No existe obra alguna en esta vida, que no haya sido edificada con base en la voluntad, la obstinación, la búsqueda de la belleza, del equilibrio y de la harmonía, la devota entrega, un plan trazado -y rigurosamente ejecutado- y el correcto manejo del tiempo y de las fuerzas destinadas a hacer realidad el sueño (organización).
Así mismo, Dios trazó el Universo bajo los principios de la matemática pura y hermética que no deja nada al azar (ni tiempo, ni dimensión, ni espacio), cada loma, cada llano, cada cristal de nieve, los mares, las especies, el hombre... consciente este último del principio universal, se hizo arquitecto, constructor y albañil de la gran obra humana (réplica imperfecta de la divina) para aprecio y usufructo de sus pares y como legado a su descendencia. A ella se sumaron operarios, compositores, artistas, diseñadores, escritores, entretenedores, alquimistas y científicos: toda la raza humana invitada a aportar su grano de arena... el Partenón, el Foro Romano, La Capilla Sixtina, los instrumentos del Luthier, la música de los juglares, la Mecánica Cuántica, la Teoría de la Relatividad... todo es un humano devenir, una oda, una interpretación que hace el hombre de lo divino.
Una vez descubres las herramientas con las cuales has de construírte a ti mismo, comienza tu aporte a la gran edificación humana. Tributo a Dios (Deísmo) y a la sociedad en su conjunto (sin distinciones de razas, credos, culturas, religión ni países) a quienes te debes primero: te iluminaron y desde tiempos inmemoriales develaron las técnicas y herramientas que tu mismo has de poner en manos de quienes te sucedan. Porque nada nace en el vacío, salvo la voluntad (Dios hecho verbo), el hombre auto-hecho es resultante de una voluntad de vida y construcción interna-externa sobre la estructura perfectible e inacabada del SER, síntesis de todo lo humano y lo divino.