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Es cierto que los medios y gente inescrupulosa han farandulizado más de la cuenta con el tema, todo lo cual no debiera apartar la vista a la opinión pública y los prelados políticos de la problemática sustancial: las "anacrónicas condiciones" en las que siguen trabajando varios de nuestros compatriotas más humildes, dispuestos a correr día a día el riesgo de perder sus vidas por llevar el pan a casa. Gente honrada a la que se le han vulnerado derechos humanos tan básicos como el de proveer un mínimo de estándares de seguridad e integridad laboral, en una de las faenas más arduas, ingratas y de las peor pagadas, pero que sigue llenando a raudales los bolsillos de los más depradadores empresarios: aquellos que consideran a sus empleados como un simple engranaje de la maquinaria extractora.
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Procuremos que el milagro de la sobrevivencia, el heroísmo de los mineros y de quienes han hecho hasta lo imposíble por rescatarlos con vida, no se conviertan en las únicas lecciones que salgan a relucir de esta amarga experiencia. Los técnicos y el Gobierno han sido extremadamente riguorosos y efectivos en las labores de salvataje, sin embargo por nada de este mundo es más destacable el mérito de remediar que el de prevenir. La gran lección debiera ser que desgracias como esta no ocurran nunca más en nuestro país y para ello será necesario castigar de la manera más dura todo tipo de sobornos que amenacen con ensombrecer las fiscalizaciones estatales. Comprender que cada vez que gana el empresario arbitrario y desconsiderado; más de alguien pierde: ya sea el Medio Ambiente o un grupo de seres humanos que saldrán trasgredidos en la jugada.