Con el resultado del 51,16% (cifra aún no oficializada) pesando en la balanza eloctoral hacia el candidato de la Coalición por el Cambio, termina también la Transición política de Chile. Nadie duda a estas alturas que vivimos en un país absolutamente democrático, de una democracia sólida y no tan sólo nominal como otras realidades de nuestro endeble continente.
Este resultado, inesperado años atrás, nos demuestra que muchos ya no asocian a la derecha con la dictadura, dictadura que permítanme decirles fue reprochada en su momento por buena parte de la clase política derechista de nuestro país: destacando entre todos a los fervientes de Alessandri, y los liberales humanistas, que jamás digirieron aquel orden maquiavélico que para lograr la estabilidad del país en una era turbulenta, pasó por encima de los derechos civiles y la libertad de muchos. Como liberal que también soy, nunca estaré de acuerdo con quienes aún se cuadran en ese frente y creo que el triunfo del candidato Sebastián Piñera, no es el triunfo de toda la derecha (lo que incluye a los obsecados de antaño) sino ante todo de los liberales, los progresistas y la gente pro acuerdo nacional. Principios que comprometen fuertemente a un frente de centro-derecha que al fin tendrá posibilidad de demostrar su visión de progreso al país.
Luego de veinte largos años, la Concertación ha pasado finalmente la batuta a un nuevo colectivo, más ni yo ni nadie puede desconocer la larga lista de logros que prodigó al país a lo largo de cuatro gobiernos. Los de la Concertación fueron verdaderos gobiernos de unidad nacional, con políticas de acuerdo que cimentaron una fuerza transversal de centro-izquierda muy cohesionada que pudo unir en sus filas a social demócratas, radicales, socialistas de nuevo órden, democristianos, progresistas, tecnócratas, empresarios, políticos de visión y tradición y elementos jóvenes que se fueron sumando a cada gobierno. Pero la democracia exige cambios, exige alternancia, y si bien la Concertación tuvo cuatro grandes gobiernos, ya es momento de ejercer un cambio, cambio que más que el simple transmute de los políticos oficialistas a las filas de la oposición (y viceversa), será también una apertura de ventanas a la política nacional para que penetren en ella nuevos aires, sean erradicadas práxis poco ortodoxas de algunos servicios públicos, como de personeros oficialistas poco serios o comprometidos con la transparencia.
La alternancia hace bien al país, pero mejor le hace en un colectivo o coalición bien organizada, que logre suprimir sus diferencias y opere en bloque, en este sentido la Concertación hace unos cuantos años ya no era funcional y pese a lo mismo, la centro-derecha tampoco es la gran alternativa de cambio que sugieren sus slogans. Tenemos en ella fundamentalmente dos visiones históricamente discordantes: por una parte el liberalismo dogmático (en lo ideológico y en lo económico) representado por algunos sectores de Renovación Nacional, frente a una postura liberal en lo económico, pero muy mesurada en lo ideológico, representada por otros sectores del mismo partido y por la mayoría de la Unión Demócrata independiente, partido al que históricamente (desde su génesis: el Partido Nacional Conservador) ha sido acusado de empantanar el progreso de la política nacional conforme a las nuevas visiones de cada tiempo.Pero la Coalición por el Cambio va más allá de lo que son las filas de Renovación Nacional y de la UDI, el pequeño pero significativo porcentaje que el día de hoy pesó para que Sebastián Piñera lograra desempatarse de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se debe a fuerzas políticas (principalmente de centro) conquistadas a la Concertación, parte de los desencantados ex concertacionistas que en primera vuelta votaron por MEO, más algunos ex demócratas cristianos, progresistas y liberales de centro-centro que desde finales de los noventa a la fecha se sintieron menos representados por la Concertación y se declararon independientes. Esa fuerza sumada hará que este nuevo gobierno sea efectivamente un gobierno de centro-derecha y atrás quede la monstruosa sombra de una derecha clientelista y hasta populista de principios y mediados del siglo pasado, escapando así mismo de los resabios de la dictadura, que como exacerbadora del nacionalismo, mano ejecutora de la censura y de la anti política, no representa a esta nueva fuerza: liberal, progresista y democrática actual, que recogerá además el legado, los éxitos y los legítimos triunfos sociales de las pasadas administraciones concertacionistas, que a su vez continuaron de la dictadura, su modelo económico que hizo célebre a Chile en la región, además de las primeras políticas de incersión hacia un mundo global e interdependiente.
Este es el Chile que queremos sí, pero no gracias al cambio de gobierno, sino a un cambio de visión nacional, de prosperidad y fortalecimiento de la democracia, de progreso material e intelectual que viene gestándose a lo largo de los últimos 25 o 30 años. La Concertación merece reconocimiento, el triunfo es en buena parte suyo, la oposición (de izquierda, derecha y al márgen) también es parte de este logro, un logro que se construye a diario y nos hace pensar en un futuro de país más prometedor, con mayor seguridad social, ampliación del espectro laboral y progreso individual. No es un trinfo de los políticos ni de las ideologías, es un triunfo de nuestra mentalidad: cada vez menos tercemundista, cada vez más abierta al mundo global, competitivo, multicultural y tolerante.