras conseguir el título de ciudadano romano) es el único camino posible para nacionalizar el desarrollo, que hoy por hoy sólo están gozando las élites económicas y políticas en el oriente y occidente pobre.
Siempre han coexistido dos mundos (hemisférico e industrializado) no sólo a nivel de los Estados sino en los Estados mismos. Por lo tanto el quiebre élite/sociedad en el Tercer mundo no es algo que debamos adjudicar al imperialismo moderno sino más bien a la propia historia, aunque no es menos cierto que las disposiciones actuales han complejizado la relación de fuerzas y amplificado aún más las distancias económicas y sociales, de ahí el creciente descrédito a la clase dirigente en nuestros países. Por otra parte la mejor evidencia de que el capitalismo (totalitarismo económico) y el liberalismo (ideología de la determinación individual) no siempre van de la mano, se ve expresada hoy en día en el Tercer Mundo con el creciente auge del primero y del decaimiento discursivo del segundo y esta razón es muy simple: ni la democracia ni el liberalismo pueden prosperar donde no exista plena igualdad de derechos ni transversalidad de oportunidades para todos los niveles de la sociedad, en cambio el capitalismo prolifera en cualquier contexto, y en aquellos donde la igualdad esté en tela de juicio, será cercado exclusivamente por las clases privilegiadas.
IV
Para renacer en el Tercer Mundo, el liberalismo debe desmarcarse de los logros y fracasos del pasado. En algún momento su ética universalista, integracionista y humanista terminó cediendo terreno al constitucionalismo, transmutándose luego la ley en marco sagrado de la vida social. Para mantenerse en el poder, las élites la han hecho repetar con autoridad de hierro, replegando las fuerzas represivas en todo momento que el pueblo, presionado por sus angustias, decide sublevarse. Esta es una de las razones por las cuales muchos pensadores y tratadistas impugnan al liberalismo ser causa de los males del Tercer Mundo, aunque para los liberales revisionistas y de tradición como Hayek, es un error considerar que el liberalismo muere en la constitución, ya que las leyes no deben ser jamás de largo aliento, sino ir variando conforme el contexto.
Es un impulso conservador y anti-liberal el inmacular las leyes o mantener en vigencia constituciones polvorientas y caducas, liberal en cambio es consolidar la voluntad y el progreso ético, espiritual y material del hombre a lo largo de todas las generaciones, sin un ápice de apego a la idea de atemporalidad. Todo constitucionalismo férreo es un discurso viciado y peligroso como lo es la interpretación ortodoxa o purista ley religiosa (llámese Islam, Cristianismo o Judaísmo), ningún orden que prive de márgenes libertad y cambio, puede ser considerado nunca liberal.
Toda defensa del liberalismo, debe comenzar por separar las aguas y menguar las potenciales conexiones (dadas por lógicas por muchos autores) con el capitalismo. Cabe analizar por otro lado si realmente la actual crisis del Tercer Mundo tiene más que ver con el capitalismo que con la insostenible - e histórica - condición de sociedades bipolares, engendradas bajo un estatus de diferencia que nunca fue del todo solventado. Curiosamente hasta en Estados Unidos, donde hasta bien avanzados los años '60 existía una manifiesta segregación hacia el pueblo afroamericano, la actual integración política, económica y social de las diferentes naciones está al día de hoy más consolidada que en muchos Estados de Latinoamérica, algunos de ellos menos complejos en el crisol racial como el propio Chile, con su trascendental clasismo y atropello de la raza autóctona. No cabe duda de que no es el capitalismo, sino un viejo orden (racista y discriminatorio) el que no ha permitido en estos confines ni la movilidad social ni la integración de los históricamente rezagados al desarrollo.
Más torcida aún la situación de países como Arabia Saudita o el pequeño sultanato de Brunei, creados a la medida de monarcas escandalosamente ricos (dueños de toda la producción nacional) que se echan al bolsillo sociedades paupérrimas en lo económico. El capitalismo que no está provisto de espíritu, puede que haya triunfado aquí con más fuerza que en ninguna otra parte del Tercer Mundo, pero el ímpetu liberal en cambio, ha sido del todo erradicado, ya que su lucha fundante es también la lucha contra los privilegios económicos arbitrariamente creados en favor de una clase nobiliaria, amiga de los discursos racistas y del amparo de la religión como arma manipuladora de las conciencias y supresora de la disidencia.
El liberalismo que emergió con la Revolución Francesa y la Independencia Americana, vino de la mano con los principios ilustrados y la masonería mundial. Explotó en Francia particularmente como la sublevación del Tercer Estado frente a la dominación psicológica, social y económica del clero y la nobleza que se pretendieron depositarios raciales de los últimos dominadores: francos y normandos, vale decir, el liberalismo que es producto de la ética protestante y de la ilustración nació con un fin claro: suprimir las franquicias aristocráticas y terminar para siempre con el despreciable discurso de raza y la viciada ética religiosa. Su lucha logró liberar buena parte de Europa, más no tuvo igual repercusión en los países septentrionales, donde el discurso de la dominación y la diferencia, reemergieron bajo nuevas formas. Tristemente Latinoamérica forma parte de aquellas regiones donde los mayorazgos no lograron ser extirpados.
Conclusión
La crisis del liberalismo en los países hemisféricos en parte es causa del despojo económico y tecnológico en el que subsisten 3/4 partes del planeta. No es muy factible creer ni en la libertad ni en el potencial de la propia voluntad cuando el entorno es peligroso y está surtido de pobreza, así mismo hablar de democracia en los mismos términos empleados en la Europa Occidental, en los países anglosajones o en las pujantes economías del Sudeste Asiático, es una verdadera aberración conceptual si lo llevamos al contexto del Tercer Mundo, escenario de una constante tirantez entre el régimen de derecho y el antiguo orden: racista, clasista y determinista con que fueron estructurados los Estados de esta parcela del mundo y antes que ellos los imperios en los que formaron parte.
La imposición de una minoría con privilegios económicos, culturales y sociales sobre la gran base de una población homogénea en condiciones de vida o sobrevivencia se llama a todas luces "dominación", aunque naturalmente ninguna sociedad podría sobrevivir racionalmente sin este marco de referencia: los mejores están llamados a ser políticos y representar al pueblo, una reina de belleza destaca sobre la media nacional, un hombre de negocios sabe como desmarcarse de la pobreza y un gran deportista no puede perder su cupo entre los mediocres.
Naturalmente no todos somos iguales, sin embargo cuando la virtud del carácter de unos pocos pasa a institucionalizarse como don hereditario o beneficio de un grupo particular, tal élite ya no está sujeta a la idea de progresismo liberal sino anclada en el antiguo orden, constantemente combatido en los países desarrollados (dentro de los cuales pancartas como "nothing is impossible" "do it" y "self made man" aún refuerzan la idea de que el esfuerzo compensa el cambio) pero resistido sin éxito en un Tercer Mundo, cada vez más ahogado en el pesimismo y en la búsqueda infructuosa de una alternativa capital al progreso y el estancamiento. En esta lógica progresan como respuestas radicales, el fundamentalismo religioso en los países islámicos o el comunismo trasnochado en varios puntos de Latinoamérica. Sabemos de sobra que el resentimiento es peligroso y esto ya quedó de manifiesto con la crisis y llegada del Tercer Reich a la Alemania herida en su orgullo tras la Primera Guerra Mundial y hoy por hoy con las redes del terrorismo islámico que operan dentro y fuera del Tercer Mundo y que cambiaron el curso de la historia tras los ataques del 11-S.
El actual espaldarazo entre liberalismo y Tercer Mundo va mucho más allá de las inconciliables distancias socioeconómicas o lo que para Marx es la histórica lucha del proletariado con la clase burguesa, viste a mi parecer matices que sobrepasan lo netamente económico. Pues como bien expresó Jotabeche en su momento: "los pobres han de ser indefectiblemente liberales" ya que a diferencia de lo que muchos piensan y otros tantos autores sostienen, el liberalismo no es bandera de lucha de quienes tienen sus vidas resueltas, sino de aquellos que pretenden cambiar el mundo, y tan importante como esto último: cambiarse a sí mismos.
Ser liberal es romper con el viejo orden y no procurarlo como hacen las ambiciosas élites de los países en desarrollo, que fagocitan para sí buena parte de la acumulación capitalista. Aquel que presenta como escusa los orgullos de raza y la segregación cultural, religiosa, económica y de todo tipo para mantener el estatus de injusticia, será siempre un declarado enemigo del liberalismo como también lo son comunistas, socialistas y nacionalistas, ya que en la visión liberal todo colectivismo peligra con convertirse en base de la segregación misma. El liberalismo es el cénit del humanismo, filosofía que comprende que al hombre sólo lo definen el carácter y sus acciones, no algo tan fuera de lugar y de sus posibilidades como el color de la piel o las creencias que cultural y epocalmente le tocó abrazar.
El liberalismo - reitero - no es el equivalente del capitalismo, menos de ese capitalismo depredador que hace más estragos en sociedades pobres (y afectadas en su más profunda autoestima por la eterna convicción de que existen ciudadanos de primera, segunda y hasta de tercera clase y que la gran mayoría no tiene ni tendrá nunca las mismas oportunidades), es a mi parecer un modo de ver la vida, que implantado en las mentes mutiladas del Tercer Mundo podría revivirlas y cambiar para siempre su forma de desenvolverse en torno a las oportunidades presentes.
Debo acotar que este cambio de mentalidad pasa por ahogar toda traza de superstición o rito involuntario, elevar el espíritu práctico, pensar en el ahora, restar importancia a las corrupciones del mercado, la política o a cualquier otra escusa institucional que signifique una traba mental a nuestros objetivos, desterrar también mitos sacro-santos que a los ojos de la ciencia y del hombre racional de nuestros tiempos, no vendrían a ser más que un cúmulo de promesas y leyendas incomprobables. El liberalismo es la dignificación del SER por sobre cualquier contexto o circunstancia. Mucho antes que éxito, riqueza material y proyección social el hombre debe ganarse así mismo y abrazar su autoestima ante cualquier eventualidad, quien ya haya saldado este paso sabe de sobra lo que quiere, lo que tiene y lo que puede lograr e inclúso está muy por sobre los miramientos del bien y el mal que emplean (aún con éxito) como medio de dominación las religiones y el fundamentalismo ético de la ley. No en vano escribió hace dos décadas Emerson que la confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito.