jueves, 25 de agosto de 2011

Romanticismo reaccionario

Ciertamente ningún país puede concebir el progreso sin haber fomentado antes una real base de igualdad (igualdad de oportunidades) a la nación o ciudadanía sobre la que gobierna. La seguridad social o el Estado Benefactor son aquí instrumentos prioritarios para lograr la real integración de los desprotegidos, debiendo ser necesariamente fuertes en países subdesarrollados o en vías de desarrollo donde queda por concebirse un capitalismo social y bastante más débil en el pequeño tercio de países ricos e industrializados donde el bienestar o socorro económico/social recae exclusivamente en una minoría que puede estar representada en las últimas generaciones de emigrantes, en las capas más desposeídas del proletariado industrial o en quienes desprovistos de plaza requieran para sobrevivir de un bono de cesantía.

Chile es a todas luces un caso curioso, pues siendo un país en vías de desarrollo, el Estado como ente benefactor es más bien débil y las franquicias públicas a la que todo ciudadano aporta como contribuyente mediante los impuestos, se traducen en servicios pobres y deficientes (todo lo público es de mala calidad: salud, vivienda, educación, etcétera) a esto debemos incluir también los bonos periódicos que se asimilan mejor a un criterio de caridad. Ocasionalmente Chile se piensa así mismo como un país desarrollado, aunque cabe destacar que todavía no rompe del todo con el yugo del feudalismo. Hay quienes adjudican al modelo neoliberal el mal reparto del pastel económico chileno, cuando en verdad esto viene de mucho más atrás.

Del vigente modelo se abrazó con aprensión culposa tanto la derecha liberal (recordemos que los conservadores de antaño eran tremendamente pro estatistas) como la Concertación que gobernó durante dos décadas con él, condenándolo en ocasiones para obtener divisas políticas y continuar apernados en el poder, más sin duda es el modelo que la clase política fagocitó y que hasta nosotros mismos -ciudadanos- fagocitamos sin grandes cuestionamientos. Forjó la cultura de los malls, del retail, de las tarjetas comerciales, de los leasing y los créditos universitarios a destajo que hoy comprometen a familias de escasos recursos a pagar con creces el valor de costosas carreras universitarias en instituciones privadas, planificadas en un principio como prestadoras de un bien de consumo, suplementario al de las universidades tradicionales.

El gran paradigma mercantilista de los noventa: "universidad para todos" acalló en una rarifica mixtura entre lo público y lo privado, al punto de volverse insostenible. De tal manera que ¡no es ético! que el Estado financie créditos en universidades privadas, debiera en cambio procurar gratuidad en las instituciones tradicionales, premiando de paso a los mejores estudiantes secundarios, pero no a cuota de mercado: el cuoteo debe ir de la mano con la cantidad de profesionales que se requieran por cada sector productivo en el país y en tanto el Estado debiera además poner tope a la cantidad de carreras (como así mismo a la cantidad de universidades, muchas de las cuales han aflorado de la nada) que una universidad privada pone en circulación cada año, incluido un cuoteo en las matrículas. Lo que ha logrado este odioso paradigma de "universidad para todos" es endeudar a más no poder a miles de familias desprotegidas y forjar la inaudita realidad de que en Chile sobran profesionales y faltan técnicos.

Defensores o detractores, lo importante es tener claras las cualidades del modelo que convirtió a Chile en epicentro mismo de la globalización económica, material y psicológica, mutiló a la vez nuestro costumbrismo ruralista y nos abrió a una serie de posibilidades de las que no gozaron ni nuestros abuelos ni nuestros padres, pero que continúan y continuarán chocando con nuestras estructuras de pensamiento tradicional. Evidentemente la modernización, la globalización y la apertura radical de los mercados se adaptan mejor a la realidad de un país fundacionalmente rico e igualitario, pero esta dista de ser por mucho la realidad de Chile, segmentado fuertemente entre el grueso de la ciudadanía y sus élites. No es de extrañar entonces que cerca de un 10% de los nacionales, vivan en un verdadero espejismo: concibiendo un Chile desarrollado, o que apenas un 20% crea férreamente en las posibilidades de emprendimiento y el 70% restante (sumido en un mayor pesimismo) conozca de cerca sus injusticias e inequidades.

Apuntaba al inicio de este post, que Chile no derruyó del todo las bases de un feudalismo histórico, basado en el criterio de dominación del colono sobre el criollo, es la razón que nos ha impedido hasta ahora concebir el tan vital capitalismo social que no es el equivalente exacto ni debe justificar entusiasmos por un capitalismo de Estado (la viciada matriz Estado-céntrica o dirigismo económico). La deuda parte de nuestras antiguas élites que jamás estuvieron dispuestas a renunciar a parte de sus regalías en pro de la consolidación de una nación igualitaria de pequeños comerciantes: la pequeña burguesía independiente.

El señor feudal de otros tiempos, conocido en este lado del mundo como "patrón de fundo" sigue siendo dueño absoluto del gran capital, pasando en los últimos decenios del Siglo XX, de ser del dueño del latifundio al poseedor de los consorcios que monopolizan todo el comercio y el sector financiero. El peón actual, no es más que el trabajador común (sin gran capacidad de ahorro) ligado de por vida a aquel séquito de familias burguesas -o más bien aristócratas- por medio de la deuda con sus casas comerciales, instituciones financieras, grandes cadenas de supermercados y universidades privadas, dado que el paradigma mercantilista de estos tiempos es: "universidad para todos".

Me conmueve cuan sabio fue el antiguo pensamiento liberal que previó hace más de dos siglos toda esta suerte de nueva esclavitud: la esclavitud a la banca, la nueva opresión de los burgueses al proletariado, con base en el culto y preeminencia de lo material sobre el espíritu, condena evidente en el pensamiento práctico y sensibilidad protestante de los ideólogos norteamericanos Thomas Jefferson y Abraham Lincoln o en el gnosticismo de los trascendentalistas, entre quienes Ralph W. Emerson y Henry David Thoreau llevaron la batuta.

En nuestra actual situación, no sé si la solución pase por promover un nuevo contrato social, que presione la libertad de elección de las clases acomodadas y directamente de los ricos o de las grandes empresas (dispuestas como siempre a ofrecer simplemente caridad o limosnas), hipotecándolas a la misión de constituir un país más equitativo y justo. No siento que la solución pase por promulgar una nueva constitución política, ni siquiera le tengo fe a los cambios "radicales" en la subvención y reforma educativa, que seguro en menos de diez años volverán a evidenciar toda gama de vicios. Pienso que ninguna solución propuesta (tanto desde la vereda del Gobierno como del evidente populismo en los grupos de presión) aportará gran cosa a lo que debiera paliarse con una revolución más inmediata: de las consciencias y del espíritu.

Tanta modernidad forzada, tanto slogan mercantilista, tanta irrealidad dialéctica nos está ahogando, el hecho vivir en un país con realidades difusas, con doble discurso y hasta con doble estirpe nos ha hecho perder a todos el norte, ignorar nuestra verdadera identidad y hasta nuestras verdaderas necesidades (quien no tiene que comer no necesita de una universidad gratuita, necesita un buen trabajo!)... vivir en un Chile que ejerce por todos los medios la propaganda del desarrollo y de la fastuosidad, cuando lo único concreto es que cuatro millones de nuestros coterráneos -1/4 de la población total, que espera todo del Estado- continúan viviendo en las peores condiciones de pobreza y marginación.

En este sentido, la gratuidad o no gratuidad de la educación superior no es para nada el problema de fondo, sino apenas el pequeño matiz de una realidad país mucho más agobiante e insostenible. Es natural que la abismante desigualdad genere frustración colectiva y esta se convierta en sustento del nuevo romanticismo reaccionario que nos tiene a todos sumidos (ciudadano y gobernantes) en profunda letanía, en un total desconcierto.

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