Desde
el 26 de enero del año pasado, Siria quedó convertida en un triste
campo de batalla donde se enfrentan los perniciosos planes del
Sionismo internacional contra la resistencia y los planes
geoestratégicos que Irán tiene para la región. En este contexto,
Bashar Al Assad es sólo la cara visible de un gobierno
gerontocrático, donde las decisiones del Presidente de la República
están siempre subordinadas a la planificación de una cúpula
dirigente, absolutamente clientelista, pro Irán y dueña de los recursos productivos del país. Los rebeldes en tanto, son las poblaciones despojadas de la gran repartija de beneficios estatales, estimulados al odio por medio de la soterrada presencia norteamericana e israelí (fundamentalmente israelí) que pretende una escalada del descontento popular, no sólo en Siria sino en todos los países del Medio Oriente, para hacer estallar una gran guerra en la región, la cual naturalmente enfrentaría a Estados Unidos contra Irán, sin que se derrame una sola gota de la sangre de Judas, de los maquinadores de siempre.
Ya lo advertía hace 90 años Henry Ford: es una cuestión propia del Sionismo servirse de otros Estados para hacer la guerra, enfrentando entre sí a naciones inocentes, 30.000 muertos en Siria no pesan nada en la conciencia de las finanzas judías. Sabemos que la política internacional norteamericana no tiene nada de norteamericana, dado que el Sionismo ha venido instalando en ella a sus mejores emisarios desde los años '20 y aunque probablemente no se trate de un sionista, resulta también sospechoso el origen cripto-judío del Presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, quien puso al país de los persas en el "ojo del huracán" y al pie de una futura guerra, por sus planteamientos contra el Holocausto y la confrontación con la ONU en la política unilateral de enriquecimiento de urano.