lunes, 1 de noviembre de 2010

Venta de medicamentos en supermercados: ¿Quiénes ganan y quiénes pierden?

En la última semana, mucho revuelo ha causado en la opinión pública nacional la promulgación de un polémico proyecto de ley que permitiría vender ciertos fármacos a supermercados y pequeños almacenes, con el claro fin de aumentar la competencia y bajar los precios. Inmediato manifestaron su descontento con esta política los dueños de pequeñas farmacias mediante su organismo representativo: la UNFACH.
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Por donde se mire, una disposición absolutamente neo-liberal y que apuntala claramente a lo que debiera ser una prioridad fundamental en todo gobierno: abaratar el costo de la vida a los enfermos. Sabemos de sobra que no es ningún cliché el que salud, educación y condiciones dignas de vida para todos los ciudadanos de un país son las bases incuestionables hacia el progreso y de ahí en adelante cada cual está en condiciones de pisar sobre sus propios pies y construír su destino, sin embargo en este sentido a lo largo de los años Chile ha demostrado ser otra plaza tercermundista, consolidando por un lado políticas públicas que valen oro (como Plan Auge, Sonrisa de Mujer o planes para población en riesgo, adultos mayores, etcétera) y haciendo aguas por otro. La incorregible distancia entre la salud pública y la privada, sigue siendo la gran deuda a saldar y si a esto sumamos los altos costos de los medicamentos que merman buena parte del ingreso de las familias más pobres, como así mismo la ineficiencia de los intermediarios para discriminar entre quienes tienen derecho de ser subsidiados y quienes no, la situación se torna más gris todavía.
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Lo cierto es que por ecuación simple, cuando se incentifica la competencia, tienden a disminuir los precios SIEMPRE. Por lo tanto debieramos tener también en mente esta realidad como solución a los problemas sociales de todo orden, por mucho que los abanderados del socialismo (o de la economía social) estén en contra de las bondades del libre mercado. En materia de salud esta apertura, es igual de plausible que la iniciativa en curso de hace unos cinco o seis años de permitir la entrada a médicos y dentistas de otros países como son Ecuador, Colombia e inclúso Cuba, que justificando su título pueden ejercer con total libertad en el país, y que por preferencias del mercado han quedado proscritos del nivel de ingresos de los profesionales nacionales, quienes una vez egresados naturalmente prefieren llenarse los bolsillos en hospitales y clínicas privadas de cierto prestigio, dejando en el olvido la vocación de servicio público que ya muchos daban por desaparecida, esta la vinieron a suplir en parte los profesionales extrajeros, atendiendo en policlínicos y distintos centros desplegados en la urbe a aquella población "menos acomodada" económicamente (los más), pero que no por ello debiera quedar relegada de un derecho humano tan prioritario como es la salud.
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Reconozco que lo anterior constituye una típica defensa liberal a este tipo de leyes, de las cuales sin embargo no pretendo hacerme ningún "eco omiso". Ciertamente aquí gana el consumidor, pero a ¿costo de quién?, obviamente no a costa de las grandes cadenas farmacéuticas como Cruz Verde, Ahumada o Salcobrand, puesto que el pez gordo nunca muere y estas - aliadas hace rato de los grandes supermercados - conocen el negocio mejor que nadie, habiéndose auxiliado en algunos casos de información privilegiada o prácticas poco ortodoxas (es de público conocimiento) y es indudable que continuarán manteniendo sus plazas superiores, con todo lo que eso conlleva: prestigio, noción de excelencia y una pretención común, aunque muchas veces errada en los consumidores de que comprarles equivale a "economizar". Aquí seamos tajantes, se terminó de rematar a todas las "boticas" y hago uso de este nombre tan antiguo para diferenciarlas de las grandes cadenas de la actualidad.
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La farmacia de la esquina, las de barrio, la pequeña PYME familiar que duró tantos años haciendo una competencia digna, esa ya no estará en condiciones de competir con las grandes cadenas (con las que hasta ahora pudieron convivir, gracias a que estas inflaron siempre los precios, optimizando al máximo las ganancias) y los supermercados que comprando al por mayor obtendrán los medicamentos a precios muy inferiores, al punto de que el precio final de venta podría acercarse y ser inclúso menor al costo que pagan las pequeñas farmacias a sus distribuidores.
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El lado poco amable del cuento, el "quitarle nicho" a los pequeños comerciantes es algo que se apronta a ocurrir en una escala tal vez impensada. ¿Qué opciones les quedan a esas pequeñas "boticas" para sobrevivir?, primero que el Gobierno se apiade de ellas y no por beneficiar al consumidor, termine perjudicando en todas las áreas al pequeño emprendedor (es el resguardo de ellos lo que distancia al liberalismo clásico que defiendo de aquel neo-liberalismo depredador que unánimemente debiéramos repudiar) y segundo cambiar de rubros, no radicalmente desde luego, pues no se trata de poner una zapatería donde ántes se vendía Paracetamol o Amoxicilina, lo que además conllevaría la tediosa labor de cambiar de patentes, sino más bien seguir dando batalla pero desde los genéricos o la medicina naturista. Mientras las "empresas abarca-todo" no hayan puesto sus ojos en este nicho de mercado más alternativo, existe ahí una pequeña posibilidad de sobrevivir (no sabemos por cuanto tiempo) a los males del capitalismo moderno.
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