lunes, 2 de diciembre de 2013

El Islam, la Guerra Santa y la tradición aria en la percepción de Julius Evola


Giulio Andrea Evola (1898-1974) fue sin duda el filósofo más importante del fascismo italiano, un romanista, nacido en el núcleo de una noble familia siciliana de origen normando, que ostentó en vida el título de Barón y obtuvo del Duce (Benito Mussolini) el privilegio de exaltar las consignas republicanas. A Evola correspondió reedificar la mística del orgullo italiano, hundido en oscuros pantanos desde la Alta Edad Media, cuando la Italia Romana se convirtió en botín de los invasores germanos y la vida en sus múltiples regiones quedó asociada a reinos e imperios extranjeros.

En Evola resuenan ecos de un pasado glorioso, indisoluble del honor, de la lealtad y del amor por los símbolos raciales, religiosos y patrios, todo lo cual le posiciona como máximo referente del tradicionalismo. Fascista por convicción y por linaje, a temprana edad se alineó con el nazismo, manifestando años más tarde su abierta oposición a la barbarie y al pomposo culto a la personalidad que encarnaba el Führer. Nada le parece sin embargo más detestable que el Nuevo Orden Mundial -por aquel entonces en ciernes- plasmado por igual en el capitalismo como en el marxismo/socialismo y cuyos principales ejes son: el materialismo, el anti-nacionalismo, la anti-religión y el desprecio por la metafísica de la raza; apuestas que sólo pueden guiar al hombre y a las naciones al paroxismo biológico y espiritual, al fin de las ideas heroicas y de la integridad (de lo cual la separación entre religión, vida y política es sintomático), del honor y de la lucha por el "nosotros", de la sed de conquista y de progreso, entendido en términos no materiales.

Es por las razones arriba mencionadas que Evola contempla con nostalgia el fin de Occidente, del Occidente tradicionalista de antaño, aquel que era capaz de generar grandes proyectos colectivos en nombre del espíritu, fueran estas las cruzadas, el Sacro Imperio Romano-Germano o la Pax Romana. Taciturno entre los muros bombardeados de la Segunda Guerra Mundial, el barón llora lágrimas de tinta y se lamenta por la derrota de sus avatares, por aquellas batallas perdidas para siempre en favor del utilitarismo que ha ganado espacios a la consecuencia, a la rigidez valórica, al respeto por la tradición y por el honor patriótico y familiar.

La leyenda fundante de Roma: la de Rómulo y Remo siendo alimentados por la loba Capitolina, parece sin duda la fábula más absurda jamás contada, sin embargo posee todos los elementos de una epopeya guerrera, ayudando a identificar al romano con la naturaleza prima, dando impulso a su bravía conquistadora. Cuando Roma suavizó su espíritu cedió espacio a tradiciones y religiones foráneas mucho más elaboradas, pero paulatinamente perdió su imperio y sed de conquista, dejando hipotecada la historia de Italia al reparto de múltiples invasores.

Pocos quedan en Occidente y en la Italia pos guerra de Julius Evola, dispuestos a defender hasta la muerte un ideal, mucho menos llevar a cabo una guerra santa. En adelante, las fuerzas que mueven a Occidente poco tienen que ver con lo épico y lo sacro, cada guerra y cada revolución sopesa el materialismo, el honor se vendió al mejor postor, el amor dejó de ser aquella llama del espíritu que nos empuja a luchar y defender un ideal que supera la muerte y a un "nosotros" que nos define mucho más que las posesiones materiales. La triste evidencia sugiere que cada cosa, cada valor y cada sentimiento pasó a convertirse en un bien de consumo, hasta la política contraviene la tradición griega (la de los filósofos), no siendo más que una actividad de pillaje: a la derecha los privilegiados luchan por mantener sus parcelas de poder, a la izquierda los resentidos reclaman derechos donde no han fructificado virtudes, en el parecer del mismísmo Nietzsche.

Segregado el fascismo del continente europeo, Evola predice la disolución de su mundo, el antiguo orden. Ni Hitler ni Mussolini eran de hecho una gran opción -esto Evola lo manifiesta claramente- y sus regímenes de terror fueron justamente eso, coletazos desesperados por mantener en pie un mundo que ya no volverá y que se diluye cada día con la muerte de la tradición, para dar cabida a un orden mucho peor, de irreversible esclavismo. Tal vez el Islam -nos previene Evola- pueda poner en jaque a este Nuevo Orden Mundial de las no patrias, de las no religiones, de las razas diluidas y de las voluntades anuladas, el Islam y su concepto de "yihad" o guerra santa, que en Evola es la máxima expresión de una tradición ario-persa y ario-védica, ligada a la verdadera espiritualidad sufí y a las enseñanzas del Bhágavad-guitá.

La "yihad" consiste en dos naturalezas: una exotérica o pequeña yihad que es la guerra en su concepción tradicional (hombres contra hombres, naciones contra naciones, e imperios contra imperios), se considera inevitable, justificable, pero a la vez se intenta postergarla por la vía diplomática. Existe también una yihad esotérica o gran yihad liberada por el musulmán en su propio corazón, domeñando los bajos instintos, la pereza y los impulsos demoníacos que le alejan de Dios. Es esta última yihad la que Evola exalta como la esencia perdida de Occidente, destacando que mientras los espíritus deambulen a la sombra del materialismo, no seremos capaces de sacar a flote nuestra esencia divina: el ímpetu guerrero, la voluntad que desplaza montañas y que en tradición de los arios (persas, hindúes, romanos, germanos, vikingos, celtas, etcétera) trasciende la vida y es premiada tras la muerte con la ascención a los mundos superiores: llámese este Yanna, Valhalla, Nirvana, Paraíso o Campos Elíseos.

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sábado, 30 de noviembre de 2013

CRISTO: Entidad Solar


Estamos ad portas de celebrar una nueva navidad, pero después de 2013 años es curioso que muy pocos estén en conocimiento del origen simbólico de Cristo, quien lejos de ser un profeta judío con existencia real en la Palestina histórica, fue un plásmata (concepto de Philip K. Dick) o un imán (según el islam chiíta), es decir un arquetipo u entidad proveniente de los mundos superiores, encarnada en el mito, en las alegorías y los anhelos de los "hijos de la luz": seguidores de Mitras y de Ahura Mazda, los feligreces de la religión solar aria.

El nombre de Cristo, proviene de la palabra griega "Christos" que significa "el ungido", es decir un primo inter pares, nacido humano como cualquier otro, pero con una cualidad divina: la de ser mensajero o portador de la luz de Ahura Mazda, la misma que cargaba en su antorcha Prometeo, pupilo de Mercurio o el dios solar persa: Mitras, adoptado posteriormente por los romanos y que pudo haber sido eje de culto en Occidente, de no haberse inclinado Roma por el cristianismo como religión oficial.

En su máxima decadencia moral, espiritual, religiosa, económica y política, el Imperio Romano tuvo en Constantino al último gran estratega, que reunificó al imperio con el cemento de la nueva religión cristiana: un sincretismo entre el culto solar mitraico-ario y la figura histórica de un sabio judío, un tal Joshua (Jesús en español). De esta manera el cristianismo es otra tergiversación de la verdadera religión, combinando dos naturalezas de distinto origen en la figura de su salvador Jesús-Cristo (Joshua-Christos), por un lado un simbolismo grandilocuente solar-mitraico-ario: Christos y del otro, la filosofía de Joshua, ligada a la vida espiritual por sobre el materialismo y la fe en la resurrección, todo lo cual debió ser atractivo a los más desposeídos.

Anterior al cristianismo, el culto de Mitra fue el más extendido en el Imperio Romano, llegó a él por medio de los migrantes sirio-persas. A Mitras se lo representa como a un titán derrotando a un toro, en referencia a la victoria del hombre (o superhombre) sobre la naturaleza. Las corridas de toro -típicas en España- tienen un origen pagano, asociado al culto mitraico.

Puede que Joshua no haya sido siquiera judío, su nacimiento en Belén y prédica en Nazaret (tierras palestinas gobernadas débilmente por el reino de Judá), así como su abierto desprecio por los fariseos y sacerdotes de la época en Jerusalén, reflejan este indicio junto con el hecho de que las más antiguas referencias lo presentan como "el galileo", siendo la Galilea palestina, al igual que la Galacia anatólica, las principales colonias de origen celta o galo (de ahí sus respectivos nombres) que se conozcan en Medio Oriente. Se sabe también que Joshua -de haber sido judío- estaba muy lejos de la ortodoxia, ya que habría pertenecido a la secta de los esenios, en la cual se encontraba fuertemente enraizada la influencia greco-macedónica, las ideas del neo-platonismo y otras inspiraciones egipcias, persas, hindúes, además de las propiamente judías.

Fueron Saulo (el profeta Pablo) y otros seguidores judíos los que tergiversaron la rebelión ideológica de Joshua hasta transformarla en una nueva religión, fiduciaria del judaísmo. Los primeros cristianos fueron en su mayoría judíos en éxodo, luego los esclavos y las capas bajas de la sociedad romana, quienes por su limitada naturaleza estaban imposibilitados de comprender la filosofía esenia, mucho menos la crística.

De cara a una nueva celebración simbólica del nacimiento de Cristo, comprendamos que la Navidad es una celebración solar que festeja en el hemisferio norte la llegada del Solsticio de invierno, época de siembra para el año que viene. La luz de Cristo, es la luz de Dios, la acción creadora, sin la cual no es posible la vida; Cristo no es Dios, sino un profeta encarnado, un mensajero de los mundos superiores, como el Mahdi de los persas o el Buda de la India. Evitemos continuar viendo en Jesús-Cristo a un profeta judío, por sobre lo que realmente es: una alegoría libertadora, una manifestación de lo trascendente, la luz de Mazda filtrada en un mundo de sombras, hasta crear la ilusión óptica de "Cebra", en palabras del filósofo psicodélico Philip K. Dick.

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sábado, 23 de noviembre de 2013

Salomón: "Hombre de Paz"

Salomón y la corte del templo, recibiendo a la reina de Saba

"Shalom" y "Salam" son la definición de "Paz" en lengua hebrea y árabe respectivamente. Salomón, rey de Israel y referente simbólico de templarios y masones, más que un personaje real de la historia, encarna un arquetipo: el "hombre de paz": Shlomo en hebreo moderno y Suleiman en árabe, etimología de la cual derivan los nombres de Solomon en inglés y Salomón o Solimán en español. El nombre de su reino era Salem ("Tierra de Paz"), sobre la que los judíos edificaron el remedo Jerusalém, polis mística -en sus orígenes- que atrajo indistintamente la construcción simbólica de judíos, cristianos y musulmanes.

Parece ser que la verdadera raíz del nombre Salomón es la que deriva del árabe Suleiman (Salam-Man/Hombre-Paz), siendo el sufijo man la referencia a hombre y mente en lengua aria, la cual era empleada en la región del Levante con anterioridad a la llegada de los pastores semitas (entre ellos los cananeos y judíos) que se fusionaron u absorbieron a naciones cuya lengua vernácula era anatólico-indoeuropea: los pueblos hititas, hicsos, hurritas y pelásgicos, estos últimos ancestros de los filisteos (antiguos palestinos) y hebreos originales.

Es así como la leyenda de Salomón, al igual que muchas otras epopeyas bíblicas (como el "Diluvio Universal"), tendría un origen pre-judío, puesto que la historia del "rey justo" u "hombre de paz" proviene de los hebreos, una nación y raza distinta de los demiúrgicos judíos, que practicaba la religión solar de los antiguos arios y rendía culto a la Gran Luz. Los judíos por su parte, fue una raza de esclavos (tal como reflejan las historias de Moisés en Egipto y Abraham en Babilonia) que en su paso por las grandes civilizaciones de Medio Oriente a la par de ser sometidos, aprehendieron los aportes civilizadores de naciones mucho más avanzadas, convirtiendo al referente de Ahura Mazda de los arios en el dios tiránico, celoso y vengativo que es Yahvé: un Demiurgo o falso Dios, sustento de una filosofía o religión acorde a pueblos domeñados o sometidos que más que ver en Dios a un padre, un espíritu de amor y voluntad creadora, ven a un esclavista implacable, que a la vez es el as perfecto bajo la manga, pues siendo Yahvé el esclavista, no hay justificación posible para tolerar la dominación de otros seres humanos, y por el contrario surge el derecho de someter a los "goyim" como sacrificio al dios nacional.

La lámina muestra la repartición de Palestina en época bíblica. Nótese que el reino de Israel era distinto del de Judá y que los filisteos ocupaban una porción semejante de territorio al que están reducidos en la actualidad los palestinos por determinación sionista. La historia es un eterno retorno.

Las implicancias de esta nueva fe en Yahvé, fue la constitución de una nación sólida, tradicionalista pero también progresista, conformada por hombres y mujeres que cargan en sus frentes la seña del resentimiento. El judío en adelante (destinado a errar) se rebelará siempre de forma minuciosa y agazapada ante todo orden no judío: los estamentos de la Europa clásica, abolidos por la Revolución Francesa y el (falso) iluminismo, o la lucha de clases que terminó desatando no sólo la caída de la Rusia zarista en poder de los bolcheviques, sino que dos guerras mundiales desastrosas, son claras muestras de lo escrito, y que la vez son un simple reflejo de una guerra mucho más épica u cósmica (en palabras del barón Julius Evola), la lucha entre los nobles espíritus solares y las oscuras huestes del Demiurgo, entre los seguidores de Ahura Mazda y los esclavos de Yahvé.

Esta batalla cósmica de varios capítulos comenzó en Palestina, Egipto, Babilonia y el Imperio Romano en épocas remotas, continuó durante la Edad Media en Europa y engendró grandes hecatombes político-militares, durante el siglo pasado a nivel mundial. En 1947 la batalla retornó a Medio Oriente, plasmándose en el conflicto palestino-israelí (arquetipo del eterno retorno de las ancestrales luchas entre filisteos y hebreos contra judíos) y en la época en curso, avanza a pasos acelerados hacia una Tercera Guerra Mundial que enfrentará al islam ario, islam solar o islam persa (chií) contra el sionismo, cuya sombra envuelve a su favor no sólo a Estados Unidos y la mitad de Europa Occidental; el wahabbismo, el salafismo, el terrorismo islámico, el islam político y otras vertientes filosóficas del islam demiúrgico operan en la región a favor de Israel, puesto que la concepción de Alláh (Dios) en estas ideologías del resentimiento, está lejos de ser la de Ahura Mazda, el mal le reza siempre a Yahvé, del mismo modo que el Salomón judío tergiversa al Salomón hebreo hasta el punto de convertir al "hombre justo" u "hombre de paz" (un Imán o portador de la luz) en la encarnación arquetípica del súmmum imperialista.

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viernes, 15 de noviembre de 2013

RELIGIÓN SOLAR

Bandera macedonia bajo la que Alejandro Magno instauró un imponente imperio que abarcó desde el sur de Italia al norte de la India, pasando por Medio Oriente y Egipto. Al igual que la bandera actual y el escudo nacional de la Moderna República de Macedonia, representa al "Sol Invictus", símbolo transversal de los pueblos arios.

Donde hay luz las tinieblas se disipan y entonces -sólo entonces- nos es posible vislumbrar la verdadera faz de Dios: Ahura Mazda, el principio increado, padre de la vida, quien para manifestarse y crear todo lo aparentemente existente, debió bifurcarse en una doble naturaleza, creando a su opuesto: Ahriman, la oscuridad. Sin embargo y tal como sugiere el Islam, sólo Dios (Allah/Ahura Mazda) puede defendernos de él mismo (Ahriman) porque -parafrasiando a San Juan- en "el principio fue el Verbo, el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios", lo cual significa que nada queda fuera del creador, incluyendo el mal.

Gracias a Ahura Mazda es que existimos y somos conscientes de nuestra individualidad, aunque para ello debamos vivir a diario la dualidad: vida/muerte, luz/oscuridad, espíritu/materia, oriente/occidente, bien/mal, haciendo de nuestros actos constantes elecciones entre dos naturalezas opuestas. La misión del buen cristiano, del buen musulmán, del buen budista o del buen zoroastriano y hasta del buen pagano y del buen laico, es elegir con sabiduría: buscar la luz eterna de Ahura Mazda y fluir con él hacia la perfección para romper con la tragedia del Eterno Retorno.

Los anteriores párrafos sintetizan a grosso modo las enseñanzas del profeta persa Zoroastro, tan vívidas en el cristianismo como en el islam y plagiadas en parte por el judaísmo. La luz del creador, venerada por los persas en la figura de Ahura Mazda, fue representada por los antiguos arios de Europa, Asia Central, Medio Oriente y el Norte de la India, bajo el ícono del "Sol Invictus", el cual hace referencia a la luz creadora trascendental (el Verbo) y no así al Sol físico que alumbra la tierra, de la misma manera que el fuego fue para ellos una representación de la luz divina, en función de la sabiduría, del conocimiento y de la lucha, vitales para alcanzar el estatus de Super Hombres. 

De lo anterior se desprende que leyendas como las de Prometeo (héroe que robó el fuego de los dioses para dárselos a los humanos) o la de Melek Taus (Lucifer) para el yazidismo islámico, tengan una importancia relevante en la metafísica aria, al igual que las piras funerarias con las cuales los vikingos y hasta hoy en día los hindúes, continúan despidiendo a sus muertos, en su tránsito infinito a los mundos superiores, pues la muerte, al igual que la vida es vista como un ejercicio de búsqueda y perfeccionamiento constante, cuyo horizonte final es alcanzar al Sol mismo, al Sol Invictus o Sol Imbatible, una razón para vivir mucho más honesta y poderosa que el injustificado ascetismo judío, infiltrado en todas las religiones occidentales, que matan al espíritu brahamánico (guerrero) del humano en general.

Lamentablemente, la filosofía práctica de las religiones solares fue mutilada por la porción judaica del cristianismo que invita al hombre a "poner la otra mejilla" y a "amar al prójimo como así mismo" antes de buscar su propio equilibrio moral y espiritual (el cual desde luego está sujeto al contexto), fue cristianizando que los españoles pudieron robarle la virginidad a América y matar el espíritu guerrero del nativo. En la América india (desde México al Cuzco) se practicaban también las religiones solares y más de algún ariosofista del siglo pasado vio en ellas la influencia de los antiguos arios, apelando a la teoría del paso de Bering, en una migración centro-asiática anterior a la llegada de los mongoles desde Siberia o de los australoides desde Oceanía. ¿Serán las tribus gurayanas y chachapoyas el vivo vestigio que sustente la teoría?

Como sea, lo cierto es que a muy pocos nos acomoda hoy en día la idea de Dios en la forma de un rabino barbón y moralista que emplea a su favor el arma del remordimiento para castrar el espíritu humano. Dios ya era conocido siglos antes por los arios en la forma de Ahura Mazda: luz, fuego, Sol, Verbo, voluntad creadora y de hecho los hebreos (nación aria, distinta de los semíticos judíos con los que se fusionaron) erigieron el Templo del rey Salomón como culto al Sol naciente al igual que lo fueran las Pirámides de Egipto.

La religión Solar -en todas sus formas- es sin duda arcaica, pero esto no significa que no nos sirva de referencia (especialmente filosófica) para los tiempos nuevos, en que necesitamos respirar la simpleza y conectarnos con lo superior. Somos hijos, encarnaciones del Verbo, de nuestro padre Dios, principio creador: Ahura Mazda, todo lo demás (incluyendo a Ahriman: la sombra) son simples manifestaciones de Ahura Mazda. Así mismo, el politeísmo de la India no es per sé, pues los dioses menores representan los múltiples atributos del Dios último, del Dios único, del Dios luz, guerrero en Thor, festivo en Baco, carismático en Mercurio y seductor en Eros o Afrodita.

En imágenes: (Izquierda) Culto al Sol en el antiguo Egipto, (Derecha) el "Sol Invictus" iluminando al dios hindú Brahma.

La religión del "Sol Invictus" continúo siendo practicada en secreto durante la Edad Media por sociedades mistéricas como la de los cátaros y templarios. Muchos artistas de aquella época y del Renacimiento, conscientes de la religión eterna, encriptaron la figura del Sol entre los íconos cristianos en referencia al ulterior culto, herencia de los antepasados arios y del cual seguramente se sintieron orgullos Da Vinci, Botticelli y Giotto, entre otros.

La Estatua de la Libertad, regalo de los masones franceses al Estados Unidos independiente, es una referencia a la diosa romana Diana y al "Coloso de Rodas", una de las siete maravillas del mundo antiguo que recibía a los navegantes mediterráneos con la mano derecha alzando el fuego de Prometeo. El Coloso de Rodas fue una representación del dios del Sol griego: Helios. En ambos ejemplos son los rayos del Sol los que sobresalen -a modo de corona- sobre sus cabezas.

La cruz gamada o esvástica: otra referencia al Sol entre los hindúes, fue adoptada por los nazis para dar sustento esotérico a su desquiciado plan de dominación mundial y lucha contra el sionismo judeizante. Este símbolo solar místico, aparece dibujado también en un conjunto de cerámicas fenicias encontradas en las islas británicas.


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viernes, 8 de noviembre de 2013

ETERNO RETORNO

Clásica ilustración del dragón-serpiente devorando su propia cola, en referencia a la naturaleza cíclica del tiempo en el Universo: el eterno retorno de lo mismo. De fondo el Sol Invictus: alegoría mística de los pueblos arios, común en la simbología romana, persa y germánica, entre otras.

La primera vez que vi una reproducción de la imagen que abre el presente post fue hace muchos años en las primeras páginas del best seller "El Alquimista" de Paulo Coelho, libro ambientado en el Magreb, Egipto y el sur de España, parajes hoy considerados más bien exóticos pero que guardan buena parte del legado de la humanidad, además de los secretos y de la magia inextinguible, latente entre las ruinas de Cartago, las pirámides de Egipto y las mezquitas de Córdoba, donde alguna vez se sintetizaran los grandes aportes del paganismo germánico y romano, del islam, del cristianismo y del judaísmo. En aquel libro, Coelho hace además referencia a Salem (ciudad palestina, antesala de la Jerusalem judía, presumiblemente fundada por colonos arios), reviviendo al rey que habría gobernado sobre la misma: Melquisedec, clave en influenciar el arrojo del personaje hacia la búsqueda de su destino, más allá del Estrecho de Gibraltar.

Aunque "El Alquimista" es ante todo un libro simbólico y que obedece como tantos otros a la lógica de la autoayuda y al fermento de la ideología global new age (considerada más un peligro que un aporte por quien escribe estas líneas), es evidente que Coelho más que ficción, compila en rangos muy superficiales ciertas pildoritas del antiguo conocimiento esotérico, que tuvieron todos los pueblos desde el norte de la India al sur de Europa. Algunos de estos conocimientos, develados en "El Alquimista", tienen que ver con la importancia de los sueños (lo que en la década de los '30 Jung ligaría al "arquetipo") y con la búsqueda del oro alquímico, que no consiste en la transmutación física de los metales en piedras preciosas, sino de la evolución espiritual del mago-hombre al Ubermensch u hombre trascendental.

Curiosamente, fue este mismo orden de ideas lo que alejó al más grande de los filósofos occidentales: Friedrich Nietzsche, de su nihilsmo absoluto, pues comprendió el alemán que el Ubermensch es entre todos, el más importante y noble ideal u arquetipo humano, inspiración hacia una incesante búsqueda que no podría culminar jamás en una sola vida, a menos que esta fuera una vida eterna, algo similar pero en algún punto inconciliable con la idea de resurrección de la carne o de reencarnación. Para Nietzsche la idea del eterno retorno es también una invitación para romper con el karma judeizante del miedo, a modo de vivir una existencia plena y libre, relegando el remordimiento a un segundo plano, pues todo error -si se quiere- podrá ser corregido en la siguiente existencia.


"La muerte no es el fin y tras la muerte todo vuelve a acontecer hasta en el más mínimo detalle" sugirió alguna vez el ariosofista Miguel Serrano, de esta manera en otro espacio-tiempo los seres nacerán una vez más de las entrañas de la misma madre, el deja vú y los recuerdos del futuro (de los que tanto escribiera el incomparable Philip K. Dick) pueden así ser explicitados; esto es lo que al menos parecen haber supuesto sobre el misterio de la vida y del Universo, los alquimistas medievales que ilustraron tantas veces en sus crípticos la imagen de la serpiente circular (burlando las acusaciones de herejía), así como también los gnósticos y las antiguas escuelas de misterios griegas, persas y egipcias, a las cuales Nietzsche en honor a sus antepasados, toma demasiado en cuenta.

En lo sustancial, se puede concluir que la idea del "Eterno retorno" está impresa en lo más profundo del subconsciente humano, siendo regla de oro en "la gran patria" de los arios antes, durante y después de su dispersión por Eurasia. Es el nexo evidente entre la idea de reencarnación (propia de la India y ciertas sectas islámicas de Medio Oriente como los drusos y yazidistas), con la idea de resurrección en un mundo espiritual que nos legara el cristianismo, esta idea también parece haber sido fuerte entre los griegos y principalmente en el ideoscosmos platónico e igualmente poderosa en el zoroastrismo y en el islam chííta sepitamano y duodecimano, que sostiene la teoría de los "Imanes Ocultos": líderes espirituales que mueren y retornan varias veces al mundo físico, para señalar en su ejemplo de vida el camino recto y divino a las naciones de la tierra. 

Para el Islam Chiíta: religión persa, Jesús fue una encarnación más de los imanes. Curiosamente este mismo Jesús (el Mesías nazareno, no judío) fue según la leyenda visitado en su nacimiento por tres astrólogos persas que practicaban la religión de Zoroastro: el Zaratrustra de Nietzsche que nos descubre la idea del Eterno Retorno, ciclo de naceres y renaceres constantes que Miguel Serrano fundamenta en la teoría de que "en el Universo el tiempo es infinito, no así la energía y la materia que se reciclan constantemente, repitiendo inclinaciones conocidas". Aquel ciclo eterno y reiterativo sólo podría romperse -según Serrano- con la consecución del estatus de Ubermensch (Super Hombre), lo que para el hinduismo es "alcanzar el Nirvana" y el cristianismo y el islam reconocen como "el Paraíso", un arquetipo de los mundos superiores, descritos también por la Cábala babilónica.

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domingo, 27 de octubre de 2013

Águila Herida: La inminente resurrección del Panarabismo

"Nuestro objetivo básico es la destrucción de Israel, el pueblo árabe quiere luchar"
(Gamal Adbdel Nasser)

Son estos, tiempos decisivos para la "cuestión árabe": la exaltación de una lucha común que afecta a un gran contingente del Tercer Mundo y cuyo punto de inflexión fueron las expediciones napoleónicas y británicas del siglo XVIII, que darían premeditado impulso al deterioro del Imperio Otomano, dejando el camino libre al imperialismo atlántico, que se consagra en su máxima aberración con la instauración del Estado de Israel en 1948.

Israel: el sueño de Spinoza, Disraeli, Herzl y del congreso de los "Sabios de Sión", cenit de décadas y tal vez siglos de maquinación asquenazí cuyo objetivo final (y al que vamos a todo motor encaminados) es la consagración de un Nuevo Orden Mundial: secular, individualista, anti-religioso y anti-nacionalista en lo tocante a los "goyim" (gentiles o no judíos) que inconscientes o indiferentes ante el espirit de corp que encarna la identificación con los símbolos de la raza, de la cultura o de la religión propia (en esto consiste la actual propaganda sediciosa de los medios "sionizados" contra el Islam y la religión católica) llegará a ser simplemente una manada global, desprovista de voluntad y del romanticismo de nuestros antepasados, valorada en cifras y sacrificada al juego de la de la oferta y la demanda en el escenario de un capitalismo poco ético, acaparado por minorías avaladas por la judería internacional que tiene monopolizado hace mucho el control de la banca, de la política gubernamental de los países (izquierda o derecha son hoy la misma basura), de los organismos internacionales (ONU, Banco Mundial, FMI) y de las transnacionales. 

Ya desde el siglo XIX nos han venido advirtiendo del plan sionista muchos de los avatares nacionalistas y religiosos de la historia reciente: Henry Ford, Adolph Hitler, el Gran Muftí de Palestina, Nasser, el Ayatollah Jomeini... gran parte de ellos -lamentablemente- enemigos del régimen democrático que exalta la libertad individual, apela a la diversidad y abre las fronteras de los países al mercado global, aunque el precio por aquello lo estemos pagando hoy en día, con sociedades cada vez más empobrecidas, endeudadas y desmoralizadas, que suplen su falta de identidad en la aspiración e imitación de lo foráneo en un subconsciente culto al imperialismo americano. La manipulación sionista que tiene a su favor el control de los medios de comunicación globales y reproducen mántricamente las imágenes del Holocausto (como si de la Segunda Guerra Mundial sólo contaran los muertos judíos) ha cumplido con la labor de transmutar todo ícono nacionalista o religioso en "el eje del mal", en los representantes del Diablo, un diablo que desde luego no compra productos Kosher.

Muchos desconocen sin embargo que "el palo blanco" tras el Holocausto y la parafernalia de los nazis, fue la satánica familia judía Rothschild: los grandes banqueros internacionales a quienes el Imperio Inglés otorgó títulos nobiliarios y que tras aquella Segunda Guerra lograron tener al fin su propio país-feudo: Israel. Fueron representantes de esa misma familia los que prepararon el camino al cáncer socialista, financiando los escritos del judío alemán Carl Marx y a toda una manga de resentidos bolcheviques (cuyos principales líderes desde luego también eran judíos) que hicieron de Rusia la cuna de un imperio comunista, enemigo del nacionalismo y de la religión de los zares: el cristianismo. Curiosamente, el origen, destino y muerte de la Unión Soviética fue deparado desde la cuna del capitalismo occidental: Nueva York, ciudad que puede jactarse de tener tantos judíos como la propia Israel. 

La historia es un libro abierto que no miente y bien saben esto los hijos de Caín: Donde hayan nacionalistas, hombres de religión, amantes de su cultura, gente noble, honesta y determinada, los judíos estarán siempre en problemas ¿No se repite acaso la misma historia en Egipto, Babilonia, Roma, la Inquisición Española y la Alemania Nazi?

PANARABISMO VS PANISLAMISMO

Dos de los líderes más importantes del nacionalismo árabe: El gran Muftí de Palestina, Haj Amin Al Husseini  (izquierda) y el Rais egipcio, Gamal Abdel Nasser (derecha).

En imágen, el egipcio Hassan al Banna, masón, fundador de la polémica sociedad de los Hermanos Musulmanes, génesis del fundamentalismo islámico y de la intolerante ideología religiosa panislamista que tanto daño ha hecho a los países árabes y no árabes de Medio Oriente, para provecho y continuidad de los fines de políticos Israel y del imperialismo norteamericano. Hamás y Al Qaeda son filiales de la misma, cuya mano se oculta tras múltiples atentados y organizaciones que perjudican la paz en la región.

El panarabismo o nacionalismo árabe, surgió a mediados del siglo XIX secundando la lógica de los movimientos nacionalistas europeos, todos productos posteriores a la Revolución Industrial y al imperialismo asociado que significó movilizar capital y mano de obra del centro económico (Europa) a la periferia (Asia, África, el Subcontinente Indio) confrontando a los colonizadores con un "mundo de razas", dividido en adelante entre una mayoría de explotados y una minoría de explotadores. Fueron justamente estas cuestiones las que enfrentaron los árabes en plena disolución del Imperio Otomano, cuando queriendo diferenciarse de los odiados dominadores turcos, se plantearon una identidad idiomática: la nación árabe, una patria absolutamente heterogénea conformada por hombres de raza blanca, mediterránea, negra y asiática y en la que cabrían por igual levantinos (sirios, libaneses y palestinos), iraquíes, egipcios, magrebíes (marroquíes, argelinos, tunecinos) y sudaneses.

A comienzos del siglo XX, los imperios británico y francés reemplazaron al dominador otomano en el mundo árabe, prometiendo a los líderes políticos la pronta liberación y conformación de un Estado Árabe que unificaría el norte de África con el Medio Oriente. Desde luego esto no sólo no sucedió, tras la salida de los británicos se forjaron además todas las condiciones para que aquel mundo árabe fuera disgregado por nuevas corrientes nacionalistas y sectoriales en lo religioso que jamás permitirían la unión, sumado a ello el imperialismo no se retiró del todo de la región, dejaría enclavada para siempre una embajada en el corazón de Medio Oriente: la patria judía, Israel.

La ideología sionista que llevaron a oriente los judíos europeos, tras la ocupación ilegal y prepotente de Palestina a comienzos del siglo XX, ayudó a exacerbar la idea de nacionalismo árabe. Fue entonces cuando cobraron fuerza las ideas de filósofos sirios y libaneses como Zaki al Arsuzi y Michel Aflaq, quienes inspirados en la tradición prusiana, asumieron la responsabilidad de construir los símbolos comunes de la nación árabe, más allá del decaído orgullo, de la certera diversidad y de las diferencias locales, de esta manera secularizaron a la figura espiritual del profeta Mahoma y a la noble religión del Islam, convirtieron en ícono al beduino: antepasado común de los árabes y se hicieron de una simbología patríotico-militar-religiosa, consistente en la media luna, las espadas cruzadas o el águila (tomada de las banderas romanas, al igual que hicieran los nazis), todo ello sirvió como fermento de un sentimiento identitario propiamente árabe, el cual se fortalecerá aún más tras las derrotas diplomáticas y militares frente a Israel, comenzando por "la catástrofe palestina" o Nabka: el día que la ONU regló la creación del Estado judío.

El árabe, una raza más espiritual que antropológica, desciende de todas las grandes culturas antiguas, que forjaron el destino de la humanidad, desde Sumeria a Egipto, pasando por Babilonia, Asiria, Fenicia, el Imperio Hitita y Persia. Comparado con estas antiguas y prósperas civilizaciones, los míticos, bíblicos pero siempre mediocres reinos judíos, sólo fueron unos cuantos asentamientos en la Palestina histórica, totalmente rudimentarios y por lo mismo sus gentes más de alguna vez dominadas, desplazadas o vendidas como esclavos por los imperios colindantes. Sin embargo aquellos judíos tuvieron a su favor desde el primer día la perseverancia de la fe en el Dios único (fe por lo demás influenciada por los persas) lo que les generó una idea de identidad racial y el imperativo de no mezclarse entre las naciones receptoras al punto de desaparecer. Así lo han venido haciendo durante los últimos tres mil años y esto es en gran parte la génesis de la desconfianza mutua entre judíos y gentiles.

El vivir dispersos entre los reinos e imperios más avanzados de la antigüedad  conservando siempre la particularidad de su raza, les permitió a los judíos evolucionar intelectualmente y absorber durante siglos conocimientos científicos, alquímicos, matemáticos, filosóficos, numerológicos y esotéricos que vienen colectando desde su cautiverio en Babilonia y Egipto, así mismo supieron aprovechar el influjo cultural de los conquistadores persas y griegos que anexaron Palestina en la antigüedad  para luego abrirse paso por Roma, el Imperio Sasánida, la India, el norte de África, la España musulmana y la Europa del Renacimiento, logrando estar siempre a la vanguardia y liderando toda revolución política y social. 

Considerando todos estos eventos, es comprensible porqué los judíos han logrado dominar desde la Edad Media el arte de la diplomacia, de la economía, la especulación y la ciencia de la riqueza (fueron fundadores de los primeros bancos europeos y de la usura), llevando a cabo gran parte de su historia una estrategia de camuflaje o de asimilación engañosa (desde el hacerse pasar por cristiano o musulmán en el medioveo, a las más selectas prácticas de espionaje político), son también fundadores de la psicología (¿quién mejor que un judío puede comprender la mente humana?) y los primeros en razonar y practicar el poder persuasivo de la publicidad. Al margen de la religión -y a veces en contra- se les atribuye también ser los principales responsables de proliferar las ciencias ocultas, con aportes que van desde el empleo de la Cábala y el Talmud al Tarot, la cartomancia y las escuelas de misterios, tales como el Rosacrucismo y la Masonería.


Desde luego, una nación con tales antecedentes históricos no puede ser considerada menos que peligrosa por los partidarios del nacionalismo, por los hombres de religión o por los defensores de la economía local. Así lo entendió Bismarck, cuando promovió la asimilación y conversión de los judíos alemanes al cristianismo, pues no en vano fueron esos mismos judíos los que tres décadas más tarde traicionaron a Alemania y se aliaron con Francia y Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial, desatando el odio alemán y la escalada del nazismo. Similar cosa hicieron los judíos negros de la India, quienes facilitaron el ingreso de la dominación e imperialismo británico al subcontinente, los judíos de China, responsables directos de las sanguinarias guerras del Opio junto con los británicos y desde luego, el imperialismo británico y francés estuvo infestado a todo nivel de machiavellos judíos, lo mismo que ocurre actualmente con la invasión norteamericana en Medio Oriente y su presencia siniestra pero no casual en Mesopotamia (la actual Irak), prostituta maldecida por los profetas de Israel. Tres mil años después, más allá de asirse con los recursos energéticos de Irak (petróleo y gas), están llevando a cabo su venganza onírica (simbólica).

Aquel pueblo oscuro y deicida es en esencia incompatible con el espíritu árabe, herencia de la ética integral zoroastriana (persa) practicada durante miles de años, que es el corazón mismo del Islam verdadero y que se traduce en la derrota del mundo material por el espiritual (los judíos encarnan la victoria del primero) a esto apelaban también los nazis y por esta razón muchos de ellos buscaron asilo en el Mundo Árabe tras la derrota de Hitler. El geist árabe es un arquetipo incapaz de separar vida de espíritu: patriotismo y religión de política, lo más cercano al Superhombre del que hablaran Nietzsche y Hesse y que es tan bien reproducido en ejemplos de integridad y lucha como Nasser, el Gran Muftí de Palestina o el héroe de las Malvinas: Mohamed Alí Seineldín, hombres que con tal de preservar los más altos valores de la nación: libertad, moral, tradición y orgullo, estuvieron dispuestos a sacrificarlo todo. Es este arquetipo épico, el que falta hoy en día entre los líderes de un Mundo Árabe e Islámico "sionizado" y plagado de Mubaracks, Gadafis, y Bin Ladens que no representan para nada la virtud de los mencionados anteriormente, pues desde luego son simples caricaturas, amigables a Israel y referenciales del "líder acéfalo" que facilita el camino al imperialismo, a la pobreza y a la desintegración interna de los países.

Sólo me resta agregar que hoy por hoy que poseo la madurez suficiente para entender que la idea de democracia es un suicidio en muchos países, prefiero que existan cien dictaduras como la de Bashar Al Assad en Siria y hasta otras tantas como las de Hussein a esa falacia que está promoviendo el sionismo a través de la ONU y EE.UU. en Siria, Irak, Egipto y Libia y que a la fecha sólo ha engendrado gatopardismo (confusión política) y multiplicado los muertos en la región. El mundo árabe comienza a despertarse de su mal sueño, pero reconociendo en lideres como Al Assad el heroísmo de aquellos grandes hombres que luchan contra gigantes o causas imposibles, la de Siria consistente en mantener a todo costo su autodeterminación política y económica (un ejemplo para todos los países corrompidos del Tercer Mundo), no resultando para nada extraño que los rebeldes que luchan contra el régimen sirio, sean una manga de hambrientos mercenarios, provenientes de muchos países y financiados por tres actores que tienen gran interés en debilitar a Irán y diluír toda la influencia que este país musulmán no árabe ejerce sobre la región y principalmente en Siria. Estos tres actores son Arabia Saudita, Israel y Estados Unidos. 

Pese a que el futuro no parece nada prometedor, estoy seguro -sin embargo- de que de las ruinas de aquel mundo árabe, heterogéneo en lo racial pero cada vez más UNO en el espíritu, remergerá sin duda un nacionalismo panárabe fuerte, mucho más consciente y pujante, un nacionalismo árabe secular, liderado por las naciones del Levante (Siria, Líbano, Palestina) y que mutilará la influencia de los petrodólares, del sectarismo religioso que tanto divide a cristianos y musulmanes, desterrando para siempre el fundamentalismo islámico (principal arma con la que opera el imperialismo su plan de desintegrar el Mundo Árabe) y poniendo en evidencia a los traidores gobernantes sauditas, peones del colonialismo, socios y pupilos de Israel. 

Es este tipo de nacionalismo el que se necesita para enfrentar al Nuevo Orden Mundial, el cual debe comprenderse como la victoria del capitalismo judío, traducido en pobreza, endeudamiento, esclavitud y tristeza para todas las demás naciones. Se necesita de un nacionalismo árabe indiferente a la ceguera ideológica y religiosa, como así mismo abiertamente opuesto a la Arabia profunda, rica en petróleo, pero ignorante y aún en pañales frente las conquistas y el legado histórico de los árabes blancos de las regiones meditérraneas, llamados a liderar el bloque regional. Este nacionalismo por el que muchos pugnamos, debe apostar por Irán y no por Arabia Saudita, por el amor a la tradición más que por al amor al dinero que tanto ha corrompido a las élites de nuestros países. Es el Irán de Jomeini: la antigua Persia de los arios, así como la gran obra de Nasser y de todos los prohombres árabes e islámicos, la guía necesaria para terminar con cien años de pesadilla en esta lucha final, secuela de otras tantas en las que nos robaron todo, menos la integridad.

domingo, 28 de julio de 2013

Palestina, Tierra Prometida

Hace exactamente 1943 años, cuatro legiones de centuriones romanos asediaron la ciudad sagrada de Jerusalén, saquearon y destruyeron el Segundo Templo del Rey Salomón, declararon ilegal la práctica del judaísmo y obligaron a los descendientes de Abraham a asimilar la cultura romana, emigrar o morir. Siguiendo el destino de las tribus perdidas, millones de judíos se esparcieron una vez más por el mundo conocido (Europa, Asia y África), conservando el relato, la memoria y sus milenarias tradiciones.

La tierra que otrora fuera Israel, fue rebautizada Palestina por los romanos en honor a la nación filistea (filistinos = palestinos): enemigos bíblicos de los judíos, un pueblo de procedencia griega que terminó siendo absorbido por los hebreos tras la victoria del rey David sobre el gigante Goliat. Demográficamente, la Palestina romana fue una sociedad cosmopolita, conformada mayormente por judíos conversos a la fe romana (el cristianismo) y una minoría de colonos griegos, persas, edomitas (árabes) y romanos, mezcla que conforma desde entonces el sustrato racial de la población palestina. En 636, los árabes arrebataron Palestina al Imperio Romano de Oriente, quedando su historia asociada a la del mundo islámico, parte importante de los palestinos se convirtieron a la nueva fe, el resto continuó practicando libremente el cristianismo o el judaísmo, credos valorados por la religión musulmana, la cual reconoce por igual a la figura de los profetas de Israel, a Cristo y a su madre la virgen María.

Tras la conquista árabe, la Palestina histórica resistió durante nueve siglos el dominio turco (de 1071 a 1916), fue parte del Reino cruzado de Jerusalén (1099 a 1187), instaurado por los templarios que con respaldo de las dinastías judeo-germánicas de Europa Occidental rescató por un breve periodo Tierra Santa, la cual pronto fue reconquistada con mano dura por los turcos y presenció en carne viva la crueldad de los mamelucos. En 1916 el Imperio Turco-Otomano declina su poderío sobre la región que pasa inmediatamente a manos del Imperio Británico, de los agentes sionistas y de la casa real (cripto-judía) de los Windsor. Comienza la historia contemporánea de Palestina, un siglo de terror peor aún que las crueldades mamelucas, la superposición de la "memoria judía" a la "memoria palestina", lo que da cabida a una rápida inmigración de judíos europeos, provenientes principalmente de Rusia y Gran Bretaña, quienes sentarán las bases de la nueva Israel sobre el alma viva de Palestina, varias décadas antes de que la ONU vise la conformación de un Estado Judío en 1947.

Pese a que estudios genéticos revelan un estrecho vínculo racial entre los judíos (asquenazíes, sefardíes y mizrajíes) y los palestinos actuales, más allá de los siglos de distancia y la mezcla con otras naciones, es una tremenda aberración filosionista considerar que la errante nación judía conserva algún derecho sobre territorio palestino (siguiendo dicha lógica, los latinoamericanos podrían reclamar patria en España y Portugal, los australianos retornar a Gran Bretaña y los vascos al Cáucaso junto a los georgianos y armenios, por poner simples ejemplos). En el curso de los últimos dos mil años fueron los palestinos los únicos y legítimos dueños del territorio, resistiendo el dominio de árabes, turcos y cruzados y empero todo parece indicar que continuarán resistiendo hasta el final de los tiempos a la presión y los atropellos de quienes con toda prepotencia reclamen suya la Tierra Prometida, una cuyo nombre desde el 70 D.C. ya no es Israel sino Palestina. Hoy como hace dos milenios atrás, el Cristo descalzo y el Simón guerrillero no radican en Tel Aviv ni en Jaffa, el Sol alumbra sobre sus cabezas en Cisjordania, el Golán y Gaza, regiones desoladas donde Dios bendice sus causas.

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lunes, 22 de julio de 2013

El León de Judá: Algunas consideraciones sobre Jamaica, la cultura reggae y el sionismo negro

Enclavada en el corazón del Caribe, la exótica isla de Jamaica (Jah-maica: tierra de Dios) no sólo destaca por ser el país del reggae, de los velocistas olímpicos o de las mulatas más cautivantes de Centroamerica, su historia, ligada a la esclavitud y al éxodo, es digna de ser conocida e investigada a fondo, como punto de partida del llamado "sionismo negro". Un paraíso tercermundista, comparado por sus habitantes con el Edén de la Biblia y en el que africanos, judíos y árabes lograron forjar una sociedad símil a la bíblica Eritrea.

No es necesario ser un gran entendido de la música reggae, para estar en conocimiento de que Bob Marley además de exaltar la libertad, venerar el consumo de cannabis y condenar la violencia social, política e intrafamiliar (esta última manifiesta en su canción "No Woman No Cry") reflejó en muchas de sus composiciones una carga de espiritualidad y simbolismos judaicos, que quedarían impregnados por siempre en la cultura reggae y que hacen referencia a "Sión", "Babilonia", "Jah" (Jahvé) o el "León de Judá", entre otros. Desde luego los guiños no son nada casuales, el propio Bob, nacido en una familia interracial, descendía por línea paterna de ancestros sirio-judíos que emigraron a Inglaterra en el siglo XIX. Por otra parte, el movimiento rastafari, del cual fue su más viva expresión, entraña sus orígenes en la añoranza por Abisinia (Etiopía), lugar desde donde provino el grueso de los esclavos jamaiquinos y que en la antigüedad remota fue el espacio físico donde se consumó la unión entre la reina de Saba y el rey Salomón, entre la cultura afro-árabe y el judaísmo. Un grupo étnico llamado falasha (judíos negros) radica desde hace tres milenios en Etiopía.

De algún modo u otro, Jamaica es una recreación del Cuerno de África, el destino de centenares de exiliados y esclavos que hicieron de esta tierra el Edén del tercer mundo americano. Descubierta por el propio Cristóbal Colón (genovés cripto-judío) en 1494, la isla fue colonizada en el principio por piratas sefardíes que emigrados de España se negaron a convertirse al cristianismo, un siglo más tarde pasó a manos inglesas y esclavistas árabes transportaron contingentes de mano de obra proveniente del oriente africano. De aquella accidentada mezcla de poblaciones y eventos surgió una cultura fortalecida sobre los pilares del sionismo negro, el país de los "rastas" que además de ensoñar una Babilonia negra, rinden culto a un rey etíope (Haile Selassie I), presumible descendiente de Salomón y al que consideran la última encarnación de Jahvé.

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lunes, 17 de junio de 2013

La incuestionable existencia de Dios

No soy un hombre de religión, ni pretendo serlo nunca, nací cristiano pero no puedo considerarme tal y sin duda me es indiferente la figura de los santos y profetas, llámese este Jesús, Muhammad (Mahoma), Abraham, Zaratustra, Moisés o Siddharta Gautama, algunos de los cuales más que describir al Dios verdadero, bosquejaron la figura tiránica de un Dios-Estado, primitivo y totalitario, un Demiurgo vengativo, implacable y castrante: el Dios dogmático de la Iglesia Católica, el Yahvé judío o el Allah de los beduinos árabes, que poco tiene que ver con el Allah persa, encarnación de la remota figura de Ahura Mazda (el Creador Increado), antigua descripción gnóstico/aria que refiere al Dios único y benevolente, que para manifestarse y dar vida a todo lo existente, debió bifurcarse, formando un universo dual de luz y oscuridad, donde el libre albedrío es el prisma fundamental y las creaciones inteligentes (ángeles y seres humanos) debiesen apuntar a la virtud, la rectitud, el amor y todos los valores constructivos de la trascendencia, en los cuales posa el ejemplo de los "iluminados" de cada época y lugar.

Para un mundo liberal, materialista y post-racionalista la figura de Dios ha sido -al menos teóricamente- fundamentada por la mecánica cuántica, para la geometría, matemática y numerología Dios es el equivalente del 1: número místico primordial que refiere al punto de partida o condensación del "Todo". Somos un ir y devenir (reciclaje) de individualidades o proyecciones efímeras, fluidas de la única gran mente que simplemente nos ha imaginado. Así mismo los antiguos alquimistas hablaban de la "piedra filosofal" para referir a la materia prima del Universo, el elemento básico que encarna a  la naturaleza última de Dios y de la cual se habrían desprendido todas las demás naturalezas ilusorias de las que se componen los distintos elementos. Para el hombre de fe en cambio, Dios es un aliento de esperanza, un grito de batalla, el hacedor de milagros y dador de lo imposible. Contrasta con la razón y con la fe, el ateísmo de aquellos que no ven ni sienten a Dios, y que "necesitan pruebas" para dejar conformes sus limitadas mentes. Respiro el aire, pero no lo veo, sé de la existencia de un microcosmos microbial y atómico, pero tampoco lo veo... ¿acaso necesito pruebas para creer en Dios a quién no puedo ver, y que  jamás alcanzaré siquiera a dimensionar?

Dios existe, no cabe duda, y es posible alabarlo tanto en la mezquita, como en la iglesia, en la cárcel como en el baño... ni la belleza del templo, ni la pompa del ritual son imprescindibles para lograr una cercanía con Dios, por tanto las religiones no son más que una certera pérdida de tiempo, un cúmulo de inútiles dogmas que no hacen más que rendir culto al Dios-Estado y al Dios-raza, idealizado por algún filósofo (más bien corporativismo) oportunista o desquiciado. Ni el islam, ni el judaísmo, ni el cristianismo, ni el budismo, ni el hinduismo, ni nada están en condiciones de acusar "monopolio de la figura de Dios", puesto que los constructos humanos no pueden contener al Todo. Las religiones en tanto no son más que un intrincado relato, producto de la historia, del paternalismo, de la manipulación, los deseos y frustraciones, humanas contradicciones, miedos heredados, mitos populares, superstición, orgullo, nacionalismo, guerras y hasta de estrategias políticas -no pocas veces asociadas al imperialismo- de  un determinado colectivo.

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sábado, 1 de junio de 2013

Las Redes Judías: Infiltración, Dominio y Engaño

Que la historia es un relato favorable a los poderosos y a las clases dominantes, es una verdad en parte incuestionable y en parte a medias. Si sólo nos dejásemos llevar por el atemporal relato del pueblo judío y sus incontables deportaciones, persecuciones y sufrimientos, nuestro catalejo se empaña fácilmente y pasamos por alto el hecho de que se trata -al menos nominalmente- de la misma nación que encabeza desde hace cientos de años un imperio oculto pero cada vez más evidente, de los  financistas de cada una de las grandes revoluciones, de los autores/mentores de extendidas filosofías e "ismos" (capitalismo, liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo, terrorismo...) que cambiaron las directrices políticas, sociales y culturales no sólo de Occidente, sino del mundo entero y por cierto también, de una etnia racista que ha establecido parámetros estamentales en la propia Israel y que juramentó odio contra los "goyim" (gentiles o no judíos) desde el Talmud a los Protocolos de los Sabios de Sión.

No puedo negar que existe en mí una cierta admiración hacia el enmarañado constructo histórico del pueblo judío, fundamentado en sus altas convicciones y en su imbatible sentimiento de identidad forjada en símbolos, relatos y los fortísimos lazos a una fe estatal que se pierde en la noche de los tiempos. El hecho de ser un descendiente directo de cristianos maronitas (raza híbrida entre lo "semítico": arameos, cananeos y judíos y lo "ario": persas, griegos y templarios) tanto en la carga sanguínea como en lo espiritual/cultural me ha generado sentimientos contradictorios hacia aquella nación, de la cual es indudable todos poseemos algún nexo, ya sea racial (los judíos son parte hace siglos de la geografía europea, conociéndose estudios que revelan, por ejemplo, que al menos 1 de cada 3 españoles es un cripto descendiente) y sobre todo en lo metafísico e intelectual, pues independiente que te definas como "cristiano", "racionalista", "agnóstico", "marxista", "liberal" o lo que sea, todos aquellos ismos identitarios -sean religiosos, filosóficos o políticos- de algún modo u otro fueron sembrados por mentes judías, la élite intelectual par excellence del mundo occidental.

No puedo pasar por alto sin embargo, que se trata de la misma nación que a diario pisotea los derechos humanos de miles de palestinos y que los ha obligado a vivir en condiciones infrahumanas (con muros y apartheid de por medio, encerrados sin cargos en cárceles que violan la normativa internacional, convertidos en ciudadanos de tercera en Israel o desplazados hacia diferentes países árabes en los que se ha tercializado el conflicto), menos simpatía aún me generan las nefastas élites judías que mueven los hilos de la economía y de la política global, utilizando la triada hegeliana: tesis-antítesis-síntesis para la generación de efectos y respaldos sociológicos previamente estudiados. 

Tribunal Supremo de Israel. Construcción de inspiración masónica (con obeliscos, pirámides y referencias al "Ojo que todo lo Ve"), su construcción fue llevada a cabo con fondos de la familia Rothschild.

La Revolución Francesa, la Revolución Bolchevique, la Primera y Segunda Guerra Mundial, la Guerra del Golfo o el cobarde ataque al Word Trade Center (antesala de la Tercera Guerra Mundial, planeada hace siglos y documentada incluso en el siglo XIX, en una carta que el illuminati Albert Pike dirigiera al unionista italiano Giussepe Manzzini) son sin ningún atisbo de duda jugadas maestras de una élite judía que a la par de ocultismo y herejías condenadas por algunos de sus múltiples profetas (entre ellos Abraham, Amos y el propio Cristo), aprendió en las míticas tierras de Babilonia y Egipto, técnicas de manipulación psicológica y sobre la importancia de las ideas ("las palabras construyen la realidad", razón por la cual los grandes medios y consorcios de comunicación están en manos de judíos). Entre todas aquellas satánicas ardides menos que nada puedo pasar por alto la Segunda Guerra Mundial, cuyos sufrimientos son convenientemente acaparados por la memoria del Holocausto, relegándose al olvido la muerte de otro millar de europeos no judíos, entre ellos parte importante de la familia de mi abuelo materno, nacido en el norte de Italia, no sin justa razón un ferviente antisemita.

No son infundadas las sospechas que ligan tanto las dos guerras mundiales como el Holocausto con un plan perfectamente trazado por las potencias (y desde dentro por el lobby sionista), se comenta que fue la prominente casa bancaria de los Rothschild la encargada de financiar el plan de acción del nazismo alemán, teoría que parece consolidarse con el hecho de que destacados mandamases de las SS (entre ellos el propio Adolph Hitler), ocultaban su linaje judío. El plan desde luego fue sórdido, pero perfecto, su objetivo: desatar una gran matanza de judíos inocentes, para de este modo conmover a las consciencias europeas, de manera que surgiera la necesidad de compensar al "pobre pueblo judío", entregándoles "legítimamente" (por visación pseudodemocrática en las Naciones Unidas) un terruño en la Palestina histórica, la cual desde luego no era un lugar deshabitado. Favoreció al plan sionista el hecho de que Palestina estuviera por entonces bajo mandato británico y años antes formara parte del brazo meridional del Imperio Otomano. 

Tanto en uno como en otro imperio las influencias sionistas estaban consolidadas, de sangre judía eran muchos de los "jóvenes turcos" (facción nacionalista que terminó suprimiendo el imperio para fundar la República Secular de Turquía, dejando el destino de las últimas tierras árabes en manos de Occidente), destacó entre todos ellos el inteligente estratega y primer presidente turco Kemal Atatürk. En el Imperio Británico, casi desde su fundación, grandes consejeros, ciertos lords y ministros cargaron también la sangre de David, ninguno más emblemático que Benjamin Disraeli, el más cercano amigo y consejero de la Reina Victoria, quien se las arregló para obtener de los turcos los primeros asentamientos (kibutz) judíos en la Palestina Otomana.

La duquesa de Cambridge, Kate Middleton junto a su madre Carol Goldsmith. Ambas descienden de una noble familia judía, al igual que la difunta Diana de Gales y la Casa de Windsor.

Ciertamente la sangre es más espesa que el agua y bien lo saben los judíos. A los muchos civiles de aquel linaje que han logrado escalar a los más altos puestos políticos, militares u económicos de los distintos países, haciendo que el lobby sionista sea algo más que una simple teoría de conspiración, debe sumarse también a la totalidad de las familias reales europeas (todas ligadas entre sí). Ya desde tiempos de la dinastía Merovingia, la sangre judía comenzó a infiltrarse en las distintas coronas europeas; aquel fue el fundamento para que en la Edad Media se llevaran a cabo las cruzadas, menos para rescatar de la influencia islámica a los Santos Lugares por donde transitó Cristo, que para salvaguardar la tradición y las riquezas judaicas del Templo de Salomón, aquella construcción simbólica de la cual apenas sobrevive el Muro de los Lamentos y que fue destruida dos veces: primero en el 587 A.C. por los babilonios y luego en el 66 D.C. por los romanos.

Ello explica también porque siendo una institución surgida en Europa: la Francmasonería utiliza simbolismos y alegorías judaicas como el Trono de Salomón y el rito cabalístico, porqué la corona de Inglaterra (hoy ocupada por Isabel II) encarna para la masonería tradicional o regular a la figura de Salomón o el porqué de la relevante importancia de los masones en la configuración de los distintos movimientos republicanos en Europa, América y Asia para provecho del imperialismo inglés. Hacia comienzos del siglo XIX, la augusta institución sirvió indirectamente a los planes británicos (y franceses) de desmantelar al Imperio Español, fomentando las ideas independentistas y la lucha patriótica desde la créme militar de nuestro continente: O'Higgins, San Martín, Bolivar y De Miranda, destacan como insignes caudillos y militantes de las llamadas "Logias Lautarinas", irregulares, pero fiduciarias de la masonería escocesa. Desde entonces nuestra historia republicana quedó asociada al geist masónico, lo mismo que a nivel de RR.II., la estructura de las Naciones Unidas obedece a un esquema logial.

No debemos olvidar sin embargo, que pese a ser una institución que fomenta los nobles ideales de libertad, igualdad y fraternidad (los mismos de la Revolución Francesa) el alcance universal de la francmasonería ha desatado desde fines del siglo XVIII algo algo más que la discordia en gran parte de los países de Medio Oriente, donde fomentó el libre pensamiento entre las clases dominantes y los intelectuales liberales, lo cual explica muchos de los conflictos políticos y guerras civiles de la región, engendrados en  la insoluble disputa entre los ulemas (intérpretes de la ley religiosa) y los reformistas laicos a la hora de crear una nueva institucionalidad para los países, producto de ello prevalece una eterna anarquía que revuelve los mares para ganancia de las potencias occidentales: ayer Gran Bretaña y hoy Estados Unidos, ambos imperios capturados por la mano sionista, cuyos intereses posan sobre el petroleo, la geoestrategia y la salvaguarda del enclave occidental-israelí. 

Con todo, el hecho de que hoy en día los judíos sean literalmente "los dueños del mundo" se explica en que su poderío hoy como ayer, no se encuentra delimitado a un territorio o imperio particular, se liga más bien a la mística de la sangre y al hecho de que lograron "hacer familia" no sólo en las más altas esferas de la aristocracia económica y bancaria, sino también entre los linajes nobles de Europa. Se limita al "perraje" la influencia intelectual, ideológica, e incluso artística, proezas en las cuales la nación de David también destaca a la par o sobre los "goyim". Declararse antisemita o antijudío es probablemente la más suicida de todas las determinaciones, no por lo quijotesco que resulta revelarse contra una bien organizada red de poder, presente en todas las actividades humanas, sino porque muchos cargan también con el sino que dicen despreciar (es probable que todos tengan algún antepasado de la estirpe de Abraham). De modo que despreciar al pueblo judío es despreciarse a sí mismo, a la propia humanidad, por tanto no es mi intención velar los múltiples atropellos que se han cometido en nombre o en contra de la patria hebrea, tampoco desestimar sus certeros sufrimientos, ni la fortaleza de su fe en Yahvé que los terminó removiendo de la Tierra Prometida. Que quede claro, yo no odio a los judíos, pero tampoco niego que desprecio al ilegítimo Estado de Israel, al Sionismo y sus intenciones de acabar con el último reducto de espiritualidad aria: la República Islámica de Irán.

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