miércoles, 19 de octubre de 2011

La verdad de los árabes

Varios meses atrás escribí un texto titulado "Falsas apreciaciones sobre el Mundo Árabe", que en términos muy generales expresaba la idea de que "la árabe" no es realmente una comunidad homogénea, ni religiosa, ni racial, ni mucho menos políticamente hablando, como sí parecen suponer los medios de comunicación de masas, rendidos históricamente a una propaganda "occidentalista" (por no emplear el término imperialista) y a toda una cuña de conceptos etnocéntricos, topicismos e ignorantes prejuicios.

Rendido yo también a una impronta atomista -tan connatural a la metafísica liberal- he creído más tiempo de la cuenta y de manera totalmente errónea, que los hechos políticos de Egipto, Libia o Marruecos devienen en una lógica absolutamente independiente a las realidades de Siria, Líbano, Jordania, etcétera o que la existencia o no existencia de un Estado Palestino, puede ser un hecho ajeno a la estabilidad y persistencia de otros Estados árabes y autónomos de la región.- Nada más sesgado y apartado de la realidad.

Y es que pese a estar divididos en más de una decena de Estados artificiales y en muchas más comunidades étnicas y religiosas diferentes, continúa existiendo y persistiendo la Nación Árabe, basada en una identidad común que se sobrepone a las distancias de fe, de raza y de procedencia histórica. Esta idea de comunidad, conocida entre sus gentes como la Umma (hijos de una misma madre) corresponde a nuestra "feliz idea" de la autodeterminación de los pueblos, aunque evidentemente los nefastos Estados imperialistas de Gran Bretaña y Francia de fines del Siglo XIX, jamás habrían permitido a los árabes formar un Estado único desde el Magreb (Norte de África) al Maqrech (Cercano Oriente Asiático), un Estado árabe pluralista y legítimo, con una proyección geoestratégica envidiable (Hacia el Mediterráneo, el Mar Rojo y el Atlántico, las rutas de África y la India) y acceso al 80% de los recursos petroleros del mundo, para provecho no de monarquías títeres injertadas en Arabia Saudí o los Emiratos, sino de toda la comunidad árabe de Medio Oriente.

Tres comunidades confesionales árabes: drusos de Siria, cristiano-maronitas del Líbano, judíos de Yémen

Mucho antes de las conquistas territoriales del Profeta Muhammad (Mahoma) y de los primeros hombres del Corán, los árabes ya estábamos instalados en la historia... registrados en ella como caldeos, asirios, babilonios, amorreos, hicsos, cananeos, fenicios, hebreos y otra decena de naciones del mismo origen: los "hijos de Sem", los semitas. Naciones por naturaleza migrantes y en tanto cosmopolitas, curtidas tempranamente en la diversidad y en el contacto con todos los pueblos de la tierra (Griegos, romanos y bizantinos hacia el Mediterráneo y Occidente, hititas, escitas, eslavos, búlgaros y circasianos hacia el norte de Siria, el Cáucaso y Anatolia, persas, indoarios y asiáticos turcomanos o magiares hacia el este, beréberes y africanos hacia las tierras del Sahara y al sur, en la Península Arábiga) es por esa razón que nuestra gente es también bastante diversa en el fenotipo y otro tanto ocurre con las expresiones culturales y lingüísticas, costumbres y demás, muy diversificadas. Pero si en algo sí se parecen los árabes del Islam, con los cristianos árabes (maronitas, ortodoxos, asirios y coptos), los judíos (mizrahim, ashkenazis, sefaradíes, romaniot o samaritanos) y demás comunidades de habla semítica en Medio Oriente, es en su exacerbada espiritualidad.

Las tres principales religiones de Oriente Próximo y occidente (Cristianismo, Islam y Judaísmo), provienen todas de aquel complejo micro-Universo sobre el que existieron Cristo, Muhammad, Elías y Abraham. El culto al Dios único es una concepción gnóstica que precede toda idea de la autodeterminación -y del liberalismo- y que emergió entre las "naciones del libro" y fue por ellas regada en el resto del planeta, a través de los migrantes judíos dispersos en el Imperio Romano (particularmente, los primeros cristianos), en el corazón del África Negra y hasta en el Sudeste Asiático, por medio de los comerciantes islámicos. Un cánon gnóstico, bien arraigado en las comunidades árabe y judía, es la búsqueda de la verdad por medio de la dialéctica (conversación existencialista) y el respeto hacia los ancianos, depositarios del conocimiento patrimonial. En sus ocho primeros siglos, el Islam, dueño y señor de Medio Oriente configuró una Umma (comunidad) absolutamente heterogénea, con tolerancia a las religiones y costumbres de los pueblos conquistados, así como también a las de los gentiles o extranjeros.

A diferencia de Europa, Medio Oriente en tiempo de los dominadores árabes jamás estuvo cerrado al contacto con otras culturas: conservaron sus factorías y siguieron comerciando en sus tierras los europeos, la cantidad de gentiles superaba por 10 a la de los mismísmos dominadores árabes, por tanto el Islam original se vio en la obligación de forjar una cultura religiosa tremendamente tolerante, cosmopolita y de un matiz escolástico y civilizatorio sólo comparable con Roma. Florecieron en aquellos años la filosofía, la arquitectura, la aritmética, la astrología, los estudios musicales, la química, la botánica y la medicina, además de la transcripción de textos persas, griegos e incluso chinos e hindúes que siglos más tarde llegarían a Europa por medio de eruditos judíos en exilio, fraguando la era del humanismo y culminando en el Renacimiento. Pero toda gloria toca su fin, y esta sucedió con la llegada de los embrutecidos turcomanos, una confederación de pueblos mongoloides, provenientes de las estepas centroasiáticas y que fueron reclutados en un principio como ejércitos de protección fronteriza. Los turcos se internaron tanto en la civilización árabe-pérsica que ya en el Siglo XIV reemplazaron al dominador árabe, aunque a diferencia de estos, no destacarían por su tolerancia, sino por sus crueldades, ortodoxia religiosa islámica (suní) y por oprimir a las sociedades al límite del paroxismo.

Fueron los turcos y no los árabes quienes cerraron las fronteras del Medio Oriente (y las rutas hacia la India) a los europeos. Producto de aquel quiebre gatillan las cruzadas, con la excusa de recuperar los santos territorios bíblicos y Jerusalén (pero en realidad para no perder el acceso a las especias y a las riquezas de Asia) y Cristóbal Colón planea dar la vuelta al mundo -poniendo en práctica su teoría de que el planeta tiene forma esférica- para llegar a la India desde el este, sin depender de despóticas negociaciones con los turcos; tal eventualidad permitió el descubrimiento de un nuevo continente: América. Es a partir de las cruzadas que se forja también el ideario separatista de oriente y occidente, a lo que poco ayuda el hermetismo de los dominadores turcos que en los años venideros, sojuzgan cruelmente a las poblaciones de cristianos árabes, europeos y judíos residentes o se les fuerza a la conversión, se suprime también la práctica de la escolástica, se persigue a los hombres de ciencia, a los gnósticos y quienes se niegan a seguir la religión de una manera ritualista. Las ciencias, las artes y el humanismo que en otros tiempos florecieron en el cosmopolita oriente, lo harán llegado el Siglo XV en la Europa Renacentista con sus Dante, Petrarca, Giotto, Da Vinci, Downald y Monteverdi.

Y así, a pesar de su cercanía geográfica y de un histórico contacto que se extiende a la era neolítica. Europa y Medio Oriente (con sus millones de árabe-parlantes), evolucionaron de espaldas una a la otra. Europa germinando el modernismo y los principios de la diversidad, y Medio Oriente acaudillado por las castrantes políticas de sus gobernantes otomanos. Con la llegada de los siglos XIX y XX, arremete en Europa y el mundo entero el fenómeno de los nacionalismos, cayeron los imperios tradicionales, se repartieron sus dominios los imperios económicos y así como germinó el Sionismo entre los judíos ashkenazíes de Europa Central (en respuesta al Nacional Socialismo y al racismo pan-germánico), también germinó el Pan-Arabismo o Nacionalismo Árabe en Oriente Medio, como reivindicación de los árabes sobre las tierras que comprendían sus antiguos califatos, antes del denigrante arribo de los turcos. En cada uno de los nacientes Estados post-otomanos, el Islam pasa a convertirse también en bandera de lucha ante a los embates de la modernidad, tornándose en muchos casos fundamentalista, por el lógico miedo y reticencia a ser absorbidos por Occidente y caer presa de toda una suerte de fenómenos ajenos a su realidad, como son las corrientes ideológicas del liberalismo, del capitalismo y del socialismo.

Curioso resulta pensar que el estigma de los nacionalismos exacerbados (fenómeno típicamente europeo) terminara germinando las contemporáneas pugnas entre árabes y judíos (en otros tiempos asimilados en la Umma). De un lado, tenemos un Pan-Arabismo que reclama que todos los Estados comprendidos entre Marruecos-Omán y Siria-Sudán, deben ser árabes, con el fin de consolidar a futuro un sólo Estado-nación pluralista, pero unificado en la lengua y cultura árabe común, además de tener por religión oficial al Islam. La contraparte: un Estado Judío, basado también en la idea de que los judíos, pese a su heterogeneidad racial y cultural (más marcada incluso que en los árabes) tienen derechos históricos sobre las tierras de Israel, cosa que no incomodaría a los árabes de no estar aquel Estado insertado en el corazón mismo del Mundo Árabe-Musulmán y representar en su existencia, una de tantas dilaciones achacables al imperialismo británico. Después de todo por muy hijos de Abraham que se sientan, la mayor parte de los habitantes de Israel no dejan de ser colonos y en su mayoría europeos: una especie de cruzados modernos, triunfantes sobre las tierras de Saladino.

:::