El Nacional Socialismo alemán, como toda forma de fascismo existente, fue un fenómeno político y sociocultural a todas luces reprochable, aunque atribuible a una crisis nacional y a la desesperación de una nación sometida a las tropelías internacionales del Tratado de Versalles, cuyas disposiciones de paz y compensación favorecieron considerablemente a los franceses y a la Triple entente, con favor de la maquinaria oculta (financistas, propaganderos y lobbistas judíos) al servicio del Nuevo Orden Mundial: la gran confabulación hacia el capitalismo total-global. Abanderándose en una supuesta "espiritualidad aria" la Alemania Nazi le había declarado la guerra al proyecto judeo-sionista, consistente en convertir al planeta en una masa proletaria, desespiritualizada, materialista y consumista, esclavizada y manipulada además por el influjo de los productores de bienes/servicios y de los grandes prestamistas bancarios, oficios propios de la usurera nación judía que desde la Primera Conferencia Mundial Sionista (1897) y la filtración de los Protocolos de los Sabios de Sión, dejó bien en claro la existencia de un proyecto para dominar al resto de naciones, por medio del poder económico, la efervescencia ideológica, la psico-publicidad, la industria del entretenimiento y los vicios.
La llegada al poder de Adolph Hitler (curiosamente, un cripto-judío) y del Holocausto, son claras deformaciones en la evolución del nuevo pensamiento alemán que tuvo por adalides entre los siglos XIX y XX a filósofos existencialistas como Nietzsche y ariosofistas como Guido von List, todos de alguna manera antisemitas, que vieron en los judíos a un pueblo de "doble moral" (por un lado: una moralidad esotérica y espiritual que conocen sólo los de su casta y por el otro: un peligroso pragmatismo que practican en el día a día en su relación con los no-judíos, a quienes se permiten gravarlos con las peores usuras y engaños para obtener el máximo de beneficios egoístas, bajo la convicción de ser un pueblo privilegiado, elegido por Dios) y pretensiones de dominar la economía global. Tempranamente descubrirían los padres del Nacional Socialismo alemán que aquel desafecto hacia el pueblo judío, lo compartían también las naciones musulmanas al sur del Mediterráneo, igual de enemigas de la "doble moral" y embebidas en unos patrones espirituales que los nazis consideraron más afines a la "espiritualidad aria" que a la semita, pese a que el profeta del Islam: Muhammad, fue un beduino árabe, descendiente del linaje de Sem y de Abraham al igual que los judíos verdaderos.
Entre los ideólogos del Nacional Socialismo, destacó el Baron Rudolph von Sebottendorf, fundador de la Sociedad ariosofista Thule, una escuela iniciática de conocimientos esotéricos, plagada de alegorías y simbolismos arios, arrianos, cabalísticos y sufíes (misticismo islámico), von Sebottendorf vivió varios años en Turquía y viajó por países como Irán y Egipto en su búsqueda de la más elevada espiritualidad y de la ciencia gnóstica, con la misión de recuperarlas y de reinstalarlas en una Europa devastada por los vicios del materialismo dialéctico. En Thule militaron las principales mentes del Nacional Socialismo como Heinrich Himmler y el propio Adolph Hitler, quienes llegaron a tener sus propios aliados en el Mundo Musulmán, destacando entre todos el clérigo palestino Haj Ammin al-Husseini, un declarado líder antisemita que armó a los árabes contra los primeros colonos israelíes en Palestina y en quien los nazis confiaban plenamente, guiándose por su aclamación de la sublime espiritualidad musulmana, así como también por sus criterios racistas, dado que el Gran Muftí poseía también un sorprendente aspecto nórdico, nada infrecuente entre los árabes del Levante.
Derrotados los alemanes en 1945, las dos cosmovisiones materialistas del planeta: el capitalismo atlántico y el marxismo soviético se repartieron el destino de los países a ambos lados de la "Cortina de Hierro". Ya no habría cabida para los orgullos de raza ni para la alta espiritualidad en las naciones occidentales, dominadas en adelante por el yugo del pragmatismo y del escepticismo, comienza a proliferar allí un criterio de engañosa igualdad y de libertades civiles aparentemente sin límites, fundamentadas sobre la base del consumismo, tal cual se detalla en los Protocolos de los Sabios de Sión. Maquinadores sionistas movieron los hilos del mundo a ambos lados de la Cortina de Hierro y así como judíos fueron Lenin y Trotsky, también lo son Henry Kissinger y Paul Wolfowitz, los verdaderos Machiavello que se esconden detrás de todos los atropellos a los derechos humanos cometidos por los Estados Unidos en el mundo, incluida una intromisión directa en nuestro país durante la dictadura de Pinochet.
Finiquitadas las escollas del fascismo centroeuropeo, al maligno plan sionista de dominio mundial resta actualmente una barrera mucho más inquebrantable para los fines rastreros de la nación de Judas, dicha barrera la encarnan los cientos de millones de creyentes musulmanes de todos los orígenes que poseen la mejor de todas las armas para enfrentar a Sión: la integridad de espíritu. La guerra que hoy liberan los musulmanes contra sus opresores, al igual que la liberara Alemania y el Eje contra los Aliados no es ni ha sido nunca una guerra contra Occidente, es una guerra contra Sión, pero no se trata de aquella mínima franja de tierra robada por un grupo de europeos a los árabes en 1948, sino del Sionismo global, encarnado en los cientos de tratadistas y de personeros judíos que infiltrados en las distintas élites y gobiernos del planeta ejecutan día a día el gran plan protocolar de 1897. Aquellos sionistas (con más sangre jázara que judía) no encarnan para nada la espiritualidad de Moisés, Abraham, Jesucristo o Maimónides ni de los creyentes hebreos, hombres y mujeres honestos que han sido perseguidos durante siglos por la malignidad de unos pocos. El pueblo judío es de luces y sombras, y así como pertenecieron a él los grandes profetas bíblicos y los alquimistas medievales, también lo han hecho nefastos personajes como Herodes, Judas, Carl Marx, Hitler, Golda Meir, Anton LaVey o la familia Rotschild, lo que da para pensar que donde posa la mano de Dios, posa también la silueta de Satán.
¿En qué se equivocó el Nazismo?: en todo desde luego, pero más que nada en abrirle el camino a un demente megalomaniaco (o quizás un sionista encubierto) apellidado Hitler que llevó a cabo un Holocausto satánico que sacrificó la vida de millones de inocentes, judíos y no judíos que en su mayoría ignoraban la existencia de un plan sionista de dominio mundial. Aquel Holocausto fue el salvo conducto planificado por el gobierno oculto sionista en su plan de instaurar el Estado de Israel, lo que definitivamente ocurrió en 1948. Lo único rescatable del Nacional Socialismo fue su interés por rescatar la espiritualidad perdida de Occidente y hacerle frente a las maquinaciones del Nuevo orden en ciernes, mismo al que hoy enfrentan con todo ímpetu las naciones orientales del Cercano Oriente, sea en las caóticas calles de Bagdad, en la cárcel al aire libre llamada Palestina o en una Irán abiertamente antisemita, que ha llegado incluso a negar el Holocausto: la gran "propaganda de victimización" en palabras del judío anti-sionista Noam Chomsky.
El Gran Muftí de Palestina (Haj Amin al-Husseini) saludando a las SS musulmanas
Finiquitadas las escollas del fascismo centroeuropeo, al maligno plan sionista de dominio mundial resta actualmente una barrera mucho más inquebrantable para los fines rastreros de la nación de Judas, dicha barrera la encarnan los cientos de millones de creyentes musulmanes de todos los orígenes que poseen la mejor de todas las armas para enfrentar a Sión: la integridad de espíritu. La guerra que hoy liberan los musulmanes contra sus opresores, al igual que la liberara Alemania y el Eje contra los Aliados no es ni ha sido nunca una guerra contra Occidente, es una guerra contra Sión, pero no se trata de aquella mínima franja de tierra robada por un grupo de europeos a los árabes en 1948, sino del Sionismo global, encarnado en los cientos de tratadistas y de personeros judíos que infiltrados en las distintas élites y gobiernos del planeta ejecutan día a día el gran plan protocolar de 1897. Aquellos sionistas (con más sangre jázara que judía) no encarnan para nada la espiritualidad de Moisés, Abraham, Jesucristo o Maimónides ni de los creyentes hebreos, hombres y mujeres honestos que han sido perseguidos durante siglos por la malignidad de unos pocos. El pueblo judío es de luces y sombras, y así como pertenecieron a él los grandes profetas bíblicos y los alquimistas medievales, también lo han hecho nefastos personajes como Herodes, Judas, Carl Marx, Hitler, Golda Meir, Anton LaVey o la familia Rotschild, lo que da para pensar que donde posa la mano de Dios, posa también la silueta de Satán.
¿En qué se equivocó el Nazismo?: en todo desde luego, pero más que nada en abrirle el camino a un demente megalomaniaco (o quizás un sionista encubierto) apellidado Hitler que llevó a cabo un Holocausto satánico que sacrificó la vida de millones de inocentes, judíos y no judíos que en su mayoría ignoraban la existencia de un plan sionista de dominio mundial. Aquel Holocausto fue el salvo conducto planificado por el gobierno oculto sionista en su plan de instaurar el Estado de Israel, lo que definitivamente ocurrió en 1948. Lo único rescatable del Nacional Socialismo fue su interés por rescatar la espiritualidad perdida de Occidente y hacerle frente a las maquinaciones del Nuevo orden en ciernes, mismo al que hoy enfrentan con todo ímpetu las naciones orientales del Cercano Oriente, sea en las caóticas calles de Bagdad, en la cárcel al aire libre llamada Palestina o en una Irán abiertamente antisemita, que ha llegado incluso a negar el Holocausto: la gran "propaganda de victimización" en palabras del judío anti-sionista Noam Chomsky.
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