viernes, 15 de julio de 2011

Chile, una situación insostenible

Las más multitudinarias marchas de estudiantes en dos décadas de democracia y a lo largo de todo el país, indican que como ciudadanía hemos llegado al tope de nuestra tolerancia y que tal vez estemos presenciando los indicios de una de verdadera revolución social, en pie contra las antiguas disposiciones del orden político/estatal. Estas marchas no son a mi modo de ver un boicot contra el actual gobierno de derecha, sino más bien la explosión de un descontento acumulado por más tiempo del sostenible contra la clase política en general, la cual hasta el momento no ha podido encausar la equidad, aún siendo que la realidad macroeconómica de Chile es la de un país que ha crecido sostenidamente a lo largo de los últimos treinta años.

Sumen a las manifestaciones, el hecho de que los nuevos actores sociales, no son en absoluto puntuales focos de la ciudadanía (aunque muchos personeros intentan confundir a la opinión pública, mezclando a los manifestantes con el lumpen que ensucia cada marcha con sus barricadas y saqueos) son más bien la comunidad en su conjunto: estudiantes universitarios, colegiales, padres, familias, jóvenes profesionales, trabajadores públicos y privados, etcétera. Chilenos de todos los estratos y visiones políticas que regados por esta llamada "era de la información" ya no desconocen la realidad de su país, ni son los ciudadanos pasivos de los años '70 y '80, temerosos de ser considerados subversivos por un Estado militarizado, tampoco son los jóvenes de los '90 que se vieron fuertemente representados en "el no estoy ni ahí" del ídolo Marcelo "Chino" Ríos y de una generación que observó con recelo la política y todas las materias de interés país, cercadas por una manada de políticos, economistas y tecnócratas, que se sintieron llamados a construir mesiánica e inclusivamente un nuevo país tras el retorno a la democracia.

Las actuales marchas en Chile, se nutren de varias referencias, que llevadas a la práctica y perfeccionadas, pueden hacer de ellas un arma de presión determinante, que no sólo llegará a marcar un precedente, sino también servir como modelo de movilización cívica para otras sociedades en el mundo. El referente más directo de estas, son las marchas estudiantiles del año 2006 en oposición a la LOCE y que entre sus objetivos lograron destituir al Ministro de Educación de la época: Martín Zilic, están también las actuales revueltas sociales en todo el mundo (Grecia y España fundamentalmente) y hasta una "Primavera Árabe", hechos que invitan al ciudadano común a expresar su descontento en grandes turbas que en momentos categóricos no temen enfrentarse a la represión policiaca o militar (dependiendo del país), especialmente cuando el futuro se ve intrincado y nada ni nadie te da seguridad de una pronta salida.

Tampoco faltan aquellos que intentan politizar estas iniciativas y que festinan más de la cuenta con el hecho de que las demandas incontestadas estén dejando por el suelo la popularidad del gobierno. En medio de la crisis política, la izquierda se aprovecha de elevar sus vetustas pancartas señalando al Modelo Neo-liberal, a la Constitución de 1980 y en fin: todo legado de la Dictadura del General Pinochet como la principal causa de nuestros males, aunque olvidan que tal modelo le cambió la cara al país, y hasta lo rescato de su más oscuro subdesarrollo, pero desde luego, no es menos cierto que hasta la fecha no logró extirpar la lacra de una desigualdad económica insostenible ni el acaparamiento escandaloso de un reducido grupo (a quienes ya podríamos comenzar a llamar los monarcas de Chile), todas más bien condiciones adscritas a nuestra realidad desde que somos una república independiente e incluso mucho antes de ello.

Un modelo económico que no es funcional a las condiciones de un país, no puede sostenerse en pie durante tanto tiempo (nuestra historia republicana ha sido testigo varias veces de esto), pues bien, este no parece ser el caso del actual. Después de todo el mal llamado "modelo chileno" ha prosperado tres décadas, sobrevivió seis gobiernos y a fuerzas políticas de la centro-izquierda y la centro-derecha que lo han matizado a su acomodo.

En realidad, el Modelo Neo-liberal o mejor dicho: la Economía Social de Mercado es sin duda el mejor modelo económico para Chile (país pequeño que necesita abastecerse del mundo) pese a que por sí solo no está en condiciones de consolidar la igualdad: criterio bloqueado desde larga data en las sociedades latinas o mediterráneas, que a diferencia de las comunidades del norte de Europa no abolieron del todo la estratificación (la peor de todas: la psicológica). Esto último explica en gran medida porqué el libre mercado y en general: todo espíritu de lo liberal opera óptimamente en países como Inglaterra o Alemania y deviene en constantes crisis en las realidades de España, Italia, Portugal o Grecia, que ingresaron hace un buen tiempo al quintil de los países medianamente ricos e industrializados, pero sin solventar hasta ahora sus desventajas.

Por eso, antes de culpar a un modelo económico en particular o señalar a otro como el correcto, debiéramos analizar nuestra historia. El hecho de que las desigualdades económicas y sociales en Chile sean alarmantes, tiene que ver menos con el modelo que con la preexistencia de una estructura de la injusticia; un algo que sobrevivió desde nuestra época colonial a la independencia y a la república. En otras palabras, culpemos de la segregación histórica en Chile y el resto de América Latina a quienes realmente son culpables directos: la Corona Española y hasta nuestros tatas europeos que se fueron agregando pacíficamente al sustrato nacional, pero adaptando a la vez un estatus quo de aparteid implícito/disimulado, donde el blanco sigue teniendo preeminencia sobre el mestizo y el mestizo sobre el indígena. Ahí y nada más que ahí reside la verdadera génesis de tal estigma, en la negación misma de los principios liberales (¿qué igualdad?) y hasta de los derechos humanos más elementales.

Hoy más del 80% de la población chilena se reconoce como castiza o mestiza en lo racial, razón que aniquila el patético fundamento de la raza, aunque estructuralmente sigue vivo, transmutado en el clasismo y otras duras formas de segregación. No es de extrañar por ejemplo que los Barros Luco, los Vicuña Mackenna, los Larraín o los Errázuriz nos sigan gobernando (como fantasmas de un pasado/presente) por medio de sus descendientes, como si de un linaje de sangre azul se tratara. La intransigencia de la élite política es sólo una más de las manifestaciones de este estatus quo conservador y tradicionalista en el que está cimentada toda la vida institucional de Chile. Hace un tiempo sentenció en un canal de televisión el extravagante Juan Cristóbal Foxley que "Chile es un club" y aunque duela, el muy imbécil no deja de tener razón.

Por su parte la sociedad chilena ha prosperado a un ritmo aceleradísimo en las últimas décadas, desmarcándose radicalmente de aquella población sumida en la ignorancia y la conformidad que solía ser hace 100 o 50 años en el pasado. Si en aquellos tiempos ni tan remotos la desigualdad estaba proscrita a una baja tasa de alfabetización en el gran grueso de la población, hoy tal cifra se acerca a cero y lo que es más, hoy hasta sobran profesionales universitarios de las distintas áreas (semejante situación al de los países industrializados) y la crítica ya no apunta en tanto a la falta de oportunidades educativas, sino más bien a su calidad y las trabas que a esta le está poniendo el lucro, como así mismo al hecho de que la oferta universitaria no ha estado a la par de la laboral, razón por la que muchos profesionales jóvenes se encuentran en la desconcertante situación de orbitar fuera de las actividades para las cuales se prepararon durante cinco o más años, considerando además que gran parte de ellos asumieron obligaciones económicas con el Estado que les subvencionó sus estudios superiores.

Las actuales movilizaciones son expresión de una ciudadanía más consciente y culta, la cual ya ni se banca a los políticos, ni tienen porque asumir las condiciones históricas de la desigualdad en un país hecho a la medida de una casta dominadora, de unos pocos privilegiados, gente que hoy en día no tiene más herramientas que aquellos que se han visto en situación de segregados, como para considerar que las cosas "marchen bien" o que no existen evidentes grados de injusticia en el país.

Tampoco nos pueden presentar como escusa ninguna especie de revés o receso en la economía, si hasta se prevé que el PIB bordeará un 6,5% de aquí a fin de año. Desarrollo existe sin duda, aunque hoy como siempre no llega a todos (a la luz de proporcionalidades: no llega a nadie) y de esto el ciudadano chileno es plenamente consciente a lo largo de toda su vida. ¿Qué sociedad puede tolerar tal nivel de injusticia a lo largo de tantas generaciones?, ¿Cómo considerarnos los jaguares de Latinoamérica, si una parte considerable de la población se asemejan más a gatos de basural?, ¿De qué sirven las cifras de crecimiento, si al final del mes no hay nada que echarle a la olla?, ¿Cómo es posible que 20% de los chilenos tengan ingresos nivelados con el de los países más ricos del mundo, tales como EE.UU o Noruega y el 80% restante, similares al de los países africanos más pobres?. ¿Qué democracia y qué criterio de lo liberal puede subsistir en un país con tantos contrastes económicos?

Naturalmente esto ya no pasa por quitarle el apoyo al gobierno de turno y demandar la salvaguarda de la oposición, es la realidad histórica de Chile la que está chocando con un colectivo ciudadano diferente, más consciente, más culto y más abierto al mundo. El chileno en tales términos ya no apuesta ni a derechas ni izquierdas (las encuestas de los últimos 5 años así lo demuestran), porque concibe que en su país la clase política fracasó en su conjunto. Es problema de ellos que continúen sacándose los ojos y festinando con sus fracasos, la gente ya se cansó del circo y se aburrió de recibir migajas de pan. Hoy más que nunca exige acción y las herramientas suficientes para ser verdaderos protagonistas de sus propias vidas!

¿Y el Gobierno qué?, ¿Es víctima o responsable?. Sin duda el gobierno de turno es quien debe dar cara por sus propios fracasos y por los fracasos de gobiernos anteriores, no puede hacernos creer que antes de ser gobierno constituyeron una especie de bache. Tratan de colgar responsabilidades a la oposición, siendo que cuando ellos la fueron, más que oposición, eran verdaderos aliados y se sobaban el hombro mutuamente, tanto en los casos de corrupción, como de ocultamiento de información a la opinión pública. Tengamos claro de una vez por todas que cualquier gobierno que asume el poder, asume también la responsabilidad por la historia política de Chile (es el aval): el legado de Portales, de los gobiernos radicales, la dictadura de O' Higgins, los 20 años de la Concertación en el poder, etcétera... si el poncho les queda muy grande, ¿por qué decidieron ponérselo?.

Que sus intenciones de privatizar y hacer "acomodos convenientes" de la economía y de las empresas públicas a modo hormiga choque hoy con el actuar de dirigentes laborales, sindicalistas y una ciudadanía organizada y fuerte, es algo que debieron prever con mucha anterioridad y si ya no se sienten cómodos con haber asumido la dirección del Estado, la opción más decorosa es reformularse o ya no intentar si quiera retenerla. Hace unos días Sebastián Piñera declaró insulsamente que es más difícil ser Presidente que empresario, ¡sorpresa amigo mío!: los 16 millones de chilenos no somos acciones ni papeles inertes, somos actores sociales con el poder de desbancar gobiernos, en especial si estos no aportan nada realmente o pugnan sólo por el interés de su propia gente.

En lo personal, veo con buenos ojos toda esta suerte de marchas y manifestaciones (con salvedad de las detestables acciones del lumpen), me hablan de un país cívico y de una ciudanía cada vez más comprometida con su identidad y con un proyecto de país, en otros tiempos -para provecho de los políticos- difuso. Esta nueva ecuación nos da fuerzas para no permitir que se sigan cometiendo ciertas arbitrariedades hacia el futuro.

Ciertamente hay gente que protesta y marcha con desconocimiento absoluto de causa, y otros que durante 20 años, teniendo oportunidad de mejorar las condiciones del país, no hicieron absolutamente nada sustantivo y hoy quieren tomar partido del descontento popular (¿Está tan muerta la Concertación que su única manera de emerger de las cenizas es exacerbando la cisis del Gobierno, no peor por cierto que muchas de las propias?). Yo en lo personal sumo mi espíritu al de los jóvenes y a los estudiantes universitarios, estoy con la gente que terminado un ciclo se pregunta ¿y ahora qué?, ¿dónde está el futuro?, pues aunque el Estado nunca me ha dado nada ni yo he pedido nada de él, no me es indiferente la realidad de muchos otros que sólo tienen en esta institución los medios y la posibilidad de aspirar a un mejor futuro.

En un país donde la pobreza es un mal endémico, es contra natura el impulso por privatizarlo todo. En tal caso me asumo cuasi partidario de las visiones liberales reformistas de principios y mediados del siglo XX y del pensamiento radical que tuvo su cénit en el modelo cepalino, después de todo, no podemos negar que sigue siendo el Estado la institución cardinal del Tercer Mundo.