sábado, 11 de diciembre de 2010

El dinero y su relación con la libertad

En la vida, existen dos vías para ser realmente libre:
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1) Renunciar a todo lo material y vivir como un asceta.
2) Formarse un capital, constituír un negocio y no depender económicamente de ningún tipo de empleador, más que del libre juego de la oferta y la demanda (mercado).
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Ambos caminos son tremendamente peliagudos, tanto que nos han enseñado que la mejor opción es rendirse al sistema, estudiar, estudiar y estudiar, pero no por simple y llana satisfacción, sino por defender un título profesional, para de esta manera ser un empleado bien remunerado, tener más competencias que el resto y que por tanto, no puedan prescindir tan fácilmente de nosotros en nuestros puestos de trabajo.
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Nadie nos enseñó en cambio a ser emprendedores, y casi sin darnos cuenta nos inculcaron desde la más temprana formación una relación de amor/odio hacia el empresariado y hacia el gran capital, sin detenernos a analizar, por otro lado, la tremenda impronta que tienen las PYMES, para países en desarrollo como los nuestros.
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Creemos estar condenados a cualquiera de las siguientes opciones: o a esforzarnos y ser un profesional más, que mejora sus eficiencias con los años, los títulos y la expertice laboral o un empleado de menor rango, siempre prescindible y en tanto pisoteado a más no poder por el sistema o en el mejor de los casos: haber nacido tremendamente ricos y sin grandes preocupaciones (la gran mentira del discurso proletario). Desde este punto de vista provienen todas las animadversiones y el resentimiento social de las capas bajas a las clases acomodadas.
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Desde luego, los pobres siempre reclamarán injusticias, porque su libertad está subordinada a la dependencia económica de los ricos. Y los ricos podrán especular todo lo que quieran con su dinero, con la posibilidad de multiplicarlo en cada buen negocio o perder cantidades no comprometedoras, que por otra parte tendrían que estar respaldadas en acciones, sustentadas a alzas y bajas del mercado.
.La riqueza sin embargo, no es una condición de plenas virtudes, exige mucho, pero mucho trabajo, ideas, reinversión y el poder mirar más allá de lo trascendido. En general, los verdaderos ricos (económica y espiritualmente ricos) en algún momento, ellos o sus familias, también fueron pobres, conocen el valor del dinero y desarrollaron a lo largo del tiempo un poderoso olfato para los negocios o para multiplicar su capital. Es por esta razón que la riqueza no es sinónimo de arribismo, de lo ostentable de las apariencias, sino de mucha austeridad e inteligencia. Ancleto Angelini, por ejemplo, quien fuera por años el hombre más rico de este país, a diario no manejaba grandes sumas de dinero, nunca se dió la gran vida, no tuvo una limusina ni una mansión de 40 habitaciones, vivió como el trabajador que siempre fué y el dinero no lo absorbió en absoluto.
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Si el dinero nos gana la partida y se convierte en nuestra razón de ser, si cada peso que entra en nuestros bolsillos lo mal gastamos y no lo invertimos en algo fructífero, simplemente jamás podremos optar a tener mucho dinero, a menos que hayamos nacido con capital regalado o heredado, o en caso de aquellas "mujeres masetero": se logre dar caza a un millonario. Pero hasta en tales casos, las opciones son mínimas, ya que la mujer en cuestión tendría que estar dotada de pies a cabeza de una despampanante belleza física.
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Lo que no podemos hacer en ningún caso, es permitir que todo el $ que llega a nuestras manos se finiquite en deudas y consumo, sin destinar una pequeña parte que sea, a ahorro o inversión. Vivimos en la era de las tarjetas comerciales y del "crédito a descrédito", gracias a ello podemos optar a tener en nuestro poder mucho más de lo que la billetera en el corto plazo puede, sin embargo, comprar a crédito no significa que nos convirtamos en dueños de lo obtenido, lo estaremos pagando con creces, llenándole las arcas a los grandes capitalistas, estresándonos a más no poder y viviendo con cifras negativas, en una inopia disimulada.
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Thomás Jefferson, tercer presidente norteamericano, luchó toda su vida por suprimir la esclavitud racial, pero previó que una vez superada esta, revendría en una nueva forma, ligada a la dependencia económica, a la deuda del hombre con la banca. El sueño de Jefferson fue que todo norteamericano fuera un hombre libre y emprendedor (un comerciante, un PYME), y hoy el mundo está videnciando todo lo contrario: somos una selva de consumidores, de poca visión y previsión, acogotados en deudas, esclavos de la banca y al servicio de los ultra-ricos y poderosos, que no son aquellos que nos dan trabajo y nos permiten sobrevivir, sino quienes nos ofrecen la nefasta gestión de comprar hoy y pagar mañana.
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