lunes, 30 de mayo de 2011

YO (Constructo), Mente (Dios) y Mentalidad (Edición de la realidad)

El nobel escritor alemán Herman Hesse inicia una de sus escrituras más autobiográficas de la siguiente manera: "Cuando era niño, pensaba , actuaba y hacía cosas de niño, mi mundo era el de un niño..." reflexión simplista a primera vista, aunque de un alcance e interpretación mucho más profundo que nos guía a los conceptos de empatía y de perspectivismo.

El ego exacerbado rompe el equilibrio de la atemporalidad y de la cohesión espiritual.- Cuando nos mentamos única y exclusivamente en el YO estamos sesgando la realidad a una simple careta de nuestro espíritu: el sentir actual, desconocemos en tanto que dos segundos más tarde y en un potencial cambio de escenarios este YO pasará al olvido, de la misma manera que el desgastado YO de un anciano olvidó al activo YO de sus años más pueriles.

La vida se parece en todo al teatro y al final de este camino no terminaremos siendo nada en particular, con suerte nos llevaremos la experiencia de haber interpretado muchos personajes, que a su debido momento tuvimos que turnar y amoldar a los distintos desafíos y épocas... No soy amigo de la idea de la reencarnación, pero el azar podría haber determinado que en lugar de ser humano, fuera el perro que alegremente revolotea por mi patio y en tal caso mi mundo de humano y mi YO actual perdería todo el sentido de mi construcción mental. Cuando sea anciano, el YO de este momento tampoco existirá más... la vida es un constante flujo en el cual las identidades son muchas, finitas y aterradoramente pasajeras.

Asumir la levedad de esta, nuestra vida y la rapidez de los cambios es abrazar un espíritu progresista y no quedarse en el engaño del YO actual. El hombre actúa según piensa y aporta al mundo según la calidad de sus pensamientos, de esta manera una persona espiritualmente podrida, con poca o nula dificultad podría llegar a convertirse en asesino, estafador o en un simple "lanza" urbano, a diferencia de alguien que valora la virtud, el crecimiento intelectual y espiritual, esta persona jamás sería capaz de adueñarse ni de la propiedad ni del tiempo de otros a menos que exista un acuerdo explícito, mucho menos sería capaz de matar o de producir daños irreparables a terceros, porque en su mente no hay cabida para pensamientos autodestructivos que a la larga se transfieren por osmosis a los actos sociales.

Semejante ejemplo es el de la riqueza (material) auto producida, la cual es ante todo consecuencia de la riqueza del espíritu o de la mente y llega por añadidura. Es un hecho que los fatalistas no serán jamás personas exitosas, porque sus pensamientos están atestados de podredumbre, victimización y autoengaño, de la misma manera que los críticos anti-sistema pierden sus fuerzas constructivas al exaltar más de la cuenta las disparidades y los problemas sociales en lugar de plantear soluciones. Ellos también terminan hundidos en la miseria de su pesimismo y estériles críticas.

El lado contrario lo representa el optimismo liberal, consistente en la confianza en uno mismo y en la indiferencia por los vicios del sistema, a los cuales no se dará solución, simplemente se sortearán. El ser liberal jamás entra en conflicto con el sistema ni con los modelos sociales, porque a diferencia del activista de izquierda, no les presta más atención de la cuenta a los contratiempos... el liberal comprende que a la larga todo podría ser una barrera, a menos que no logre suprimirse mentalmente. Para el liberal, esperanza y Dios no descansan en el cielo, ni en ningún olimpo supra terrenal, mucho menos radica en la lucha política de los caudillos u en algún tipo de institución... para el liberal, los logros externos son una simple resultante de su virtud interna.

La autora objetivista Ayn Rand, resalta que la gran diferencia entre los seres humanos no estriba en la raza ni en el color de la piel, sino fundamentalmente en los patrones culturales que determinaron las psicologías individuales. En la visión de Rand sólo existen dos tipos de seres humanos: los individualistas o infatigables mentes creadoras y los colectivistas o parásitos, incapaces de crear nada y que se cuelgan del éxito o magnanimidad de los creadores. Según Rand el Estado es el gran intermediario que permite a los parásitos sorber el fruto del trabajo de quienes crean y viabilizan el desarrollo, esta relación se daría a través de la caridad inducida y del gravamen estatal o los impuestos. Tal visión es la exaltación cuasi anarquista del liberalismo, loable en muchos términos, pero demasiado triunfalista y carente de un elemento que debe poseer toda filosofía: la empatía.

Mentalidad y Mente son dos esferas diferenciadas de una misma naturaleza, la primera se entiende como un orden de ideas sesgadas u especie de ideología de sobrevivencia, mientras que la Mente es la inteligencia infinita, concepto que tendemos a relacionar con el código de la vida, la Metafísica, la naturaleza del Universo y el misterio de Dios. Ayn Rand como tantos filósofos de su época no profundizó realmente en este concepto de Mente (demasiado metafísico ante sus fundamentos objetivos), el cual es universal, neutral, expansivo y conciliador, indagó más bien en el de Mentalidad, describiendo su naturelaza selectiva y adoctrinable y diferenciando entre la buena Mentalidad de quienes sólo obran para sí mismos, sin sacrificar a nadie más y la mala o colectivizante que hace alarde de los principios altruistas con el fin de utilizar a las personas para dar cumplimiento a fines egoístas de uno o de un reducido grupo.

En su concepto más elevado, la Mente obedece al todo universal, es un sistema abierto, empático, en constante expansión y de acceso democrático, que existe más allá del tiempo y del espacio, en el cual están impresos todos los impulsos sensoriales y la experiencia del Universo, nos embutimos en la Mente a través de la iluminación (tal Buda, tal Cristo) y de la percepción extrasensorial (empatía, videncia, intuición, telepatía, experiencia de vidas pasadas, etc.) como de cualquier otro medio que sobrepase el sentido común y la finitud de nuestros instintos materiales, la Mentalidad por su lado es un sistema semi-abierto o permeable: una especie de micro inteligencia, material, finita, huraña, autorreferente y poco empática. Indagar en la Mente no es una función voluntaria ni que podamos dominar a gusto, pues corresponde al misterioso campo del subcosciente, mientras que la Mentalidad es inducida y creada por la experiencia de vida y los impulsos inteligentes y objetivos de nuestro cerebro.

La Mente es el soplido primario de Dios, la sustancia que contiene toda la información atemporal del Universo (de aquí se desprende la lógica platónica de "nunca aprendemos nada nuevo, simplemente recordamos" o la confesión de Dios a Jeremías: "antes de que te formaras en el vientre te conocí, y antes de que nacieses te santifiqué"), su naturaleza no es material como la del átomo ni energética como la nube de electrones, sino cuántica, imposíble de dimensionar por nuestros cerebros, aunque en la práctica se asemeja a la forma en como opera la energía eléctrica en el mundo material, energía que nos ha facilitado la vida moderna, ya que da empuje a todo tipo de sistemas que utilizamos a diario: lámparas, computadores, televisores, lavadoras, etcétera.

La Mentalidad es algo mucho más simple y menos trascendente, su impulso vital proviene de la Mente Universal, aunque si aterrizamos el concepto, vendría a semejar el funcionamiento de sólo uno de los electrodomésticos antes mencionados, los cuales por lo general no cohesionan o empatizan entre sí (como lo hacen por ejemplo el hombre y la naturaleza) debido a que son sistemas cerrados y condicionados al aislamiento. Piénsese en la Mente como en una gran planta hidroeléctrica o una central nuclear que suministra energía (vida) a todo un país (a todo el Universo) y en la Mentalidad humana como en un modesto laptop o algo inclúso más arcaico: una máquina de escribir eléctrica y la relación aún nos beneficiaría bastante. ¿Cómo podría el hombre dimensionar algo tan impresionante como la Mente de Dios?.

La filosofía de Rand es tremendamente práctica, pero al ser tan escéptica, nietzscheana y enemiga de la metafísica, se torna en otra mentalidad de sistema cerrado, muy distinta al pensamiento liberal e integracionista de la New Thought o del Trascendentalismo de fines del siglo XIX, que posicionó a Dios en el centro de la Mente y a nuestras limitantes humanas junto a la cercadas formas de la Mentalidad.

En Siddhartha, El Lobo Estepario y el Último Verano de Klingsor, Herman Hesse nos representa mejor que nadie y en sólo unos cuantos eventos el débil alcance de la Mentalidad y la finitud absoluta del YO. "Siddhartha el aprendíz", "Siddhartha el asceta", "Siddhartha el rico comerciante" y "Siddhartha el ermitaño" son los distintos YO de un mismo protagonista, al igual que el asesino, el niño hiperactivo y el buen amante emergieron todos del cuerpo de Harry Haller durante la gran función del Teatro Mágico.

En Jesús, el hijo del Hombre
, Khalil Gibrán describe al vecino como "reflejo encarnado de nosotros mismos" y asevera que los crímenes del asesino no son hechos aislados, toda la humanidad tiene en ellos una cuota de responsabilidad. En otras palabras tanto Hesse como Gibrán nos hablan del verdadero alcance de la Mente: empatía y perspectiva, alumbrando el hecho de que sólo el azar y las circunstancias determinaron que fuéramos de una manera y no de otra, lo que no quita que el día de mañana seamos completamente distintos, pensemos y actuemos distinto, pues simplemente no somos causa sino efecto. Alcanzar la iluminación, depende de cuanto logremos expandir el YO y extirpar triunfalismos e individualismos escamados en nuestra Mentalidad, es renunciar a ser uno e inmutable, romper con el miedo al cambio y disponer nuestros cuerpos y cerebros a la empatía receptiva con la gran Mente Universal.

"Nadie se sabe completamente malo", solía decir en sus discursos William Cooper, padre de la teoría conspirativa y hasta los más condenables crímenes de la humanidad se cometieron pensando en que se obró de la manera correcta. Nuestra Mentalidad no es perfecta y puede dar cabida a formas de pensamiento totalizantes, semejantes a todos nuestros discursos e ideologías, las cuales tienden a auto-flagelarnos psicológicamente y en contacto con terceros, aplicarles medidas coercitivas, exigencias o trabas.

En toda época y lugar, nunca ha existido cosa más peligrosa que una mentalidad radicalmente colectiva: llámese Fundamentalismo Islámico, Nacional Socialismo, Comunismo o hoy por hoy: Democracia (recordemos que actualmente Estados Unidos pretende imponerla en varios países de Medio Oriente, de manera invasiva y suprimiendo la libertad, sí, la misma que dice defender). Mientras no seamos capaces de instalar un poquito de empatía en nuestros pensamientos, el mundo continuará marchando al ritmo de una competencia desleal y destructiva entre los seres humanos.

Está en uno el cambio, es uno quien edita a gusto la realidad. Todos buscamos los mismos fines: libertad y plenitud mental o espiritual, Cristo nos enseñó un camino: "bendecir a quienes te odian", porque sólo de esta manera minimizamos en nuestra gnosis el daño que otros pretendan inferirnos a la vez que restamos protagonismo en nuestras vidas a quienes no lo merecen. Es en el cerebro donde se derroen primero las barreras que no permiten avanzar a nuestro espíritu. Cristo, germen de la bienaventuranza, verbo liberador y sanador, "Plásmata" o "Cebra" en palabras de Philip K. Dick, su mensaje es como un rayo de luz sobre la conciencia humana, una chispa de coherencia en un mundo de sombras. Fue él quien nos manifestó el valor de la empatía, nos legó el ideal del "vive y deja vivir" (inexistente en el darwiniano mundo pre-cristiano) y nos trazó el camino único hacia la Mente, la libertad, la independencia y el autodesarrollo.