Relego hacia el final de este ensayo, mis apreciaciones sobre el rechazo que generan en mí aquella y otras sectas religiosas ligadas al cristianismo (incluyendo a los más cínicos de todos: los católicos apostólicos romanos, que en este país somos casi todos). La celebración de Semana Santa es el contexto que da vida a este escrito y centraré mi análisis fundamentalmente sobre el personaje más trascendental de la misma y por cierto el principal protagonista de la espirtualidad occidental, un ser que literalmente cambió nuestro mundo y que en su pasión silenciosa nos enseñó a vivir acorazados e indiferentes frente a la estupidéz humana, mostrándonos lo bello que es existir en la armonía del espíritu, libres e independientes frente a las caretas de la sociedad, mentalizados en un Dios de la no-condena, distinto al perfil de sanguinarias divinidades guerreras con las que convivieron los rústicos hombres de su época, dioses de sacrificio y segregación que pesaron más sobre la conciencia del colectivo de las naciones que del individuo.
Cristo encarna desde siempre una especie de héroe en el que no puedo ni pretendo verme reflejado, pero que me da a entender en su ejemplo de vida que la felicidad y la libertad son caminos de iluminación, forjados en la búsqueda personal, la plena independencia y la soledad. Para quien no tenga el despreciable sesgo de la religión y tal como yo, no crea en un Cristo de milagros o en el hijo de una vírgen, el trazado hecho por Khalil Gibrán en Jesús, El hijo del Hombre podrá dejarlo muy conforme, pues aterriza al ser mitológico y lo ubica en la única posición plausible: la de "iluminado", tal como un Buda, Confusio o Platón. Para aquellos que no creen en dogmas, la religión termina siendo reemplazada por la filosofía y la filosofía es el único medio que nos permite desvelar las sombras con que se nos presenta la realidad, para responder al gran enigma: de ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos?, como así mismo ¿quién es Dios?, quién es aquella oculta y misteriosa mente, primera semilla de la existencia, la gran chispa detrás del Big-Bang.
Tal vez Cristo no haya sido el primer portavoz oficial de los derechos humanos en occidente, y su lucha de hecho no fue como la de un Espartaco, sublevado ante el más grande imperio que haya conocido la historia, sin embargo desde el silencio (el mágico artificio de Dios) y la no-violencia, el mensaje de Cristo fue capaz no sólo de infiltrarse en el corazón mismo del Imperio Romano, pasado los siglos se convirtió también en la religión oficial de este, carcomiendo constantemente (como una bacteria) los fundamentos darwinianos de la desigualdad y de la explotación, materia que hoy sigue en curso. El cristianismo es el gérmen fundante, el Big-Bang de todo nuevo órden basado en la igualdad, curiosamente el anti-clericalismo y el agnosticismo son los pasos más recientes de su evolución: de esta manera la religión que basara su perspectiva en la afirmación de que todos nacemos libres e iguales ante Dios, generó (irónicamente) los espacios suficientes hacia la negación del propio Dios.
El acto de negar a Dios sin embargo, puede que se explique mejor en la natural resistencia que el hombre libre manifiesta ante la religión. En su época, el propio Cristo estuvo en contra de ella, ganándose la desidia del alto sacerdocio de Israel al declarar: "Yo destruiré este templo hecho por las manos del hombre, y en tres días lo edificaré" lo cual hacía clara alusión al único templo que nos puede guiar a Dios y responder todos los misterios de la existencia: el templo del espíritu.
La religión, como al parecer también la entendió Cristo, es la anti-libertad: no permite que cuestionemos, no permite expresarse, no permite pensar y Cristo en todo momento del Nuevo Testamento se nos presenta como un individuo renovador, un antítesis revolucionario de la moral judaica, místico alejado del mundanal ruido: un ser en perfecta armonía con Dios, con la contemplación del espíritu y con la libertad. Cristo no es de la Sinagoga, el rezo inmolado o de la actitud animalezca o cavernícola de golpearse la cabeza contra un muro, Cristo es de la montaña, de las caminatas al aire libre o por varias ciudades predicando, es uno con la naturaleza, uno con la contemplación, un ser tan simple, agradecido y amante de la vida como el más humilde de los pastores u ovejeros del Levante.
Vuelvo al mencionado texto de La Atalaya, indago en su contenido y destaco un pequeño fragmento que me parece fundamental a la hora de dar en el clavo de lo que es el sentimiento religioso, el cual definí en líneas anteriores como la anti-libertad:
Honesta y sincerarmente, no puedo concebir forma de pensamiento más pequeña, más arcaica, básica y bestial que la del hombre de religión: los primeros en lanzar la piedra y esconder la mano y en mirar la paja en el ojo ajeno (todo lo que Cristo había despreciado en vida). El mundo es lo que nosotros hagamos de él, y si tan sólo somos capaces de ver maldad y sufrimiento, es porque estas dimensiones deben estar más vivas que otras en nosotros mismos y como observadores las replicaremos en todo lo que nos rodea. Gente como Cristo (los místicos verdaderos) son capaces de apreciar y obrar maravillas en su entorno, porque culminaron la bendición de ser ellos mismos y de fundirse con el espíritu.- Es el hombre y no la religión quien se libera así mismo.
Las religiones como buenas antecesoras de la formación del Estado, emergieron como marco de leyes para la buena convivencia social, prohibiendo más que permitiendo: que el alcohol es pecado!, el sexo sin motivos de procreación: fornicación condenable!, la ambición es mala!... Si Dios es todo y vive en todo cuanto existe: ¿qué es lo malo? y ¿qué es lo bueno? sino simples subjeciones morales y en medio de tantas prohibiciones ¿para qué vivir entónces?. El hombre de religión se cree juez del mundo, pero sufre tremendamente al marginarse de la vida y de los impulsos, pretendiendo ignorar que su existencia es miserable, triste y cercada y que el miedo a pecar (algo que le impuso la sociedad) se transformó en el pozo negro que limitó su vida, tienen miedo de ser!, de ser ellos mismos, de abrazar los impulsos y de cuadrar carne y espíritu, temen tener CONCIENCIA PROPIA. El hombre de religión no es más que un puto cobarde.
Poca gente religiosa (salvo algunos santos y verdaderos mártires) podrían llegar a ser la mitad de lo valiente que fue Cristo ante a las adversidades de su época y la desconfianza de su propio pueblo que terminó sentenciándolo a muerte. Mucho menos habrían desafiado una autoridad tan magnificente como la de Roma, con poder de aplastar a cualquiera como a una hormiga.
Pechonios dispuestos a morir por un ideal o cargar con una pesada cruz, la verdad no conozco a ninguno, lo que me demuestra que Cristo al igual que Platón o Galileo, no fue hombre de religión sino de ideas, no extrañando por tanto que justamente sus ideales terminaran forjando similar desenlace. Del lado contrario están los profetas de la espada y de la ley como Mahoma, con más dotes de políticos y de conquistadores que de místicos.... el imperio del Islam como el del cristianismo, fueron ante todo organizaciones políticas escusadas en el plano extraterrenal y la metafísica, la escusa divina en la que seres con grandes ambiciones de poder lograron echarse al bolsillo al crédulo, desorganizado e ignorante pueblo... ¿Es tan inexplicable entónces que algunos de los peores sadomitas de la historia residieran justamente en la Santa Sede?, basta con recordar los excesos de la familia Borgia o que hoy la iglesia vuelva hacer aguas por todos lados con historias de curas y monjas sexualmente desviados y pedófilos que los altos mandos eclesiásticos se empecinan en proteger. Aquella no es más que una institución que se pudrió y hace siglos está oliendo mal, no es el mejor ejemplo ni lugar para reforzar la fe, sino justamente para despreciarla.
Cristo sin embargo vive! y el tiempo no lo ha marchitado, aunque no podría aseverar si tuvo o no una real existencia en el plano terrenal o fue más bien el mito a través del cual se encarnó un trascendental y divino mensaje de paz, libertad, igualdad y fraternidad que impregnó luz en un mundo de mera sobrevivencia y constante estado de guerra. Lo que sí es una evidencia, es que este hombre, esta idea o este espíritu logró cambiar el mundo, y que la iglesia se tomó de su nombre para que el imperio no desfalleciera. Aún sí lo mantuvo latente en el paso de los siglos y eso es tal vez lo único que hemos de agradecerle a la religión, el paso siguiente será que la humanidad comprenda a este personaje bíblico ajeno e independiente de aquella sórdida insitución que más mal que bien ha propiciado al mundo, partiendo por su condena psíquica, su imposición forzosa a los pueblos débiles y dominados, su cinismo moral y el hecho de que a diferencia de Cristo, siempre ha tenido a ponerse del lado de los poderosos y no de los oprimidos y segregados.
Aunque esta semana, por nada en el mundo pienso asistir a una misa, ni hacer cánticos estúpidos, escuchar sermones de un cura - probablemente - mil veces más pecador que yo, ni participar de parafernálicos actos eclesiásticos que más apelan al instinto de masa, que a la espiritualidad personal, yo en mi propio silencio y contemplación, con mis propios y humildes medios espirituales pensaré en tí Cristo y pronunciaré tu nombre como ya lo he hecho otras tantas veces en este ensayo. Mi intención no será manipular a los débiles de consciencia con el fin de obtener beneficios propios, mucho menos será por miedo de un Dios mal conceptualizado ni por simple protocolo. Mis sentimientos hacia tí no son más que de admiración y respeto... Cristo no fue un simple ser humano, no fue el hijo de Dios (porque de cierto modo todos los somos), Cristo es y será siempre el más elevado ideal de libertad.
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