domingo, 17 de enero de 2010

Tras 52 años, la derecha vuelve a La Moneda: Sebastián Piñera presidente 2010-2014

Terminaron al fín las elecciones, quedó atrás el proceso de un año entero de movimientos políticos, asquerosos "puerta a puerta" y las lógicas más inesperadas y hasta disparatadas: desde la fragmentación del centro político de la Concertación, pasando por el seudo levantamiento (mediático) de un candidato alternativo, populista, clientelista y "freaky", llamado Leonardo Farkas, hasta el surgimiento y rápida escalada del díscolo Marco Enrríquez, que hacia al final de esta elección, y tras asegurar su apoyo al candidato de la Concertación, demostró que su postura sediciosa frente al gobierno no fue más que una ruin "vendida de pomada".

Con el resultado del 51,16% (cifra aún no oficializada) pesando en la balanza eloctoral hacia el candidato de la Coalición por el Cambio, termina también la Transición política de Chile. Nadie duda a estas alturas que vivimos en un país absolutamente democrático, de una democracia sólida y no tan sólo nominal como otras realidades de nuestro endeble continente.

Este resultado, inesperado años atrás, nos demuestra que muchos ya no asocian a la derecha con la dictadura, dictadura que permítanme decirles fue reprochada en su momento por buena parte de la clase política derechista de nuestro país: destacando entre todos a los fervientes de Alessandri, y los liberales humanistas, que jamás digirieron aquel orden maquiavélico que para lograr la estabilidad del país en una era turbulenta, pasó por encima de los derechos civiles y la libertad de muchos. Como liberal que también soy, nunca estaré de acuerdo con quienes aún se cuadran en ese frente y creo que el triunfo del candidato Sebastián Piñera, no es el triunfo de toda la derecha (lo que incluye a los obsecados de antaño) sino ante todo de los liberales, los progresistas y la gente pro acuerdo nacional. Principios que comprometen fuertemente a un frente de centro-derecha que al fin tendrá posibilidad de demostrar su visión de progreso al país.

Luego de veinte largos años, la Concertación ha pasado finalmente la batuta a un nuevo colectivo, más ni yo ni nadie puede desconocer la larga lista de logros que prodigó al país a lo largo de cuatro gobiernos. Los de la Concertación fueron verdaderos gobiernos de unidad nacional, con políticas de acuerdo que cimentaron una fuerza transversal de centro-izquierda muy cohesionada que pudo unir en sus filas a social demócratas, radicales, socialistas de nuevo órden, democristianos, progresistas, tecnócratas, empresarios, políticos de visión y tradición y elementos jóvenes que se fueron sumando a cada gobierno. Pero la democracia exige cambios, exige alternancia, y si bien la Concertación tuvo cuatro grandes gobiernos, ya es momento de ejercer un cambio, cambio que más que el simple transmute de los políticos oficialistas a las filas de la oposición (y viceversa), será también una apertura de ventanas a la política nacional para que penetren en ella nuevos aires, sean erradicadas práxis poco ortodoxas de algunos servicios públicos, como de personeros oficialistas poco serios o comprometidos con la transparencia.

La alternancia hace bien al país, pero mejor le hace en un colectivo o coalición bien organizada, que logre suprimir sus diferencias y opere en bloque, en este sentido la Concertación hace unos cuantos años ya no era funcional y pese a lo mismo, la centro-derecha tampoco es la gran alternativa de cambio que sugieren sus slogans. Tenemos en ella fundamentalmente dos visiones históricamente discordantes: por una parte el liberalismo dogmático (en lo ideológico y en lo económico) representado por algunos sectores de Renovación Nacional, frente a una postura liberal en lo económico, pero muy mesurada en lo ideológico, representada por otros sectores del mismo partido y por la mayoría de la Unión Demócrata independiente, partido al que históricamente (desde su génesis: el Partido Nacional Conservador) ha sido acusado de empantanar el progreso de la política nacional conforme a las nuevas visiones de cada tiempo.

Pero la Coalición por el Cambio va más allá de lo que son las filas de Renovación Nacional y de la UDI, el pequeño pero significativo porcentaje que el día de hoy pesó para que Sebastián Piñera lograra desempatarse de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se debe a fuerzas políticas (principalmente de centro) conquistadas a la Concertación, parte de los desencantados ex concertacionistas que en primera vuelta votaron por MEO, más algunos ex demócratas cristianos, progresistas y liberales de centro-centro que desde finales de los noventa a la fecha se sintieron menos representados por la Concertación y se declararon independientes. Esa fuerza sumada hará que este nuevo gobierno sea efectivamente un gobierno de centro-derecha y atrás quede la monstruosa sombra de una derecha clientelista y hasta populista de principios y mediados del siglo pasado, escapando así mismo de los resabios de la dictadura, que como exacerbadora del nacionalismo, mano ejecutora de la censura y de la anti política, no representa a esta nueva fuerza: liberal, progresista y democrática actual, que recogerá además el legado, los éxitos y los legítimos triunfos sociales de las pasadas administraciones concertacionistas, que a su vez continuaron de la dictadura, su modelo económico que hizo célebre a Chile en la región, además de las primeras políticas de incersión hacia un mundo global e interdependiente.

Este es el Chile que queremos sí, pero no gracias al cambio de gobierno, sino a un cambio de visión nacional, de prosperidad y fortalecimiento de la democracia, de progreso material e intelectual que viene gestándose a lo largo de los últimos 25 o 30 años. La Concertación merece reconocimiento, el triunfo es en buena parte suyo, la oposición (de izquierda, derecha y al márgen) también es parte de este logro, un logro que se construye a diario y nos hace pensar en un futuro de país más prometedor, con mayor seguridad social, ampliación del espectro laboral y progreso individual. No es un trinfo de los políticos ni de las ideologías, es un triunfo de nuestra mentalidad: cada vez menos tercemundista, cada vez más abierta al mundo global, competitivo, multicultural y tolerante.