Todo cuanto existe lo dibujó antes la mente,
La pretendida mente de Dios, trazó el universo,
La mente de un sobreviviente transformó cuevas en albergues, arboles en canoas, papel, luz, calor y combustible, como piedras en sedimento y huesos de algún animal en armas.
Mentes más agudas forjaron el arte, Picasso el cubismo, Gaudí el modernismo, Van Gogh, Verdi, Vivaldi, Mozart y contados privilegiados, transformaron el mundo.
Sí como dijo Ayn Rand, "el ego del hombre es el manantial del progreso humano", sus limitaciones, en cambio, incitan el estancamiento.
Fantasmas llamados cábalas o supersticiones impiden la dilatación de las grandes ideas, las de orden secular. La gran barrera de los prejuicios no son fáciles de sortear. En medio de aquel limbo fenece más de la mitad de la humanidad.
Alguien te lavó el cerebro desde que tuviste edad de absorber simbolismos y pensamientos. Alguien trazó en tu mente a un dios omnipotente al cual temerle, más que tu creador, es tu soberano, se encadena a tus pensamientos más “sediciosos” materializándose en los pesados grilletes de la culpa. Es un dios risible de lesa humanidad, nada te liga a él más que el porvenir del Estado, la inviolabilidad del orden, la omnipotencia de las leyes. Es el dios de los laicos, su capellán es el poder.
Pocos te hicieron ver que has de amarte primero a ti mismo antes de abanderarte en ideas románticas (cualquiera sea la ideología, color o religión), menesterosas filiaciones, ministerios de esclavitud bajo la preconcebida conjetura de que el individuo es un simple engranaje del todo y jamás “el todo”.
Pero tú sí eres ese todo, en tu conciencia florecen la vida y la muerte, cielo e infierno, Dios y demonio, miedos, fantasmas, credos y quimeras, que son simples efigies y nada más. Qué cosa más triste vivir sufriendo por costumbres impuestas, cargado de pensamientos inocuos, acomodadizos para quienes anhelan de ti que no seas más que “un buen ciudadano”, producto acrítico de la moral del Estado.
Piénsate como un espejo en el cual se refleja el mundo, de tus anhelos emerge el alimento que obtienes del entorno, tus pasiones son las energías que destinas en transformar el espacio. No eres Dios, sino una pequeña luz de aquel motor universal subrepticio, al cual tan solo podemos inferir, ignorar o creer bajo el más absoluto cinismo. Cuando tu luz se apague, todo el mundo conocido se extinguirá frente a tus ojos, dejando en evidencia tu finitud y fragilidad.
No eres eterno (tal vez tu conciencia sí lo sea), pero permítete mientras vivas, en la medida de lo posíble, ser tu propio rey.