La teoría del chorreo, símil y corolario de la mano invisible de Adam Smith, divide al mundo casi desde que su publicación en "La Riqueza de las Naciones" de 1767, en ella se exponen los básicos preceptos liberales en el campo de la economía y aunque estoy lejos de ser un diestro en estas áreas y me siento hasta un poco charlatán tomando el tema, es indudable mi fascinación por el mismo, claro que como el más común de los mortales; no lo veo más allá de un cuasi utópico ideal, mucho más ameno a economías y sociedades avanzadas del primer mundo que tienen extremadamente profundizados los criterios de propiedad privada, diferenciación de desempeños, cooperación y potencial movilidad entre los estatus sociales, algo que no ocurre por ejemplo en Latinoamérica.
Sostiene la teoría del chorreo que la prosperidad económica de los individuos, de un conglomerado de ellos o de las organizaciones empresariales, se traduce luego en un beneficio social que literalmente llega de chorreo a raíz del éxito de terceras personas y sin ser necesariamente premeditado. En cierta manera el individuo en términos de una economía liberal, clásica y no intervenida por el Estado (como lo proponía Smith) tiene total libertad para dar impulso a sus ganas (ambiciones) e ideas y de conseguir logros personales. Junto a disfrutar de ellos puede potencialmente dar alcance a otras personas ya sea ofreciéndoles trabajo o quizás erigiendo alguna herramienta u objeto a merced social, como puede ser la construcción de un hospital, un condominio, un edificio de departamentos o un casino de divertimento público, etcétera.
Interesante es la visión de Ayn Rand al respecto, quien ve con cierto ojo crítico este beneficio social en base a logros individuales e inmortaliza al respecto la célebre frase "El ego del hombre es el manantial del progreso humano". Nada más sugerente que su novela El Manantial, cuyo protagonista Howard Roark, un arquitecto idealista, diestro y muy individualista es la propia encarnación de la mano invisible, aunque revelándose contra el aprovechamiento de un grupo de constructores que pretende modificar y amoldar una de sus altas creaciones, lastimándole el ego y de paso poniendo a la sociedad (colectivizante y pro altruista) en su contra. Impar la defensa jurídica de Roark quien sostiene que no existe tal cosa como una mente colectiva, sino individual - a orden de las grandes ideas y logros de la humanidad y así mismo sentencia que "El interés del creador es conquistar la naturaleza y el interés del parásito es conquistar a los hombres".
A la luz de este tipo de reflexiones es indudable que la visión de Ayn Rand defiende la mano invisible, pero a la vez la critica, porque en general la gente común confunde la entrega de determinados individuos hacia sus propias ideas (que pueden traducirse en beneplácito del resto), con altruismo, una materia de santos o de individuos realmente poco convencionales.
Pero más allá de todos estos alcances éticos y del eterno conflicto hombre/colectivo, ¿Sería plausible en la práctica la teoría del chorreo?.- Definitivamente pienso que sí. Pongamos el caso de una industria en ciernes que necesita para funcionar de gran capital humano, esta industria es probablemente producto del logro de un emprendedor que exigiéndose así mismo y buscando su personal beneficio y máxima individual, logró de por sí otorgar un beneficio social, traducido en trabajo para una decena, quizás cientos o tal vez miles de personas. Si más industrias de este tipo surgen, habrán mayores puestos de trabajo (en el mejor de los casos pleno empleo) y cobrará más fuerza el criterio de especialización de la mano de obra. Así los trabajadores tendrán mayores incentivos para ser productivos si su empleador sabe como motivarlos en base a beneficios tales como bonos y probablemente las industrias del rubro comiencen a "pelearse" a los mejores trabajadores, en base a seductores aumentos de sueldo, mejores condiciones de trabajo o beneficios extra.
Todo lo anterior es un continuum, una evolución que en la práctica no se da tal como fue ejemplificado, ya que las economías son de corte keynesiano, existen rigideces en el mercado laboral a raíz de la participación estatal en estas materias, que en tanto se traducen en mayores desincentivos al brote de nuevas empresas o industrias, ya que la plena competitividad está descartada, no existe.
De esta forma, todo parece indicar que la teoría del chorreo es muy útil para alcanzar logros como el pleno empleo, lo que en definitiva es utópico porque el Estado siempre mantendrá cierta rigidez en el mercado laboral y así las empresas se verán enfrentadas siempre a restricciones en materias de sueldo (existencia de estándares mínimos), previsión y otras condiciones necesarias para el bienestar social de los trabajadores.
Sin embargo, es loable hacer funcional la teoría del chorreo en el campo laboral, para que los rubros empresariales sean competitivos y la oferta de trabajo no sólo aumente sino que además existan claros incentivos al trabajador por mejorar su eficiencia y así acreciente el valor agregado de su trabajo, con posibilidad de cambiar de empresa o hasta de rubro si su especialización no se lo impide, guiado por mejores remuneraciones, a la vez indexadas a una mayor productividad general de las empresas que haría que estas junto con aumentar sus ingresos aumentaran a igual ritmo los salarios nominales como también reales, toda vez que los sueldos crezcan más que la media de la inflación o el costo de la vida y también con el mejor escenario que estas empresas ofrezcan al trabajador en términos de previsión, condiciones de trabajo, imposiciones compensativas, salud, etcétera.
En definitiva la teoría del chorreo es estimable en los términos indicados (productividad, competencia por el trabajo y aumentos en el sueldo, mejor desempeño...) pero que baste por si sola es darle demasiado crédito a las teorías liberales clásicas. Se necesita irremisiblemente de un intervencionismo estatal y con este queda triangulada la relación: Estado-empresas-trabajadores, sin la cual se hace imposible entender la economía real, moderna, actual.- A estas alturas, difícil es no arrimarse al keynesianismo, aunque es indudable que un Estado muy omnipresente en esta relación, no será nunca la solución.