jueves, 18 de diciembre de 2008

Vicios del discurso doctrinario

El discurso es mucho más que un mensaje y simple interconexión de frases, conceptos, palabras e ideas que pretenden comunicar algo a alguien en un determinado momento y lugar. El discurso es un recurso vital, una simplificación de la realidad que compone cada individuo en el trayecto de su vida.
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Mientras se es niño, nuestro discurso es el mismo de nuestros padres: su visión de la política, la realidad del país y la contingencia pasa a ser también la nuestra. Pero es dado que a medida que maduramos, desarrollemos una perspectiva propia, alimentada siempre por la temprana influencia del hogar, como asimismo de nuestra propia exposición al medio y experiencias. En consecuencia llega una edad en que desarollamos nuestro propio discurso, por lo que es adivinable y legítimo que cada ser humano que habita este planeta posea su propio discurso y lo desarrolle en total libertad.
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Nuestro discurso es nuestra propia doctrina, entendiéndose la doctrina como un sistema de postulados aplicables a la realidad y comprobados por via del método científico o a veces llevados simplemente a cabo mediante el idealismo (en el caso de doctrinas que fracasaron irremisiblemente como el comunismo Soviético y otras tantas que nunca tuvieron éxito). Es asi como ciertas doctrinas son fagocitadas por nuestro discurso y aunadas de tal forma de crear una armadura personal con la que enfretamos el mundo de la información, de las ideas y salimos victoriosos o derrotados del mismo - dependiendo siempre de la carga de idealismo que posea nuestro discurso.
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Doctrinaria es la filosofía de la política, la economía y la religión. En todo discurso se fusionan las tres cosas. Asi el nazismo tenía una carga de misticismo religioso, proteccionismo económico pro industrialización y su política era anti-liberal, militarizada y fascista. El nazismo concretado se convirtió en un destructivo totalitarismo, semejante al de la Unión Soviética, salvo que sus motivaciones eran antagónicas y se irgió también como el anti-comunismo.
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Múltiples transfiguraciones de discurso y doctrina se instalaron y pretenden seguir haciéndolo a sangre y fuego en distintos puntos del planeta con un discurso impersonal que no permite convivencia alguna con interpretaciones, ni libertades liberales, ni invididualismo alguno. Busca en cambio erguirse casi como un paradigma social, apelando en todos los casos al espíritu tribal o comunitario, sobre el que exalta la metafísica del "pueblo", "la raza" o "la nación", es decir el confuso bien común en todas sus manifestaciones instrumentales.
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En relación a lo anterior más palpables han sido los casos del facismo/nazismo alemán, italiano y japonés de la Segunda Guerra Mundial y el comunismo soviético, como también los simples autoritarismos de cariz militar (Chile 1973-1989, Cuba 1959- a la fecha, etcétera) o religioso -sólo piensese en el Medio Oriente y particularmente en la realidad de paises como Irán en tiempos del Ayatollah Khomeini o actualmente con la carrera de los caudillos religiosos islámicos por tomarse el poder en Líbano (donde cerca de la mitad de la población es crisitiana y un porcentaje no menor de los musulmanes son moderados), Palestina, Irák, Afganistán o incluso Turquía, el país más liberal (liberal entre comillas) de la región.
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Sin embargo, no perdamos de vista lo siguiente: "La democracia es también un discurso" y un discurso igualmente peligroso, aunque menos peligroso que las doctrinas revisadas en el parrafo anterior y que se instalaron con base en la violencia ilegítima. Se define la democracia como "el gobierno del pueblo por el pueblo", por ende impone la percepción de pueblo (nación, raza [razas], sociedad de iguales, etcétera) a la de individuo. La economía del Estado, no es la economía de mercado, sino una alteración de la misma, en que el Estado se las da de Robin Hood adueñandose de parte del capital de quienes lo producen, para repartirlo a quienes nada tuvieron que ver en dicha producción, pues la democracia al igual que otras mil doctrinas tribales, entiende que el hombre como individuo es instrumento de "los hombres" como conglomerado, dando legitimidad en cierto sentido a este tipo de robo.
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Dijo alguna vez un autor liberal y ultra-capitalista: "Si el Estado existe para defenderme de los robos y aportarme mínimas protecciones o subenciones, ¿no es factible que si yo prescindo de su ayuda, por poder costearme todo aquello que el Estado me ofrece y con mejor calidad y cobertura, este (El Estado) también prescinda de mis impuestos, de aquella significante merma que sigue haciendo a mi capital?".
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La pregunta en definitiva es: ¿Pueden los ricos prescindir del Estado y a la vez el Estado permitirse que alguien de él prescienda?. Simplemente la pregunta tiene dos respuestas, una afirmativa y otra negativa: Los ricos sí pueden prescindir del Estado, pero el Estado jamás podrá prescindir de los ricos, los ricos no necesitan del Estado, el Estado en cambio si necesita de los ricos. Y si no existieran los ricos o los ricos se aislaran de las garantías estatales, ciertamente el Estado gravaría con impuestos muy superiores a los no ricos y no tardaría en producirse en cada país una nueva revolución francesa. Al Estado cada cual aporta según su bolsillo, pero el Estado nunca devuelve (por lo general no a todos) en la misma medida en que es retribuído y lo más triste de todo es que nada puede evitar la existencia de la corrupción y que con ella, los fines "altruistas" de la existencia del Estado alimenten a más parásitos de los que se tenía previsto. Se alimenta de los impuestos toda una clase política (en muchos casos prescindible) y una manga de carroñeros a ellos cercanos.
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La corrupción no sólo se plasma en el ultraje a las arcas fiscales, también lo hace destinando recursos de forma innecesaria a gente que hace un trabajo inncesario, teniendolo además en consideración. En consecuencia un gobierno justo debe promover un Estado pequeño. Todo Estado pequeño requiere de menos recursos para ser eficiente, gravando a la vez con menos impuestos a la nación.
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La única respuesta posíble a este abuso presente en las democracias occidentales y muy particularmente de las democracias occidentales de segundo órden (como las sudamericanas) es la reducción del aparataje estatal, desde la burocracia a las cúpulas políticas. El discurso doctrinario y altruista (de falsedad absoluta) nunca desapareció realmente. Su imposición actual apunta a hacerse de la economía política, rompiendo con ello los límites de la economía real, la economía pura: el libre mercado.
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Desprendiendo y simplificando cierta idea transversal a los economistas de la escuela austríaca (contemporánea de Hayek); El libre mercado permite a más personas gozar del auge de la economía, sin embargo cuando el Estado interviene la economía, todos estos beneficios que podrían llegar a más personas pasan a ser concentrados por un pequeño grupo al alero del Estado. En concecuencia oligopolios, monopolios e inflexibilidades en el mercado, no apuntan al fin altruista fundante original del organismo estatal, sino a un vicio de acomodo para determinados grupos que dominarán la economía, a la vez que serán "los amiguitos del Estado" y de las clases políticas.- El argumento de fuerza de estos grupos, es justamente escusarse en los argumentos fundantes del Estado.
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"De manera implícita, acrítica y por omisión, la economía política aceptó como axiomas propios los principios básicos del colectivismo" (Ayn Rand).
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Volviendo a la idea del discurso: En todo régimen político se impone un discurso doctrinario, en los regímenes de terror esta imposición es más evidente y castiga fuertemente la disidencia. En el discurso democrático se entiende la convivencia de muchos discursos, pero en el fondo manda la idea del "gobierno del pueblo por el pueblo", condiciéndose tarde o temprano con la libertad individual e imponiendo los preceptos tribales, mismos que han gobernado la mayoría de los discursos doctrinales desde la antiguedad clásica hasta nuestros días. Sólo el liberalismo pleno escapa de esta lógica, pero su peligro radica en llegar a la absoluta anarquía y a que no exista acuerdo o convergencia, el llamado "pacto social".
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Aún así, sigue siendo legítimo que cada persona tenga su propio discurso, aunque este se oponga al establishment. Pensar como revolucionario, no te convierte necesariamente en uno y es lo que hay que entender: La mayor parte de los cambios sociales no se logran via imposición violenta, sino desgastando los viejos pilares desde el interior y armando paciencientemente los nuevos. Las personas hacen el cambio, pero desde dentro, no desde fuera del establishment, a lo que yo llamo "la revolución responsable", "revolución en paz" o "revolución liberal". Sin embargo hay que tener un máximo de cuidado con los discursos doctrinarios y en especial con el de la democracia, en el se encuentran ocultos los intereses de las clases más poderosas, que quieren todo el poder para sí, muy por sobre nuestra libertad y oportunidades.-
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Lenin en la plaza pública
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