domingo, 28 de julio de 2013

Palestina, Tierra Prometida

Hace exactamente 1943 años, cuatro legiones de centuriones romanos asediaron la ciudad sagrada de Jerusalén, saquearon y destruyeron el Segundo Templo del Rey Salomón, declararon ilegal la práctica del judaísmo y obligaron a los descendientes de Abraham a asimilar la cultura romana, emigrar o morir. Siguiendo el destino de las tribus perdidas, millones de judíos se esparcieron una vez más por el mundo conocido (Europa, Asia y África), conservando el relato, la memoria y sus milenarias tradiciones.

La tierra que otrora fuera Israel, fue rebautizada Palestina por los romanos en honor a la nación filistea (filistinos = palestinos): enemigos bíblicos de los judíos, un pueblo de procedencia griega que terminó siendo absorbido por los hebreos tras la victoria del rey David sobre el gigante Goliat. Demográficamente, la Palestina romana fue una sociedad cosmopolita, conformada mayormente por judíos conversos a la fe romana (el cristianismo) y una minoría de colonos griegos, persas, edomitas (árabes) y romanos, mezcla que conforma desde entonces el sustrato racial de la población palestina. En 636, los árabes arrebataron Palestina al Imperio Romano de Oriente, quedando su historia asociada a la del mundo islámico, parte importante de los palestinos se convirtieron a la nueva fe, el resto continuó practicando libremente el cristianismo o el judaísmo, credos valorados por la religión musulmana, la cual reconoce por igual a la figura de los profetas de Israel, a Cristo y a su madre la virgen María.

Tras la conquista árabe, la Palestina histórica resistió durante nueve siglos el dominio turco (de 1071 a 1916), fue parte del Reino cruzado de Jerusalén (1099 a 1187), instaurado por los templarios que con respaldo de las dinastías judeo-germánicas de Europa Occidental rescató por un breve periodo Tierra Santa, la cual pronto fue reconquistada con mano dura por los turcos y presenció en carne viva la crueldad de los mamelucos. En 1916 el Imperio Turco-Otomano declina su poderío sobre la región que pasa inmediatamente a manos del Imperio Británico, de los agentes sionistas y de la casa real (cripto-judía) de los Windsor. Comienza la historia contemporánea de Palestina, un siglo de terror peor aún que las crueldades mamelucas, la superposición de la "memoria judía" a la "memoria palestina", lo que da cabida a una rápida inmigración de judíos europeos, provenientes principalmente de Rusia y Gran Bretaña, quienes sentarán las bases de la nueva Israel sobre el alma viva de Palestina, varias décadas antes de que la ONU vise la conformación de un Estado Judío en 1947.

Pese a que estudios genéticos revelan un estrecho vínculo racial entre los judíos (asquenazíes, sefardíes y mizrajíes) y los palestinos actuales, más allá de los siglos de distancia y la mezcla con otras naciones, es una tremenda aberración filosionista considerar que la errante nación judía conserva algún derecho sobre territorio palestino (siguiendo dicha lógica, los latinoamericanos podrían reclamar patria en España y Portugal, los australianos retornar a Gran Bretaña y los vascos al Cáucaso junto a los georgianos y armenios, por poner simples ejemplos). En el curso de los últimos dos mil años fueron los palestinos los únicos y legítimos dueños del territorio, resistiendo el dominio de árabes, turcos y cruzados y empero todo parece indicar que continuarán resistiendo hasta el final de los tiempos a la presión y los atropellos de quienes con toda prepotencia reclamen suya la Tierra Prometida, una cuyo nombre desde el 70 D.C. ya no es Israel sino Palestina. Hoy como hace dos milenios atrás, el Cristo descalzo y el Simón guerrillero no radican en Tel Aviv ni en Jaffa, el Sol alumbra sobre sus cabezas en Cisjordania, el Golán y Gaza, regiones desoladas donde Dios bendice sus causas.

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