domingo, 8 de mayo de 2011

Salafistas contra coptos: Egipto después de Mubarak

En Medio Oriente, mientras más minoritaria es una facción religiosa, más descriminada resulta en el juego de poderes políticos. Esta ecuación debemos asociarla a la inexistencia de criterios democráticos básicos, sin los cuales simplemente se termina imponiendo "el principio de la mayoría". El principal problema, sin embargo, no radica en que a las religiones en desventaja no quede mayor opción que la de "agachar el moño", surge fundamentalmente cuando dos facciones con semejantes cuotas de poder e influencia dentro del país, compiten por imponer sus propios modelos de sociedad.

En Irak, por ejemplo, los musulmanes sunitas y su contraparte: los chiítas, han luchado durante siglos por imponer su cosmovisión dentro de aquel micromundo político y social. Mientras la minoría cristiana (en torno al 7%) queda a la deriva de aquella pugna de poderes. Durante los años en que Sadam Hussein llevó a cabo su dictadura militar, los sunitas se impusieron duramente y a pulso de represión sobre los chiítas, a tal nivel que Hussein concretó el genocidio de dos millones de kurdos, quienes además de chíitas son de raza irania o persa (doblemente despreciados). Luego de la intervención norteamericana y de la caída del régimen de Sadam, la tortilla se dió vuelta y hoy son los chiítas quienes dirigen el gobierno y establecen las reglas del juego, con el peligro de convertir aquel país no en un satélite más de los intereses norteamericanos, sino en una sociedad donde las influencias de Irán - país musulmán chiíta por excelencia y declarado enemigo de occidente - entren por la puerta grande.

Otro caso emblemático es el del Líbano. Hasta hace un par de décadas este país dividido entre oriente y occidente, era gobernado por dos facciones principales: cristianos maronitas y musulmanes sunitas, el resto (chiítas, cristianos ortodoxos, armenios, drusos, etcétera) debía acomodarse al teje y maneje del sistema constituído en la interacción de los dos grupos religiosos más fuertes. Pasado los años, sin embargo, la población chiíta se incrementó notablemente, ya fuera por los altos índices de nacimiento en las familias musulmanas (en que un padre puede tener y procrear con varias esposas) o por la alta inmigración palestina presionada por el conflicto árabe-israelí, lo cierto es que llegó un momento en que no sólo los cristianos pasaron de gozar privilegios a estar en desventaja, también les ocurrió lo mismo a los musulmanes sunitas. Esta nueva lógica rompió un equilibrio de años y con ello el Líbano ha pasado por distintos periódos de crísis, algunas bastante caóticas.

En otros países no árabes del Medio Oriente, como Turquía, Irán e Israel, las minorías religiosas también resultan fuertemente castigadas por el sistema. En Turquía, considerado un modelo democrático a pesar de todas sus limitaciones, cristianos y judíos han acusado constantemente al gobierno de vulnerar sus derechos y de tratarlos como ciudadanos de segunda clase. Aquel es un país fundamentalmente islámico, aunque parte de su población se considera agnóstica, en algunos casos influenciadas por el ateísmo occidental y en otros bajo el influjo del escepticismo marxista que logró imperar en gran parte de la Europa Oriental.

Israel es otro caso alarmante, un país con fronteras abiertas a todos los judíos del mundo, pero muy cerradas para gentes de otras religiones y razas, e inclúso descriminatorio con un grupo de judíos en particular: los judíos árabes o judíos palestinos (aquellos que siempre vivieron allí) y mucho más arbitrario con las minorías cristianas y por sobre todo musulmanas, las cuales no se atreven a emigrar a los territorios palestinos o simplemente viajar fuera de los márgenes del país, porque saben que de hacerlo podrían perder su derecho a regresar a la que siempre ha sido su tierra y su patria. En Irán por su parte, el fundamentalismo islámico se ha instalado en las altas cúpulas del poder, imponiendo tolerancia cero a comunidades religiosas que por siglos han vivido allí como judíos persas, musulmanes sunitas, cristianos y los pocos zoroastrianos (religión originaria de Irán y la más antigua del mundo) que aún quedan y viven al hilo de la persecusión.

Sacerdotes coptos

Radicales salafistas

Dentro de este contexto tan común en Medio Oriente, Egipto no constituye la excepción, en aquel país existe un 10% de población cristiana (llamados cristianos coptos) y cuyo orígen racial es la mezcla de antiguos colonos europeos (bizantinos, griegos, anatólicos, etcétera) con las poblaciones pre-árabes que habitaron antiguas ciudades costeras como la de Alejandría, esta población ha sido siempre blanco de ataques racistas o religiosos de parte de todos los restantes grupos islámicos, tales como sunitas, chiítas y por sobretodo: salafistas, una facción radical u ortodoxa dentro del islamismo que no permite terceras interpretaciones de las escrituras ni amoldar la religión a los nuevos contextos internacionales.

Hoy por hoy dentro de la anarquía reinante en Egipto, los salafistas quieren imponer un gobierno a su medida y alejar al país del escenario mundial (a la manera de Libia o Corea del Norte) y para ello han optado por cortar el hilo más delgado, comenzando por sofocar la influencia que puedan ejercer los cristianos coptos. Es claro que dentro de un micro-clima islámico y radicalizado, la visión copta representa una total disidencia y se sobreentiende más amena a los intereses de occidente, como una especie de peligroso puente u obertura.

El sábado recien pasado la violencia - tónica común desde la renuncia de Mubarak - volvió a instalarse en las ciudades egipcias, aunque esta vez cobró sus primeras víctimas cristianas: 12 coptos fueron muertos por actos de odio e intolerancia llevados a cabo por grupos salafistas. ¿Qué nos dice todo esto?, a mi modo de ver que Egipto se encamina hacia cualquier parte, menos hacia una democracia como previeron algunos ilusos analistas, avanza claramente hacia un reordenamiento de tipo religioso, donde una vez más se comienza a imponer la lógica de Medio Oriente en que los grupos más fuertes o numerosos ejercercen todo tipo de arbitrariedades sobre las minorías. Serán los cristianos desde luego quienes terminen pagando los platos rotos de esta revolución que ya se salió de todo margen y que se prevee no terminará en nada bueno.

Después de Mubarak, Egipto no se convirtió en un lugar mejor ni va en camino de serlo, más bien todo lo contrario, ya no hay quien imponga orden y la ley de la selva es lo único en latencia. Lastimosamente las grandes potencias de occidente dieron un empujón definitivo a esta crisis, con fines netamente instrumentales y lo mismo continúan haciendo algunos cuantos kilómetros hacia el oeste, poniendo más leña al fuego en los conflictos de Libia. Lo curioso es que esta política ya había fracasado estrepitosamente en Irak y en muchos otros lugares donde han querido internacionalizar los patrones de democracia y libertad, que funcionan de las mil maravillas en sus paises de economías sólidas y opciones de pluralismo e igualdad plena, pero que lamentablmente se desarrollan a puros "saltos y peos" en terruños más desventajosos como nuestra Latinoamérica (el occidente pobre) y que con mayor razón serán difíciles de madurar en sociedades y culturas radicalmente distintas como las del Medio Oriente, las cuales evolucionaron aisladas y ajenas a todos aquellos valores que creemos tener tan en la cima quienes nos decimos occidentales.