sábado, 24 de diciembre de 2011

Nacimiento simbólico

Esta noche, los cristianos del mundo (incluidos quienes no hemos atestiguado nuestra fe en el dogma clerical) celebramos el nacimiento del Cristo ("el ungido"), aquel ser gnóstico y libertario que tal Buda, Confucio, Platón o Muhammad, vino a liberarnos del espejismo esclavisante de un mundo material, fugaz y precario, señalándolos los caminos iluminados del humanismo, de la fraternidad y de la gnosis mística (conócete a ti mismo y conocerás al alma del universo y a su creador).

La gran ilusión óptica llamada mundo, no es muy distinta en la actualidad que la que solía ser hace 2011 años, la esclavitud psicológica y corpórea de entónces, ha sido reemplazada por la esclavitud material y financiera del presente. El vasallaje feudal de antaño, se transmutó en la dependencia al crédito, a la banca y a la quimérica idea del estatus social. Los grandes paradigmas de "modernidad" y "progreso" se desdicen con las alarmantes inequidades en el desarrollo, la creciente miseria e injusticias sociales y los estragos del imperialismo contemporáneo en el Tercer Mundo, no más suave por cierto que el ejercido hace miles de años por los romanos sobre las tierras de Judea.

En épocas pretéritas, milenarias culturas de toda la faz de la tierra, tenían costumbre de celebrar a estas alturas del año los solsticios, para plantar o cosechar las semillas simbólicas del nuevo año, dependiendo del hemisferio donde estuvieran emplazadas. La Iglesia Cristiana hizo coincidir el nacimiento de su Cristo dogmático con este fin/inicio del año y sus correspondientes celebraciones, pese a que el día y la hora del nacimiento del salvador cristiano, sigue siendo un misterio histórico. Por tanto lo que celebramos hoy, no es ciertamente el nacimiento de Cristo, sino el solsticio de invierno (Polo Norte) y de verano (Polo Sur), una fecha que invita a proyectar nuestros deseos hacia el año que viene y hacer recuentos de nuestros logros en el año que se va.

Al cierre de esta reflexión, quiero dejar en claro que no es mi interés escudriñar en los falseados antecedentes del Cristo dogmático de la Iglesia. Soy de los que piensa que el Cristo verdadero no fue Dios, ni mitad Dios, sino el más virtuoso de los seres humanos, un ser gnóstico, un profeta, que se transformó en el hombre universal e hizo del ascetismo (tal como Francisco de Asis) un camino hacia el encuentro del Supremo y la existencia trascendente del espíritu. El hombre que jamás condenó al prójimo, ni lanzó la piedra y luego escondió la mano, que jamás fue seducido por el lujo, ni hizo tampoco de él una cacería de brujas, tan sólo separó las aguas, aconsejándonos: "Dad al César lo que es del César..." y exhortó a liberarse del engaño materialista de todas las épocas: "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan... porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón".

Aquel es Cristo, el verdadero Cristo, quien debe nacer simbólicamente en nuestras propias almas la Nochebuena del 24 de diciembre o un día cualquiera en nuestra evolución interna, para alcanzar en su ejemplo de libertad y desprendimiento, la plenitud espiritual, dando un espaldarazo definitivo a las injustificadas angustias de este mundo y prevaleciendo sobre tan lamentable vuelco de mercantilismo ramplón en el que han convertido la Navidad los poderes fácticos globales, así como también sobre la mitomanía estructural de un Iglesia que con suma facilidad convierte a seres gnósticos y libertos en seres sobrehumanos, moralistas o santos mojigatos, víctimas del fervor consumista de la iconoclastia.
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