Vivimos en una era turbulenta, nadie lo pone en duda: progresos sorprendentes en la tecnología de las comunicaciones o informática, la tecno-biología, la tecno-medicina, la tecno-ecología, etcétera, pero a pesar de todo, buena parte del planeta (y/o quienes lo habitan) viven metidos en el limbo, progresa la tecnología de las comunicaciones, pero nuestras relaciones humanas son cada vez más impersonales, no es difícil contactar en cosa de segundos a alguien que vive al otro lado del planeta, pero a pesar de eso, se ha agudizado el etnocentrismo, los orgullos nacionales y locales, y late más viva que nunca la inminencia de conflictos en varios puntos del planeta.
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Se dice que avanzan las tecnologías médicas y biológicas a una velocidad abismante, pero invariablemente están por cumplirse treinta años del surgimiento del VIH y no ha aparecido aún cura alguna para suprimirlo (o al menos no se ha hecho pública), similar situación con el cáncer y otras enfermedades terminales. Y si bien la mitad de las sociedades del mundo, encontraron soluciones de largo aliento a los conflictos socio/políticos, la otra mitad bordea la anarquía, con un exceso de tiranías tercermundistas que tienen institucionalizadas la hambruna (en África) o el atropello a los derechos humanos a vista y paciencia de los organismos internacionales y de la santa ONU.
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Quienes en el pasado imaginaron para este siglo, un futuro extraordinario para la toda humanidad, se equivocaron rotundamente o al menos acertaron muy parcialmente, desde luego. La ciencia hoy pretende explicarnos todo, desde el nacimiento del universo, a la interacción subatómica que originó a las células y dio paso a la vida. Pese a ello, cualquier paso adelante que cree o pretende dar la ciencia, no significa de facto que la religión retroceda uno atrás. Hoy ambas dimensiones conviven y el ser humano, ilustrado en el pensamiento posmoderno cuestiona o considera las posibles dilucidaciones de una o de la otra.
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La ciencia arenga ser la verdad objetiva de todas las cosas que caen bajo su óptica, resultado veráz de las inferencias de un método. Nada existe en este planeta que sea más objetivo que la ciencia, la que sin embargo es UNIDIMENSIONAL, eso significa que sus explicaciones son verdades acotadas, y siempre que se altere su punto de vista específico, tambalea, porque ve reformadas sus variables.
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Si hay algo que debemos aprender o mejor dicho, asimilar desde ya, es el hecho de que la vida humana siempre ha girado en torno a perspectivas, también conocidas en algunos casos como paradigmas y que con ellos en mente (aunque sean una total mentira de la época) el hombre es capáz de sobrevivir en medio de la selva terrestre. Así por ejemplo los griegos, los romanos, los persas, los egipcios, mesopotámicos y asirios en la remota antiguedad de Europa y el Cercano Oriente desarrollaron culturas impresionantes y muy avanzadas, con un trasfondo de politeísmo, importante de mencionar dado que los impresionantes avances de estos pueblos en el campo de la medicina, por ejemplo, los conformaron un binomio de rituales religiosos con principios alquímicos, montura actualmente desacreditada por su falta de objetividad científica.
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En tierra americana, la chamanería prehispánica de pueblos como el Maya o Inca, que a pesar de la negación occidentalista, eran culturas muy refinadas, mezcló también similares principios. Pero donde realmente destacaron algunos pueblos antiguos, fue en el campo astronómico, del cual los más abesados estudiosos suponen que algunas culturas antiguas alcanzaron un conocimiento más agudo que el nuestro (que nuestro actual estadio), prescindiendo de todo aparataje tecnológico moderno: inclúso de los menos elaborados telescopios de hoy en día. La finalidad última de las pirámides de Egipto, el célebre Calendario Maya o la precisión de los astrólogos persas, son algunos palpables ejemplos de esto, sin que la ciencia de estos pueblos estuviera separada de la fe, porque si hacemos repaso de nuestra propia cultura judeo-cristiana, hasta los mismos Reyes Magos, provenientes de Persia, habrían asociado la presencia de la Estrella de Belén con la venida de un Mesías, esto más allá de que su religión no fuera la cristiana (inexistente), ni la judía, sino la zoroastriana.
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No cabe duda de que la ciencia comenzó a separarse de la fe, allá por el siglo XVIII en una especie de reacción ilustrada. La religión institucionalizada fue vista por primera vez como un instrumento de dominación, similar al Estado o al reino, y romper con su yugo fue una función tanto de la ciencia, como de la nueva política y de las ideas ilustradas, consistentes en matar a Dios para crear al ser humano. Sin embargo, la ilustración, fenómeno occidental, no lo olviden nunca: jamás hubiese existido de no ser por la base occidental del cristianismo. De un cristianismo bien entendido.
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El mensaje de Cristo en el Nuevo Testamento fue de tolerancia absoluta entre los pueblos y entre las distintas clases sociales, el respeto por la individualidad, y además cuestiona en él, al poder eclesiástico (criticó duramente a los sacerdotes hebreos de la época), vale decir a la religión institucionalizada. Tal vez Jesús no haya existido realmente en la historia, pero el mito de su existencia, convirtió el mensaje en una liberación: El hecho de que un autoproclamado (y también clamado por el pueblo) hijo de Dios, Rey de los desposeídos, haya estado dispuesto a ser sacrificado en titularidad de la humanidad pecadora, no cabe duda, posee un trasfondo filosófico clave: la proclama universal de la igualdad.
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En oriente, la figura de Buda es un ejemplo muy similar al de Cristo, Sidharta Gautama, un jóven nacido rico e indolente al sufrimiento humano, un buen día abandonó sus riquezas y se fue a vivir en libertad con la naturaleza y los desposeídos, y sin levantar armas ni cuestionar la estructura de injusticias que es el orden de linajes indio, irradió su mensaje más allá de todas las fronteras, para hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños de toda condición y estatus.
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Hay cosas en que la religión y la ciencia definitivamente no se tocan, y es lo que he querido plantearles hoy. La religión es más que nada una filosofía de vida, adhiere tus matices políticos, tu idea de la sociedad y la justicia y aúna todo este humanismo con elementos metafísicos y fundamentos filosóficos para tus creencias. La religión trata de dar respuesta a las tres preguntas básicas: ¿Quiénes somos, de a dónde venimos y a dónde vamos? y en la mayor parte de los casos las responde de una manera metafórica: venimos de la tierra y de un soplido modelador de Dios que nos dió la forma humana y en el momento de nuestra muerte iremos a un estado del alma superior: el Cielo, es lo que nos respondemos a la luz del Viejo Testamento, similar lógica en otras religiones. La ciencia es más elaborada, pero nos responde casi lo mismo: venimos de los elementos, y en el momento de nuestra muerte volveremos a ellos, definitivamente esto no suena radicalmente distinto de la sentencia: POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS.
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Para terminar este seudo ensayo en la pregunta inicial: ¿Fe o ciencia?, desde luego no estoy en condición (como siempre) de hablar más que en primera persona y para mí, como cualquier nacido a fines del siglo XX, creo que en ambas esferas busco las respuestas que necesito para seguir viviendo, sin que me mortifique demasiado el existencialismo. La verdad es que si hubiera nacido en esta misma tierra hace 1000 años, creería en otras cosas: sacrificios, dioses, batallas por el orgullo, fuerzas naturales, etcétera y las cosas de mi vida, girarían en torno ello, sin que como ahora, me cuestionara profundamente ¿qué es verdad y qué es mentira?. Vivir es como estar parados en medio de un sueño, apenas conocemos el escenario, mucho menos sabemos como termina.