En esta, la "era del eterno tránsito" y de los cambios expeditos, se te presentan dos alternativas: o ir a la deriva (dejarte llevar por las circunstancias), o institucionalizar tu vida en miras de una trascendencia o de la integridad personal, simulando al roble, cuyas hojas florecen cada primavera, caen en otoño, pierde sus ramas, ve crecer otras nuevas, da frutos, resiste tempestades, sobrevive a generaciones completas de personas, se mantiene inerte frente a los cambios epocales y cuya continuidad está regida absolutamente en su base: el tronco, sostén de una existencia que emergió de un simple y casual brote.
Existe hoy una insondable tirantez entre los valores tradicionales (localistas, de la familia, religiosos, etcétera) y las actitudes importadas, agudizadas en la globalización y la era de las comunicaciones o tecnologización masiva, nuevos emblemas seculares, que con poca facilidad logran disimular su carga de imperialismo ideológico. Es en este orden que frente al "ruido cultural", emergen respuestas exaltadas (y de paso equivocadas) de países paternalistas como China e Irán, ya sea interviniendo redes sociales en internet o canales de comunicación adversos a sus políticas de gobierno. Más exaltada y radical aún es la determinación de un país como Corea del Norte (o de Cuba en su momento) que opta terminal y unilateralmente por el aislamiento.
La inminente colisión entre patrones de vida más conservadores y otros "pseudo-progresistas" explica en buena medida los conflictos actuales en el mundo; particularmente donde la brecha entre ambas cosmovisiones es más palmaria (Medio Oriente, Sudeste Asiático, Europa Oriental e incluso ciudades completas del sur de Estados Unidos, especialmente las dominadas por los menonitas). Interesante de analizar es el caso de Turquía, país fragmentado internamente entre agnósticos pro occidentales e islámicos sunitas, un micromundo de contrastes que irradia la imaginería de los personajes (estereotipados) de los libros de Orhan Pamuk, en que aquellos más conservadores y apegados a la religión, pese al atractivo de la modernidad y lo práctico de las nuevas ideas, con cegada obstinación se resisten, manteniendo intactas sus atemporales convicciones.
La otra alternativa es ir "a la deriva" y de paso ser un buen moderno, adaptarse a los tiempos o adelantarse incluso a ellos (ser visionario), viviendo el día a día, casi improvisando. A lo largo de este camino, el mayor peligro que se corre es llegar a convertirse en un "travestido existencial", perder un poco la brújula y hasta la identidad. Ser como aquellas personas que van a misa los domingos y el resto de la semana prenden velas a alguna réplica de Buda o Krishna (paganismo espiritual a falta de integridad religiosa), o que se dan una vida de lujos para aparentar cierto estatus, mientras que la única realidad es que las deudas les agobian. Buscan desvincularse de las pequeñeces de su país, piropeando a culturas que no les pertenecen (un chilenismo ad hoc: "se tiran los peos más arriba del poto"). Gente que va por la vida como monos de zoológico imitando más que existiendo, fijan sus referentes del momento y al día siguiente los olvidan para seguir a otros que están más en boga. Si eso implica ser moderno, yo personalmente preferiría ser fundamentalista o vivir en un anacronismo.
¿Sabes quien eres realmente?, ¿te sientes orgulloso de ser tú mismo?, o más bien ¿necesitas de la aprobación del resto para sentirte vivo?. Obsérvate un poco en el día a día y analiza tu situación, esta pseudo modernidad no es tan diferente del patético mundo feliz de Aldous Huxley, hoy dejamos de existir si estamos fuera de una red social (llámese Facebook, Messenger o el insípido Twitter), sino vestimos "a la pinta" (y ¿a la pinta de quién?: de cualquier otro imbécil que no seamos nosotros mismos o de los convencionalismos de la moda, inducidos por las dos o tres cadenas de multitiendas oligopólicas que nos abruman, provistas en este país de una inusitada facilidad para coalisionarse, ampliar sus rubros y pasar impunemente por encima de las PYMES, acrecentando su "nichito" en el mercado, gracias en parte a nuestra crónica carencia de identidad y espíritu crítico). En esta suerte de arribismo cultural dejamos de ser considerados dignos sino nos respalda a lo menos un título (aunque el mercado nacional esté saturado de profesionales y la educación superior sea hace tiempo uno de los negociados más fructíferos) o sino llegamos a ganar sueldos de entre 7 a 20 veces superiores al mínimo. ¿Te hace todo esto más persona?, ¿Implica algún tipo de perfeccionamiento?
A mi parecer al menos, sólo la integridad implica virtud; prosperar espiritual antes que materialmente, valorarte como el ser humano único y diferente que eres y así mismo a quienes tienen que ver con tu historia personal, conocer tus verdaderas necesidades, flaquezas y fortalezas, luchar por tus objetivos y quimeras, aunque fuera nadando contra la corriente. Tu existencia no ha sido forjada para "impresionar al resto", sino para confortarte a ti mismo. Es esta la única manera de emular al milenario roble y trascender, gestión que no implica necesariamente ser más conservador que progresista, al contrario, es una de las cualidades del progresismo el mantener inalterados sus fundamentos valóricos y tomar parte en una constante dialéctica con "el otro" (polo opuesto), para de esta manera moverse con determinación y soltura por el imprevisto caudal de la modernidad.
Define tu posición o atente a la anarquía, el mundo avanza muy rápido.