Todo hombre es un micromundo en sí mismo, un evento de la historia, decendiente de antiguas civilizaciones y pilar de generaciones futuras. Sus ideas, no son sus ideas hasta que las convierte en su propia doctrina. Están en constante pugna y/o se armonizan en su interior las contradicciones del ambiente, un verdugo psicológico se encarga de castrar en él toda inclinación culturalmente intuida como "improcedente" o "impura", discuten sus ideas los autores, los consejeros toman en su nombre decisiones: padres, abuelos, amigos, políticos, tratadistas, chamanes, clérigos, prostitutas y mendigos han irrumpido alguna vez sus pensamientos plagándolos de reparos, lecciones, chismes, afecto y negaciones, para que finalmente piense de manera errónea que ha actuado por propia voluntad y que sus acciones son netamente dominio de su proceder..
El hombre no es más que un títere de las condiciones que lo han forjado como tal, no es ni remotamente libre aunque lo jure, pero tiene una ventaja y esta es la de transfigurarse en su propio déspota, imponiendo el orden a sus ideas, afanes y sentimientos, acallando en su mente las voces disidentes que paralizan toda determinación, para de esta manera elegir un modo, definir un estílo y crearse a él mismo (self made man). Quien no sea capaz de lograrlo, caerá en la desgracia de dejarse guiar por los más fuertes, de depender siempre de las circunstancias y llegará a culpar más de mil veces al mundo y al destino (pero jamás así mismo) de todas sus desdichas, cargando en esta era el sino atemporal de la esclavitud.
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La libertad es siempre usufructo de los individualistas más evolucionados, aquellos que se compensan en sí mismos, han llegado a desarrollar una moral sólida y no confunden la libertad de ser, actuar y pensar con un mero libertinaje, anárquico e incoherente.
